/ lunes 30 de julio de 2018

Contexto


El tiempo, el sueño

Hoy me desperté buscando el ayer.

Sólo para saber si existías, si aún estabas ahí… como siempre, con tu sonrisa triste, con tus ojos de niña.

Aun con el olvido y las imágenes borradas por la distancia, deseaba vivir en otro tiempo que no era ni el tuyo, ni el mío, sino el tiempo que habíamos creado a partir de la nada, a partir de sólo buscar nuestras almas, nuestros cuerpos, sólo para decir palabras que nunca se escuchaban y que se quedaban ahí en el silencio, pero que tú y yo sólo sabíamos que queríamos decir, decirnos.

Trate de sumirme nuevamente en el sueño para poder imaginarte mejor.

Me gustaba soñar contigo como si estuvieras aquí.

Porque en mis sueños eras mía y de nadie más y me entregaba a ti y tú a mí. Y nada pasaba porque ahí el tiempo era para siempre, no había un antes ni un después, era… como un tiempo que no transcurría porque se había quedado en nuestros recuerdos, en el olvido más lejano que venía una y otra vez.

Sí, en mis sueños nadie nos veía y nos amábamos en silencio y podíamos decirnos todas las cosas hasta reírnos tú de mí y yo de ti.

Y así te amaba siempre.

Solo, en mis sueños.

La distancia, el tiempo, ya no importaban.

Me gustaba pensar que siempre estaba dormido y sentir que el olor de tu piel me invadía.

Por eso quería siempre estar como perdido en el tiempo, en la distancia… siempre, siempre buscando el ayer para que no se fuera, para que se quedara en mí, para que se quedara en ti.

Y así te imaginaba soñando contigo y que tú me soñabas como yo te pienso a ti.

Eso nunca lo sabré porque ya sólo estás en mis sueños, en aquellos días de silencio mientras te amaba, mientras nos contamos cosas y nos decíamos secretos que eran solo nuestros.

Y aquí estoy mirando el transcurrir del tiempo.

Abres los ojos. Te sientes solo.

Te levantas ahora. Miras el reloj. Ya es tarde. Debes volver.

La luz del día empieza a aclarar las cosas de tu cuarto. Una mesa, un sillón que ya tiene grabada tu figura, una silla en donde dejaste tus ropas, la puerta entreabierta y los tapetes que cubren el viejo piso de madera. Es el regreso a la vida cotidiana, al día a día, a dejar de soñar.

Te levantas con un cansancio que está más cercano al aburrimiento.

¿Pensará ella en mí?, te preguntas.

Tomas la ducha, te secas, te vistes. No arreglas tu cama, ya es tarde, tomas cualquier fruta de tu mesa y sales.

Quieres soñar. Ya no puedes.

La vida-la muerte de cada día te espera.


El tiempo, el sueño

Hoy me desperté buscando el ayer.

Sólo para saber si existías, si aún estabas ahí… como siempre, con tu sonrisa triste, con tus ojos de niña.

Aun con el olvido y las imágenes borradas por la distancia, deseaba vivir en otro tiempo que no era ni el tuyo, ni el mío, sino el tiempo que habíamos creado a partir de la nada, a partir de sólo buscar nuestras almas, nuestros cuerpos, sólo para decir palabras que nunca se escuchaban y que se quedaban ahí en el silencio, pero que tú y yo sólo sabíamos que queríamos decir, decirnos.

Trate de sumirme nuevamente en el sueño para poder imaginarte mejor.

Me gustaba soñar contigo como si estuvieras aquí.

Porque en mis sueños eras mía y de nadie más y me entregaba a ti y tú a mí. Y nada pasaba porque ahí el tiempo era para siempre, no había un antes ni un después, era… como un tiempo que no transcurría porque se había quedado en nuestros recuerdos, en el olvido más lejano que venía una y otra vez.

Sí, en mis sueños nadie nos veía y nos amábamos en silencio y podíamos decirnos todas las cosas hasta reírnos tú de mí y yo de ti.

Y así te amaba siempre.

Solo, en mis sueños.

La distancia, el tiempo, ya no importaban.

Me gustaba pensar que siempre estaba dormido y sentir que el olor de tu piel me invadía.

Por eso quería siempre estar como perdido en el tiempo, en la distancia… siempre, siempre buscando el ayer para que no se fuera, para que se quedara en mí, para que se quedara en ti.

Y así te imaginaba soñando contigo y que tú me soñabas como yo te pienso a ti.

Eso nunca lo sabré porque ya sólo estás en mis sueños, en aquellos días de silencio mientras te amaba, mientras nos contamos cosas y nos decíamos secretos que eran solo nuestros.

Y aquí estoy mirando el transcurrir del tiempo.

Abres los ojos. Te sientes solo.

Te levantas ahora. Miras el reloj. Ya es tarde. Debes volver.

La luz del día empieza a aclarar las cosas de tu cuarto. Una mesa, un sillón que ya tiene grabada tu figura, una silla en donde dejaste tus ropas, la puerta entreabierta y los tapetes que cubren el viejo piso de madera. Es el regreso a la vida cotidiana, al día a día, a dejar de soñar.

Te levantas con un cansancio que está más cercano al aburrimiento.

¿Pensará ella en mí?, te preguntas.

Tomas la ducha, te secas, te vistes. No arreglas tu cama, ya es tarde, tomas cualquier fruta de tu mesa y sales.

Quieres soñar. Ya no puedes.

La vida-la muerte de cada día te espera.