/ lunes 17 de diciembre de 2018

Contexto


París: sociología en tiempo real

Acto uno. Es París. La temperatura empieza a bajar de los cero grados. El cielo gris parece dominar todo el ambiente. Salgo. Miro a la gente caminar entre silencios, es difícil hablar por miedo a que se meta el frío por entre los labios. Solo unas miradas, muchos pasos que van de prisa, muchos cuerpos arropados por otros cuerpos: una madre que cubre a su hijo, unos novios que se abrazan, una anciana que busca cobijo donde sea, un anciano que pide con ansias calor y un joven que parece no sentir nada. Hay, sin embargo, sonrisas, “ya llegará en sol, son solo unos meses”, se dicen. Es sábado y es temprano. Aun no hay plena luz y todavía se perciben algunas luces navideñas que adornan ya las calles. Voy a tomar el tren para ir de compras. Espero en la estación Cité Universitaire. Una corriente de frío hace que una joven musite algo mientras trata de cubrirse el cuerpo con su propio cuerpo. Una anciana se acerca con pasos muy cansados, la cabeza cubierta, una chamarra vieja, una mirada melancólica y la espera. Llega el tren. Todos subimos con el placer de encontrar un poco de calor en el interior. Un hombre le cede su lugar a la anciana. Cruzamos por una estación, Montsouris, dice la voz de un niño. “Mon souris”, me digo, mientras recuerdo. “Escuchaste esa una voz de niño”, me dijo, mientras sentía el calor de su cuerpo junto al mío “Si”, le dije, pero aun así se llevó mon sourire. Volví la mirada a la anciana como tratando de olvidar. Una nueva estación: Porte d’Orleans y luego otra y otra hasta llegar a mi destino. De la estación Didot estaba ya muy cerca el mercado. Recorro cada uno de los puestos para realizar las compras de la semana. Un poco de fruta, un poco de carne y de pollo, verduras y un poco de pan. Comprando el pan veo a la anciana que trataba de buscar los precios. Me acerco: “¿quiere saber cuánto vale?”, le pregunto, me dice “si”, “este vale 2.40”, le digo. “Muy caro”, me responde, “usted sabe, no me alcanza pero quiero uno para mi hijo. Y este ¿qué precio tiene?” “Ese 1.20”…la anciana toma el pan entre sus manos…duda “usted sabe…”, me dice, y no lo compra. Le ayudo. Le ofrezco el pan. Lo acepta y me sonríe.

En los últimos en París está incrementándose en número de gente que duerme en la calle, en los jardines, en las grandes avenidas. Entre inmigrantes, desplazados, esta ciudad, siendo la mas visitada del mundo, no deja de ser también muestra de lo que pasa.

Acto dos. Era otro sábado. Camino por la calle de Rivoli para nuevamente encontrar a los chalecos amarillos. La calle esta desierta, muy lejos del bullicio de todas las temporadas navideñas. Es otro día de protesta porque muchos franceses ven disminuido su nivel de vida. Para muchas familias, aunque la salud y la educación la tienen asegurada, es cada vez más difícil llegar al final del mes. Los cercos policiacos hacen difícil la manifestación. La gente se dispersa por muchos lugares de París. Es un movimiento original que ya ha tenido sus réplicas en otras partes del mundo. En esencia es una vuelta a la ciudadanía, mas allá de partidos políticos, de organizaciones tradicionales, de sindicatos, de asociaciones intermedias. Es una reacción frente al poder que esta resumida en sus críticas, no intelectualizadas, del poder, de la concentración de la riqueza, del bienestar de unos cuantos de la riqueza social generada y también de la democracia y su sistema representativo y fiscal. Una revuelta ciudadana cuyos efectos aún se desconocen.

Acto tres. El movimiento social de los chalecos amarillos se hacía más complejo, en un mercado de navidad, en la ciudad de Strasbuorg, un hombre joven abría fuego y mataba a varias personas. Las primeras evaluaciones de la personalidad del agresor indican que uno de los motivos en el fondo de estas acciones esta la frustración, la marginalidad, la estigmatización de una manera de ser, cubierta de fundamentalismo, pero que no atiende las causas de fondo de la violencia en los países con más desarrollo.

Acto cuatro. Mientras, la sociedad se mueve, la dinámica de siempre sigue: el torneo de futbol, los conciertos, los museos, los inmigrantes, los miles de turistas cada día…, los controles sociales impuestos por el mundo del trabajo, las rutinas, de la diversión que siempre reducen la libertad individual…y la felicidad.

París: una ciudad con miles de pistas al mismo tiempo que hoy tiene, como toda la sociedad, un mundo por inventar, un futuro aun por imaginar.

Los franceses lo han hecho una vez y creo lo podrán volver a hacer.


