/ lunes 9 de agosto de 2021

Contexto | Conversar 

Circula en redes sociales, oh! paradoja, una frase de Amadeus Wolfe que dice “a veces la mas grande aventura es simplemente una conversación” (Some times de greatest adventure is simple a conversation). Y no le falta razón. La conversación, el dialogo es uno de los elementos que dan sentido de pertenencia y más ampliamente de comunidad. Una conversación pone en el mismo plano a quienes participan no importa que sea jefe o subordinado, padre o hijo, esposa y esposo, alumno y maestro, cura y creyente. Una conversación enriquece y muestra en muchos sentidos la intimidad de los conversadores. Conversar tiene muchas ventajas.

Nuestras abuelas y madres conversaban en la cocina; nuestros abuelos y padres se reunían con sus amigos o conocidos, al menos una vez a la semana, para jugar domino, ajedrez o cartas y durante el desarrollo del juego, que al final era lo menos importante, se desarrollaban las conversaciones que, tal vez, en muchos sentidos pocas veces se recuerdan…y uno los veía reírse o los escuchaba simplemente hablando de nada, pero se iban contentos; las familias muchas veces se reunían sin motivos solo por el simple hecho de estar y los amigos lo hacían también.

Me preguntaba si durante la pandemia hemos realmente conversado a través de ese intenso uso que les hemos dado a las redes sociales, si cada mensaje que se envía transmite algo que permita una conversación amable. Y creo que no. En las redes sociales se envían sentencias, frases, muchas veces lapidarias, como si fueran verdades absolutas en donde los argumentos son inexistentes. No hay conversación y se agotan, se cansan los interlocutores. Y eso crispa y descontrola. Muchas veces da lugar a conductas sin sentido. Amigos que se salen de los grupos sin explicación alguna solo para que el resto se pregunte ¿y qué pasó?, discusiones políticas que solo se reducen a frases sin argumento que solo aleja a los interlocutores, pésames por el dolor ajeno casi como copy paste a los que de inmediato sigue un chiste o un tik-tok que raya en lo ridículo.

La pandemia podría haber sido menos penosa, tal vez, si se hubieran multiplicado los espacios de conversación, si los espacios públicos tuvieran tal nivel de seguridad que permitieran salir a grupos sociales simplemente a conversar.

Muchos hicimos de la conversación un elemento fundamental para sobrellevar el confinamiento y volver a tener un sentido de comunidad y de pertenencia.

Por eso en ocasiones extraño las largas conversaciones por teléfono con quienes fueron acompañantes en esos meses, de esas tardes de salir a un jardín, al aire libre y con sana distancia, simplemente a conversar por el simple de hecho de hacerlo; conversaciones cuyo contenido tal vez ya ni me acuerdo pero que en esos momentos estaban mas cerca de lo que bien podría ser una aventura.

Tal vez por eso me sea en ocasiones tan incomodo el volver a una “normalidad”, que le conviene al gobierno, pero que solo le quita sentido a la vida.



Correo: contextotoluca@hotmail.com

Circula en redes sociales, oh! paradoja, una frase de Amadeus Wolfe que dice “a veces la mas grande aventura es simplemente una conversación” (Some times de greatest adventure is simple a conversation). Y no le falta razón. La conversación, el dialogo es uno de los elementos que dan sentido de pertenencia y más ampliamente de comunidad. Una conversación pone en el mismo plano a quienes participan no importa que sea jefe o subordinado, padre o hijo, esposa y esposo, alumno y maestro, cura y creyente. Una conversación enriquece y muestra en muchos sentidos la intimidad de los conversadores. Conversar tiene muchas ventajas.

Nuestras abuelas y madres conversaban en la cocina; nuestros abuelos y padres se reunían con sus amigos o conocidos, al menos una vez a la semana, para jugar domino, ajedrez o cartas y durante el desarrollo del juego, que al final era lo menos importante, se desarrollaban las conversaciones que, tal vez, en muchos sentidos pocas veces se recuerdan…y uno los veía reírse o los escuchaba simplemente hablando de nada, pero se iban contentos; las familias muchas veces se reunían sin motivos solo por el simple hecho de estar y los amigos lo hacían también.

Me preguntaba si durante la pandemia hemos realmente conversado a través de ese intenso uso que les hemos dado a las redes sociales, si cada mensaje que se envía transmite algo que permita una conversación amable. Y creo que no. En las redes sociales se envían sentencias, frases, muchas veces lapidarias, como si fueran verdades absolutas en donde los argumentos son inexistentes. No hay conversación y se agotan, se cansan los interlocutores. Y eso crispa y descontrola. Muchas veces da lugar a conductas sin sentido. Amigos que se salen de los grupos sin explicación alguna solo para que el resto se pregunte ¿y qué pasó?, discusiones políticas que solo se reducen a frases sin argumento que solo aleja a los interlocutores, pésames por el dolor ajeno casi como copy paste a los que de inmediato sigue un chiste o un tik-tok que raya en lo ridículo.

La pandemia podría haber sido menos penosa, tal vez, si se hubieran multiplicado los espacios de conversación, si los espacios públicos tuvieran tal nivel de seguridad que permitieran salir a grupos sociales simplemente a conversar.

Muchos hicimos de la conversación un elemento fundamental para sobrellevar el confinamiento y volver a tener un sentido de comunidad y de pertenencia.

Por eso en ocasiones extraño las largas conversaciones por teléfono con quienes fueron acompañantes en esos meses, de esas tardes de salir a un jardín, al aire libre y con sana distancia, simplemente a conversar por el simple de hecho de hacerlo; conversaciones cuyo contenido tal vez ya ni me acuerdo pero que en esos momentos estaban mas cerca de lo que bien podría ser una aventura.

Tal vez por eso me sea en ocasiones tan incomodo el volver a una “normalidad”, que le conviene al gobierno, pero que solo le quita sentido a la vida.



Correo: contextotoluca@hotmail.com