/ jueves 7 de diciembre de 2017

Comentarios y algo más...

Cuatro hombres llamados así en tiempos diferentes, han dado mucho de que hablar. Dos, en el pasado; otro par, en estos días.

En 42 años se han dado 7 sucesiones. Con sincronías y diferencias, una se repite. Los actores del pasado y, los de estos días son Luis y José.

Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, en septiembre de 1975. José Meade Kuribreña y Luis Videgaray, en este mes de 2017.

Aquellos, uno presidente; otro, aspirante a candidato presidencial. Los de hoy, ambos secretarios de Estado; empero, hay una particularidad, uno empuja a otro.

A esos, les unió fuerte amistad; ya como vecinos en una colonia de la gran ciudad; ya como estudiantes de Leyes en la Facultad de Derecho de la UNAM. Estos, se hicieron amigos en el ITAM.

Los del siglo XX mantuvieron la relación fraterna en la época pos universitaria. A Meade y Videgaray, los acerca e identifica la economía.

El joven López Portillo ejerció la profesión de abogado. Echeverría “la grilla”.

En la burocracia partidista, sería secretario particular del presidente del CEN, del PRI, general Rodolfo Sánchez Taboada. Estuvo con él en la Secretaría de Marina. Volvería como oficial mayor del CEN, en 1958 con el general Agustín Olachea.

En 1958, fue designado subsecretario de Gobernación, durante el mandato del presidente Adolfo López Mateos. El 1° de diciembre de 1964, fue nombrado secretario; de ahí… a la candidatura del PRI, en 1969.

Maquiavélicamente, en 1975 don Luis jugó con seis secretarios de Estado: Augusto Gómez Villanueva; Carlos Gálvez Betancourt; Hugo Cervantes del Río; José López Portillo; Mario Moya Palencia y, Porfirio Muñoz Ledo.

Todos sentíanse con derecho a sucederlo. A Gómez Villanueva, debía el destape.

“Augusto”, le diría, abrazándolo al llegar al balcón de las oficinas del PRI. Desde la explanada, entre los acarreados vi el movimiento labial cuando citó el nombre.

Otro, que creía ser elegido, era Hugo Cervantes del Río, condiscípulo también.

Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, para muchos, era “el bueno”.

Porfirio Muñoz Ledo por hacerle discursos sentía posibilidades. Don Carlos, aparecía en la lista como acompañante.

Discreto, fue el secretario de Hacienda, José López Portillo. Por él optaría LEA.

López Portillo sería el último presidente de la Revolución. “Pepe”, si gana, será el 7° de la tecnocracia neoliberal.

Lastimado, Moya, no destruyó documentos secretos; los conservó. Jacinto Rodríguez Murguía, cuenta en “La otra guerra secreta”, que al saberse eliminado, salió de su oficina gritando: ¡Que se chinguen, que se vayan a la chingada todos!” y arrojó los papeles al patio del Palacio de Covián. Mojadas, con lodo, una mano generosa los rescató. Duermen en el Archivo General de la Nación.

Una vez recobrada a calma, llegó hasta la Secretaría de Hacienda a saludar a su amigo. Don Pepe, lo recibió diciéndole: “Marito, tu siempre tan inteligente”. Un abrazo, eliminó el rencor de quien después ingresaría al servicio exterior.

El recién ungido era secretario de Hacienda. El presidente no lo impulsó. Es otro Luis, “el padrino”, de otro José, llamado también Antonio, de apellidos Meade Kuribreña. Por Videgaray, Meade, es candidato “externo”, “ciudadano”, “sin partido”, o como se le quiera llamar, del PRI, que vive tiempos de descredito.

Economistas los dos; doctores además. Expertos en finanzas y, para poner la cereza sobre el pastel, la pareja corresponde a la exclusiva clase conocida como tecnócrata, que se dispone a seguir oprimiendo al pueblo para complacer a la OCDE, al FMI, al BM. En una palabra, seguir sirviendo al capital extranjero.

Como en aquel lejano 1975, hay un sacrificado. Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, vive la amargura del desdén político.

El hombre sin partido, que niega su filiación panista; así como la priista, anda con algodón limpiando heridas. La de Osorio, -que creyó en la sinceridad de su “amigo”- es la más grave, le aplicó Merthiolate, para acelerar la cicatrización.

Los otros, sabiéndose relleno, sólo tuvieron leves raspones.

Peña dio cuerda, tanto al “ganador”, como a Enrique de la Madrid Cordero, a José Narro, “al niño” Nuño Meyer; bueno, hasta el junior Calzada, titular de la Sagarpa. Todos creyeron ser merecedores de la decisión del presidente; sólo que en esta ocasión se lo impuso su amigo “el poderoso” Videgaray. Inédita es su intervención en tan delicadísima decisión. Nadie antes lo había hecho.

La historia -apreciados lectores-, en dos destapes presidenciales, coincidentes o divergentes, se ha repetido.

