/ lunes 4 de febrero de 2019

Contexto


Una ciudad como cualquiera

Europa tiene una gran virtud.
Sus calles se pueden caminar, se puede ir a tomar un café, ir a un museo, ir a tomar una cerveza, ir a la casa, se puede ir a una conferencia, a una cita de amor.

Y sino va uno a pie, pues está el transporte colectivo. Tomas un autobús y llegas.

Y ahí se puede encontrar un ministro, un gran intelectual de esos que ve uno en las enciclopedias tan campante tomando su metro o subiéndose al autobús con un libro en la mano.

Y sus ciudades son grandes. Y se llaman Paris, Roma, Madrid, Budapest, Bruselas.

Tienen una dimensión humana. Se favorece el contacto, la comunicación, se hace sociedad.
Es el diseño histórico de las ciudades.

Tienen vida de barrio y cada barrio tiene lo que necesitan sus pobladores.
Así como lo ha querido la gente y así lo han entendido los gobernantes.

Un cafecito aquí, otro allá, un super de barrio que en México los llamaríamos misceláneas, y poder leer el periódico en la mañana y comentar las noticias con el tendero y con el otro que se toma el mismo café antes de ir al trabajo.

Eso es hacer una ciudad humana.

De otro lado está el modelo americano, basado en el coche, en las calles anchas, en transporte público deficiente. Las relaciones humanas se dan en los centros comerciales…si acaso, pero lo compensan con su vida de barrio…también.

Las ciudades mexicanas tienen todas las posibilidades de ser más humanas.

Para nuestra desgracia quienes gobiernan las ciudades parecen no pensar en la dimensión humana de las sociedades.

La verdad no sé qué piensan.

Muchas ciudades europeas tienen millones de habitantes, entonces el crecimiento no es pretexto para hacer ciudades de dimensiones humanas.

Así quisiera uno el lugar en donde ha uno nacido.

Amable, seguro, ecológico, amable pero sobre todo que tenga dimensión humana y eso siempre es posible.

Solo basta pensar que la modernidad no significa destruir lo que la gente ha venido construyendo a lo largo de los siglos: sus mercados que por falta de cuidado de los gobernantes se han convertido en lugares de prostitución y delincuencia, de misceláneas que eran la cohesión de los barrios sustituidas por cadenas que solo despersonalizan a las ciudades, por productos tradicionales que se pierden porque no saben encontrar mercados ni crecer, de tradiciones que se sustituyen por estereotipos que se copian de las series americanas, de museos que a pesar de estar vacíos se insiste en cobrar la entrada, de centros de ciudades dominadas por franquicias que borran a los comercios tradicionales, en fin de memorias perdidas.

Sin espacios para sus artistas, sin inspiración sobre sus lugares porque los destruyen una vez y otra sin parar, sin inspiración para sus artistas, en fin sin ganas de estar en el mundo.

Y no es romanticismo o nostalgia sino simplemente las ganas de tener una ciudad a dimensión humana y es posible.

Solo basta quererla y pensar en su historia, en los valores que tiene y nada más pero nada menos.

Toluca ha sido muestra de ese infinito desastre y, lo he dicho muchas veces con una enorme vocación, para la auto destrucción.

Si uno aspira que su ciudad fuera como cualquiera y nada más.

¿Es tan difícil pensar en querer ser la mejor ciudad del mundo?


Una ciudad como cualquiera

Europa tiene una gran virtud.
Sus calles se pueden caminar, se puede ir a tomar un café, ir a un museo, ir a tomar una cerveza, ir a la casa, se puede ir a una conferencia, a una cita de amor.

Y sino va uno a pie, pues está el transporte colectivo. Tomas un autobús y llegas.

Y ahí se puede encontrar un ministro, un gran intelectual de esos que ve uno en las enciclopedias tan campante tomando su metro o subiéndose al autobús con un libro en la mano.

Y sus ciudades son grandes. Y se llaman Paris, Roma, Madrid, Budapest, Bruselas.

Tienen una dimensión humana. Se favorece el contacto, la comunicación, se hace sociedad.
Es el diseño histórico de las ciudades.

Tienen vida de barrio y cada barrio tiene lo que necesitan sus pobladores.
Así como lo ha querido la gente y así lo han entendido los gobernantes.

Un cafecito aquí, otro allá, un super de barrio que en México los llamaríamos misceláneas, y poder leer el periódico en la mañana y comentar las noticias con el tendero y con el otro que se toma el mismo café antes de ir al trabajo.

Eso es hacer una ciudad humana.

De otro lado está el modelo americano, basado en el coche, en las calles anchas, en transporte público deficiente. Las relaciones humanas se dan en los centros comerciales…si acaso, pero lo compensan con su vida de barrio…también.

Las ciudades mexicanas tienen todas las posibilidades de ser más humanas.

Para nuestra desgracia quienes gobiernan las ciudades parecen no pensar en la dimensión humana de las sociedades.

La verdad no sé qué piensan.

Muchas ciudades europeas tienen millones de habitantes, entonces el crecimiento no es pretexto para hacer ciudades de dimensiones humanas.

Así quisiera uno el lugar en donde ha uno nacido.

Amable, seguro, ecológico, amable pero sobre todo que tenga dimensión humana y eso siempre es posible.

Solo basta pensar que la modernidad no significa destruir lo que la gente ha venido construyendo a lo largo de los siglos: sus mercados que por falta de cuidado de los gobernantes se han convertido en lugares de prostitución y delincuencia, de misceláneas que eran la cohesión de los barrios sustituidas por cadenas que solo despersonalizan a las ciudades, por productos tradicionales que se pierden porque no saben encontrar mercados ni crecer, de tradiciones que se sustituyen por estereotipos que se copian de las series americanas, de museos que a pesar de estar vacíos se insiste en cobrar la entrada, de centros de ciudades dominadas por franquicias que borran a los comercios tradicionales, en fin de memorias perdidas.

Sin espacios para sus artistas, sin inspiración sobre sus lugares porque los destruyen una vez y otra sin parar, sin inspiración para sus artistas, en fin sin ganas de estar en el mundo.

Y no es romanticismo o nostalgia sino simplemente las ganas de tener una ciudad a dimensión humana y es posible.

Solo basta quererla y pensar en su historia, en los valores que tiene y nada más pero nada menos.

Toluca ha sido muestra de ese infinito desastre y, lo he dicho muchas veces con una enorme vocación, para la auto destrucción.

Si uno aspira que su ciudad fuera como cualquiera y nada más.

¿Es tan difícil pensar en querer ser la mejor ciudad del mundo?