París: sociología en tiempo real

Acto uno. Es París. La temperatura empieza a bajar de los cero grados. El cielo gris parece dominar todo el ambiente. Salgo. Miro a la gente caminar entre silencios, es difícil hablar por miedo a que se meta el frío por entre los labios. Solo unas miradas, muchos pasos que van de prisa, muchos cuerpos arropados por otros cuerpos: una madre que cubre a su hijo, unos novios que se abrazan, una anciana que busca cobijo donde sea, un anciano que pide con ansias calor y un joven que parece no sentir nada. Hay, sin embargo, sonrisas, “ya llegará en sol, son solo unos meses”, se dicen. Es sábado y es temprano. Aun no hay plena luz y todavía se perciben algunas luces navideñas que adornan ya las calles. Voy a tomar el tren para ir de compras. Espero en la estación Cité Universitaire. Una corriente de frío hace que una joven musite algo mientras trata de cubrirse el cuerpo con su propio cuerpo. Una anciana se acerca con pasos muy cansados, la cabeza cubierta, una chamarra vieja, una mirada melancólica y la espera. Llega el tren. Todos subimos con el placer de encontrar un poco de calor en el interior. Un hombre le cede su lugar a la anciana. Cruzamos por una estación, Montsouris, dice la voz de un niño. “Mon souris”, me digo, mientras recuerdo. “Escuchaste esa una voz de niño”, me dijo, mientras sentía el calor de su cuerpo junto al mío “Si”, le dije, pero aun así se llevó mon sourire. Volví la mirada a la anciana como tratando de olvidar. Una nueva estación: Porte d’Orleans y luego otra y otra hasta llegar a mi destino. De la estación Didot estaba ya muy cerca el mercado. Recorro cada uno de los puestos para realizar las compras de la semana. Un poco de fruta, un poco de carne y de pollo, verduras y un poco de pan. Comprando el pan veo a la anciana que trataba de buscar los precios. Me acerco: “¿quiere saber cuánto vale?”, le pregunto, me dice “si”, “este vale 2.40”, le digo. “Muy caro”, me responde, “usted sabe, no me alcanza pero quiero uno para mi hijo. Y este ¿qué precio tiene?” “Ese 1.20”…la anciana toma el pan entre sus manos…duda “usted sabe…”, me dice, y no lo compra. Le ayudo. Le ofrezco el pan. Lo acepta y me sonríe.

En los últimos en París está incrementándose en número de gente que duerme en la calle, en los jardines, en las grandes avenidas. Entre inmigrantes, desplazados, esta ciudad, siendo la mas visitada del mundo, no deja de ser también muestra de lo que pasa.

Acto dos. Era otro sábado. Camino por la calle de Rivoli para nuevamente encontrar a los chalecos amarillos. La calle esta desierta, muy lejos del bullicio de todas las temporadas navideñas. Es otro día de protesta porque muchos franceses ven disminuido su nivel de vida. Para muchas familias, aunque la salud y la educación la tienen asegurada, es cada vez más difícil llegar al final del mes. Los cercos policiacos hacen difícil la manifestación. La gente se dispersa por muchos lugares de París. Es un movimiento original que ya ha tenido sus réplicas en otras partes del mundo. En esencia es una vuelta a la ciudadanía, mas allá de partidos políticos, de organizaciones tradicionales, de sindicatos, de asociaciones intermedias. Es una reacción frente al poder que esta resumida en sus críticas, no intelectualizadas, del poder, de la concentración de la riqueza, del bienestar de unos cuantos de la riqueza social generada y también de la democracia y su sistema representativo y fiscal. Una revuelta ciudadana cuyos efectos aún se desconocen.

Acto tres. El movimiento social de los chalecos amarillos se hacía más complejo, en un mercado de navidad, en la ciudad de Strasbuorg, un hombre joven abría fuego y mataba a varias personas. Las primeras evaluaciones de la personalidad del agresor indican que uno de los motivos en el fondo de estas acciones esta la frustración, la marginalidad, la estigmatización de una manera de ser, cubierta de fundamentalismo, pero que no atiende las causas de fondo de la violencia en los países con más desarrollo.

Acto cuatro. Mientras, la sociedad se mueve, la dinámica de siempre sigue: el torneo de futbol, los conciertos, los museos, los inmigrantes, los miles de turistas cada día…, los controles sociales impuestos por el mundo del trabajo, las rutinas, de la diversión que siempre reducen la libertad individual…y la felicidad.

París: una ciudad con miles de pistas al mismo tiempo que hoy tiene, como toda la sociedad, un mundo por inventar, un futuro aun por imaginar.

Los franceses lo han hecho una vez y creo lo podrán volver a hacer.