/ lunes 23 de julio de 2018

Contexto


¿A quién vemos, que valoramos?

Vivimos rodeados de objetos, de muchos objetos que determinan la vida, la manera de vestirnos, de transportarnos, de relacionarnos con los otros.

Los objetos que conservamos definen y perfilan nuestra manera de ser, el nivel de ingreso, las aspiraciones o las frustraciones. Un tendedero no es un simple tendedero. Su lectura nos dice cuántos son los miembros de la familia, sus edades, por la marca de la ropa, su nivel social, por el desgaste de la misma la capacidad de renovación del guarda ropa. Nuestras cocinas nos dicen como comemos, como se organiza la casa en torno a ella pero también nos dice la capacidad económica por los aparatos eléctricos, sus antecedentes culturales si tienen un molcajete o un metate o una licuadora o un triturador de carnes. Lo mismo nos sucede con nuestras preferencias, las fotografías que colgamos o ponemos en la mesa, con los cuadros que colgamos o las banderas que conservamos. Todo define nuestra manera de ser. Uno puede observar una pared desgastada, una alfombra derruida, unos espejos viejos y decir que una casa va en franco descenso. Nuestro medio material, al que tanto se atan los hombres, los denuncia.

El mundo de los objetos nos delata, nos revela la manera de ser y las aspiraciones.

Eso no se puede ocultar. Tenemos objetos porque nos funcionan y nos sirven para algo o nos refieren a algo.

Pero algo pasa también con los seres humanos que nos rodean.

Los hemos convertido en objetos y los dejamos de ver en su humanidad.

Se ha pasado de la humanidad, de valorar a la persona en lo que es, a darle el valor funcional. El que conviene, el que puede resolver un problema.

Hoy los valores parecen haberse cambiado. Muchas veces, y los testimonios sobran, los esposos son vistos como proveedores, las esposas como servidoras, los hijos como medio de realización de los padres, los amantes como satisfactores, los amigos, como medios de distracción, los novios como temporalidad de una relación, las mascotas como medio para equilibrar ambientes emocionales, las bodas como medios de presentación social.

Vemos a los seres humanos que nos rodean por su funcionalidad y no por su humanidad.

Y eso hace que el amor se pierda y se extravié.

Y perdamos sentido de humanidad.

Y nos gana lo material, la sobrevaloración del dinero que hace nos hace perder el sentido de lo que el hombre, la mujer, el niño, la niña, el amigo, el compañero de trabajo, la novia, la esposa, el chofer, el ayudante, el empresario pueden ser mas allá de su función o del papel que juegan en nuestra vida.

Por eso ya los velorios están casi vacíos, por eso ya casi no se llora a sus muertos, por eso los entierran rápido, por eso se dan los pesames por whatsapp porque se ha perdido en el camino. Porque se muere la función y con ello el objeto.

Hoy nos falta mas amor y nos sobra desprecio por la vida y la humanidad.

Y en eso siempre esta uno tarde. Un tiempo, momentos que nunca se pueden atrapar de nuevo.


¿A quién vemos, que valoramos?

Vivimos rodeados de objetos, de muchos objetos que determinan la vida, la manera de vestirnos, de transportarnos, de relacionarnos con los otros.

Los objetos que conservamos definen y perfilan nuestra manera de ser, el nivel de ingreso, las aspiraciones o las frustraciones. Un tendedero no es un simple tendedero. Su lectura nos dice cuántos son los miembros de la familia, sus edades, por la marca de la ropa, su nivel social, por el desgaste de la misma la capacidad de renovación del guarda ropa. Nuestras cocinas nos dicen como comemos, como se organiza la casa en torno a ella pero también nos dice la capacidad económica por los aparatos eléctricos, sus antecedentes culturales si tienen un molcajete o un metate o una licuadora o un triturador de carnes. Lo mismo nos sucede con nuestras preferencias, las fotografías que colgamos o ponemos en la mesa, con los cuadros que colgamos o las banderas que conservamos. Todo define nuestra manera de ser. Uno puede observar una pared desgastada, una alfombra derruida, unos espejos viejos y decir que una casa va en franco descenso. Nuestro medio material, al que tanto se atan los hombres, los denuncia.

El mundo de los objetos nos delata, nos revela la manera de ser y las aspiraciones.

Eso no se puede ocultar. Tenemos objetos porque nos funcionan y nos sirven para algo o nos refieren a algo.

Pero algo pasa también con los seres humanos que nos rodean.

Los hemos convertido en objetos y los dejamos de ver en su humanidad.

Se ha pasado de la humanidad, de valorar a la persona en lo que es, a darle el valor funcional. El que conviene, el que puede resolver un problema.

Hoy los valores parecen haberse cambiado. Muchas veces, y los testimonios sobran, los esposos son vistos como proveedores, las esposas como servidoras, los hijos como medio de realización de los padres, los amantes como satisfactores, los amigos, como medios de distracción, los novios como temporalidad de una relación, las mascotas como medio para equilibrar ambientes emocionales, las bodas como medios de presentación social.

Vemos a los seres humanos que nos rodean por su funcionalidad y no por su humanidad.

Y eso hace que el amor se pierda y se extravié.

Y perdamos sentido de humanidad.

Y nos gana lo material, la sobrevaloración del dinero que hace nos hace perder el sentido de lo que el hombre, la mujer, el niño, la niña, el amigo, el compañero de trabajo, la novia, la esposa, el chofer, el ayudante, el empresario pueden ser mas allá de su función o del papel que juegan en nuestra vida.

Por eso ya los velorios están casi vacíos, por eso ya casi no se llora a sus muertos, por eso los entierran rápido, por eso se dan los pesames por whatsapp porque se ha perdido en el camino. Porque se muere la función y con ello el objeto.

Hoy nos falta mas amor y nos sobra desprecio por la vida y la humanidad.

Y en eso siempre esta uno tarde. Un tiempo, momentos que nunca se pueden atrapar de nuevo.