/ lunes 27 de agosto de 2018

Contexto


La fascinación por la violencia


Nos acostumbramos a la violencia.

La vemos como algo fatal. Como nuestro destino.

Parece que estamos destinados a ella.

La reproducimos en casi todos nuestros actos de vida.

En las telenovelas.

En el cine.

En los documentales.

En los noticieros.

En las primeras páginas de los diarios.

En nuestras conversaciones.

En los videojuegos.

En las páginas digitales.

En los memes.

En las revistas de sociales.

En los noticieros que un día y otro también los inician como si fueran parte de guerra.

En nuestras calles llenas de sangre.

En nuestras casas, en donde decimos que amamos.

En nuestro trabajo, en donde decimos que respetamos.

Con nuestros amigos, en donde decimos que nos hacen falta.

Y seguimos a la violencia por otros caminos también.

Con la palabra.

Al momento de llevar al hijo a la escuela por salir tarde.

Con el chofer que agrede al peatón y al ciclista.

Con el burócrata, quien desde su posición de poder, maltrata al ciudadano.

Con el padre que no le tiene paciencia al hijo.

En el esposo/esposa que abusa de la fragilidad de su pareja.

En el evangelio.

En las religiones que se oponen a otras, aunque en el fondo creen en lo mismo.

En los discursos públicos.

En el amor cuando se convierte en pornografía.

En la exhibición de los ricos en sus páginas de sociales que circulan frente a los ojos de quienes no tienen nada o poco.

Con la maestra que golpea a sus alumnos.

En cada feminicidio que nos ofende.

En cada fusilamiento público que ocurre a cualquier bar, discoteca o restaurante.

En el silencio de quien sufre sin poder decir nada.

En los abuelos porque se convierten en sujetos que estorban.

En el hermano que le quita al hermano.

En la mentira a los seres que decimos amar.

En los servicios en donde se exige propina o comisión porque sus empresas no les pagan lo que deben y transfieren su gasto al consumidor.

En todas las medidas de seguridad que vemos cada día: guaruras, policías detrás de los políticos y rejas en los negocios para no ser asaltados.

… Y todo se multiplica cada día.

Con todo eso… cuáles son los espacios para el amor… para la calma… para la tolerancia.

Cada vez más ausentes nos alejamos de la paz, del amor, de lo bello… Y sólo quedamos como bestias.


La fascinación por la violencia


Nos acostumbramos a la violencia.

La vemos como algo fatal. Como nuestro destino.

Parece que estamos destinados a ella.

La reproducimos en casi todos nuestros actos de vida.

En las telenovelas.

En el cine.

En los documentales.

En los noticieros.

En las primeras páginas de los diarios.

En nuestras conversaciones.

En los videojuegos.

En las páginas digitales.

En los memes.

En las revistas de sociales.

En los noticieros que un día y otro también los inician como si fueran parte de guerra.

En nuestras calles llenas de sangre.

En nuestras casas, en donde decimos que amamos.

En nuestro trabajo, en donde decimos que respetamos.

Con nuestros amigos, en donde decimos que nos hacen falta.

Y seguimos a la violencia por otros caminos también.

Con la palabra.

Al momento de llevar al hijo a la escuela por salir tarde.

Con el chofer que agrede al peatón y al ciclista.

Con el burócrata, quien desde su posición de poder, maltrata al ciudadano.

Con el padre que no le tiene paciencia al hijo.

En el esposo/esposa que abusa de la fragilidad de su pareja.

En el evangelio.

En las religiones que se oponen a otras, aunque en el fondo creen en lo mismo.

En los discursos públicos.

En el amor cuando se convierte en pornografía.

En la exhibición de los ricos en sus páginas de sociales que circulan frente a los ojos de quienes no tienen nada o poco.

Con la maestra que golpea a sus alumnos.

En cada feminicidio que nos ofende.

En cada fusilamiento público que ocurre a cualquier bar, discoteca o restaurante.

En el silencio de quien sufre sin poder decir nada.

En los abuelos porque se convierten en sujetos que estorban.

En el hermano que le quita al hermano.

En la mentira a los seres que decimos amar.

En los servicios en donde se exige propina o comisión porque sus empresas no les pagan lo que deben y transfieren su gasto al consumidor.

En todas las medidas de seguridad que vemos cada día: guaruras, policías detrás de los políticos y rejas en los negocios para no ser asaltados.

… Y todo se multiplica cada día.

Con todo eso… cuáles son los espacios para el amor… para la calma… para la tolerancia.

Cada vez más ausentes nos alejamos de la paz, del amor, de lo bello… Y sólo quedamos como bestias.