/ jueves 12 de abril de 2018

Comentarios y algo más...


Una, defensa patriótica; otra, que no lo fue

Dos aconteceres de diciembre de 1958, conmovieron e indignaron el alma de los mexicanos. El 1°, el licenciado Adolfo López Mateos asumió el poder presidencial; el 31, del mismo mes, aviones militares guatemaltecos acribillaron tres naves pesqueras en aguas mexicanas. Tres, fueron los muertos; once, los heridos.

Ese atentado internacional sería el primer problema que enfrentaría el presidente mexicano.

Las gestiones de la cancillería mexicana, ante la guatemalteca, no resolvieron el problema; “diferendo”, llaman los tecnócratas a los conflictos.

Para aclarar sí estaban en aguas mexicanas; guatemaltecas,- como argumentó- la cancillería de ese país, o sí navegaban en aguas internacionales; el presidente mexicano, propuso como árbitros a la OEA, a la ONU, o a la Corte Internacional de Justicia. Sugerencia fue rechazada por el canciller chapín.

El 23 de enero de 1959, ante la porfía del presidente guatemalteco, López Mateos informó a los mexicanos que las relaciones diplomáticas entre Mexico y Guatemala, quedaban rotas. Digna y patriótica fue la actitud del presidente: se había violado la soberanía nacional; la dignidad, estaba lesionada y, tres connacionales, habían sido víctimas del ataque aéreo.

El respaldo popular ganó las calles. En la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, 500 mil mexicanos, convocados por el PRI, en nombre de 34 millones, le apoyaron.

En esta ciudad, burócratas, estudiantes universitarios, políticos, intelectuales, comerciantes, locatarios, obreros, campesinos, le manifestaron respaldo en el “Jardín de los Mártires”. Eran otros tiempos; otro, era el sentir patriótico.

En nuestros días otro vecino, ese poderoso, además de continuar la obra de su muro, nos intimida con la Guarda Nacional, acantonada a unos metros del lado mexicano. Sólo un paso, y el extraño enemigo, profanará el suelo de la patria.

Es su casa, tiene derecho a cerrar los accesos de entrada. Lo que es inaceptable, es la descortesía hacia el jefe del Estado mexicano y los adjetivos que como xenófobo nos adjudica: criminales, invasores, migrantes, drogadictos, delincuentes, que son a su juicio, una amenaza para la seguridad nacional de su país. Drogadictos, fueron los soldados derrotados en Vietnam.

¿Pero, quién tiene la culpa de que nos dé ese trato?

Quien le abrió la puerta de la casa presidencial de “Los Pinos”, la noche del 31 de agosto de 2016. Paradójicamente, otro día 31, provoca otra dificultad internacional para México. Solo que ésta es más peligrosa que aquella.

Hoy, la Águila Real y el Quetzal, desde el 15 de septiembre de 1959, conviven armónicamente en las selvas del legendario quiché. (Continuará)


Una, defensa patriótica; otra, que no lo fue

Dos aconteceres de diciembre de 1958, conmovieron e indignaron el alma de los mexicanos. El 1°, el licenciado Adolfo López Mateos asumió el poder presidencial; el 31, del mismo mes, aviones militares guatemaltecos acribillaron tres naves pesqueras en aguas mexicanas. Tres, fueron los muertos; once, los heridos.

Ese atentado internacional sería el primer problema que enfrentaría el presidente mexicano.

Las gestiones de la cancillería mexicana, ante la guatemalteca, no resolvieron el problema; “diferendo”, llaman los tecnócratas a los conflictos.

Para aclarar sí estaban en aguas mexicanas; guatemaltecas,- como argumentó- la cancillería de ese país, o sí navegaban en aguas internacionales; el presidente mexicano, propuso como árbitros a la OEA, a la ONU, o a la Corte Internacional de Justicia. Sugerencia fue rechazada por el canciller chapín.

El 23 de enero de 1959, ante la porfía del presidente guatemalteco, López Mateos informó a los mexicanos que las relaciones diplomáticas entre Mexico y Guatemala, quedaban rotas. Digna y patriótica fue la actitud del presidente: se había violado la soberanía nacional; la dignidad, estaba lesionada y, tres connacionales, habían sido víctimas del ataque aéreo.

El respaldo popular ganó las calles. En la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, 500 mil mexicanos, convocados por el PRI, en nombre de 34 millones, le apoyaron.

En esta ciudad, burócratas, estudiantes universitarios, políticos, intelectuales, comerciantes, locatarios, obreros, campesinos, le manifestaron respaldo en el “Jardín de los Mártires”. Eran otros tiempos; otro, era el sentir patriótico.

En nuestros días otro vecino, ese poderoso, además de continuar la obra de su muro, nos intimida con la Guarda Nacional, acantonada a unos metros del lado mexicano. Sólo un paso, y el extraño enemigo, profanará el suelo de la patria.

Es su casa, tiene derecho a cerrar los accesos de entrada. Lo que es inaceptable, es la descortesía hacia el jefe del Estado mexicano y los adjetivos que como xenófobo nos adjudica: criminales, invasores, migrantes, drogadictos, delincuentes, que son a su juicio, una amenaza para la seguridad nacional de su país. Drogadictos, fueron los soldados derrotados en Vietnam.

¿Pero, quién tiene la culpa de que nos dé ese trato?

Quien le abrió la puerta de la casa presidencial de “Los Pinos”, la noche del 31 de agosto de 2016. Paradójicamente, otro día 31, provoca otra dificultad internacional para México. Solo que ésta es más peligrosa que aquella.

Hoy, la Águila Real y el Quetzal, desde el 15 de septiembre de 1959, conviven armónicamente en las selvas del legendario quiché. (Continuará)

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