Cuatro hombres llamados así en tiempos diferentes, han dado mucho de que hablar. Dos, en el pasado; otro par, en estos días.

En 42 años se han dado 7 sucesiones. Con sincronías y diferencias, una se repite. Los actores del pasado y, los de estos días son Luis y José.

Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, en septiembre de 1975. José Meade Kuribreña y Luis Videgaray, en este mes de 2017.

Aquellos, uno presidente; otro, aspirante a candidato presidencial. Los de hoy, ambos secretarios de Estado; empero, hay una particularidad, uno empuja a otro.

A esos, les unió fuerte amistad; ya como vecinos en una colonia de la gran ciudad; ya como estudiantes de Leyes en la Facultad de Derecho de la UNAM. Estos, se hicieron amigos en el ITAM.

Los del siglo XX mantuvieron la relación fraterna en la época pos universitaria. A Meade y Videgaray, los acerca e identifica la economía.

El joven López Portillo ejerció la profesión de abogado. Echeverría “la grilla”.

En la burocracia partidista, sería secretario particular del presidente del CEN, del PRI, general Rodolfo Sánchez Taboada. Estuvo con él en la Secretaría de Marina. Volvería como oficial mayor del CEN, en 1958 con el general Agustín Olachea.

En 1958, fue designado subsecretario de Gobernación, durante el mandato del presidente Adolfo López Mateos. El 1° de diciembre de 1964, fue nombrado secretario; de ahí… a la candidatura del PRI, en 1969.

Maquiavélicamente, en 1975 don Luis jugó con seis secretarios de Estado: Augusto Gómez Villanueva; Carlos Gálvez Betancourt; Hugo Cervantes del Río; José López Portillo; Mario Moya Palencia y, Porfirio Muñoz Ledo.

Todos sentíanse con derecho a sucederlo. A Gómez Villanueva, debía el destape.

“Augusto”, le diría, abrazándolo al llegar al balcón de las oficinas del PRI. Desde la explanada, entre los acarreados vi el movimiento labial cuando citó el nombre.

Otro, que creía ser elegido, era Hugo Cervantes del Río, condiscípulo también.

Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, para muchos, era “el bueno”.

Porfirio Muñoz Ledo por hacerle discursos sentía posibilidades. Don Carlos, aparecía en la lista como acompañante.

Discreto, fue el secretario de Hacienda, José López Portillo. Por él optaría LEA.

López Portillo sería el último presidente de la Revolución. “Pepe”, si gana, será el 7° de la tecnocracia neoliberal.

Lastimado, Moya, no destruyó documentos secretos; los conservó. Jacinto Rodríguez Murguía, cuenta en “La otra guerra secreta”, que al saberse eliminado, salió de su oficina gritando: ¡Que se chinguen, que se vayan a la chingada todos!” y arrojó los papeles al patio del Palacio de Covián. Mojadas, con lodo, una mano generosa los rescató. Duermen en el Archivo General de la Nación.

Una vez recobrada a calma, llegó hasta la Secretaría de Hacienda a saludar a su amigo. Don Pepe, lo recibió diciéndole: “Marito, tu siempre tan inteligente”. Un abrazo, eliminó el rencor de quien después ingresaría al servicio exterior.

El recién ungido era secretario de Hacienda. El presidente no lo impulsó. Es otro Luis, “el padrino”, de otro José, llamado también Antonio, de apellidos Meade Kuribreña. Por Videgaray, Meade, es candidato “externo”, “ciudadano”, “sin partido”, o como se le quiera llamar, del PRI, que vive tiempos de descredito.

Economistas los dos; doctores además. Expertos en finanzas y, para poner la cereza sobre el pastel, la pareja corresponde a la exclusiva clase conocida como tecnócrata, que se dispone a seguir oprimiendo al pueblo para complacer a la OCDE, al FMI, al BM. En una palabra, seguir sirviendo al capital extranjero.

Como en aquel lejano 1975, hay un sacrificado. Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, vive la amargura del desdén político.

El hombre sin partido, que niega su filiación panista; así como la priista, anda con algodón limpiando heridas. La de Osorio, -que creyó en la sinceridad de su “amigo”- es la más grave, le aplicó Merthiolate, para acelerar la cicatrización.

Los otros, sabiéndose relleno, sólo tuvieron leves raspones.

Peña dio cuerda, tanto al “ganador”, como a Enrique de la Madrid Cordero, a José Narro, “al niño” Nuño Meyer; bueno, hasta el junior Calzada, titular de la Sagarpa. Todos creyeron ser merecedores de la decisión del presidente; sólo que en esta ocasión se lo impuso su amigo “el poderoso” Videgaray. Inédita es su intervención en tan delicadísima decisión. Nadie antes lo había hecho.

La historia -apreciados lectores-, en dos destapes presidenciales, coincidentes o divergentes, se ha repetido.

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