/ lunes 27 de abril de 2020

Contexto | El amor en el coronavirus

La última vez que la vio y en la que pudo tomar su mano y besarla fue, si mal no recuerda, el 22 de marzo. La amaba demasiado y todo fue tan rápido que creyó era el amor de su vida. Tenía ya tres meses de haberla conocido y desde el primer momento su corazón y su mente no habían dejado de pensar en ella, de imaginarla a cada instante, de vestirla y desvestirla una y otra vez al cerrar los ojos solo para volver a pensar en ella.

Después empezó el dolor y no sabe si el olvido.

Ya no la volvería a ver.

Al menos eso sentía.

El coronavirus, la maldita sana distancia, el encierro lo había alejado de ella.

“Creo que lo nuestro lo vamos a dejar en pausa, le escribió ella por el celular, mi padre ya es mayor y debo cuidarlo. No me perdonaría que le pasara algo por mi culpa. Sabes lo que siento por ti…pero ahora sin quererlo esta epidemia nos separa…Mis sentimientos no cambiarán por ti…además por el teléfono estaremos en contacto. Un beso”

Al terminar de leer sintió que el corazón se le congeló. Lo volvió a leer. ¿Por qué así por un simple texto?, se preguntaba, me podía al menos haber llamado. Desconsolado se dirigió a su casa.

Desde ese día sintió que algo había perdido. No sabía si era su dignidad o su orgullo.

¿Dejarlo así?, sin casi decir nada, solo por un simple texto. “Malditas redes sociales, pensaba, que permiten pausar cualquier relación con solo unos mensajes, sin hablar siquiera, sin sentir el tono de la voz, sin saber si hubo un sentimiento de dolor, de angustia o de pena”.

“¿Habrá sentido ella algo?”, se preguntaba, no sabía si algún día lo sabría.

Mientras un dolor en el pecho lo ahogaba.

Los días siguientes no supo nada de ella. Un silencio total de una relación que parecía para siempre, un amor que se imaginaba como el de Romeo y Julieta (porque había visto la película), así como amarse hasta la muerte, a no vivir uno sin el otro, a no poder respirar.

Los días pasaban y él no podía borrar de su mente su imagen…ahora ya lejana.

Él siguió su vida, “ni modo de morirme”, pensaba. Si bien la actividad en su empresa había disminuido debía presentarse algunas horas a la semana para justificar la paga media de su sueldo normal. No tenía de otra. Ella guardada con su padre y el guardado con su dolor, con su distancia emocional y física de ella.

Atrás habían quedado sus risas, sus abrazos, sus besos, sus intentos de haber querido hacer el amor sin jamás consumarlo, “cuando te cases conmigo”, le decía ella siempre.

Los días eternos de este encierro pasaban con lentitud pasmosa. Él se sentía solo pero empezaba a olvidarla, su imagen se hacía borrosa y su voz desaparecía poco a poco.

Pero él sentía dolor por la ausencia. No sabía si era por su amor o por su olvido pero ya no sentía ni su cuerpo.

El silencio de las calles, antes bulliciosas, hoy llenas de patrullas y de policías, de bocinas invitando a no salir, a quedarse encerrados, le parecía indiferente.

“Maldito virus, ¿Cuántos amores dejaste pendientes?, ¿cuantas lagrimas has de provocar por la distancia o el olvido? ¿Cuántos amores olvidados? ¿Cuántas manos vacías has dejado estiradas? ¿Cuántos quedaran para volverse a amar? Porque los viejos también aman y los otros también.

Los días actuales le habían cobrado el amor y con ello la posibilidad de volver a sentir.

Ahora caminaba solo.
Ya de regreso a su casa, prendió su celular. Hacia tanto tiempo. Vio un mensaje “Hola”

No respondió y se encerró otra vez en su silencio “de donde nunca debí hacer salido”. Se dijo.

Entro a su casa, escuchó música de Brett Dennen, se echó en la cama y durmió.

Correo: contextotoluca@gmail.com

La última vez que la vio y en la que pudo tomar su mano y besarla fue, si mal no recuerda, el 22 de marzo. La amaba demasiado y todo fue tan rápido que creyó era el amor de su vida. Tenía ya tres meses de haberla conocido y desde el primer momento su corazón y su mente no habían dejado de pensar en ella, de imaginarla a cada instante, de vestirla y desvestirla una y otra vez al cerrar los ojos solo para volver a pensar en ella.

Después empezó el dolor y no sabe si el olvido.

Ya no la volvería a ver.

Al menos eso sentía.

El coronavirus, la maldita sana distancia, el encierro lo había alejado de ella.

“Creo que lo nuestro lo vamos a dejar en pausa, le escribió ella por el celular, mi padre ya es mayor y debo cuidarlo. No me perdonaría que le pasara algo por mi culpa. Sabes lo que siento por ti…pero ahora sin quererlo esta epidemia nos separa…Mis sentimientos no cambiarán por ti…además por el teléfono estaremos en contacto. Un beso”

Al terminar de leer sintió que el corazón se le congeló. Lo volvió a leer. ¿Por qué así por un simple texto?, se preguntaba, me podía al menos haber llamado. Desconsolado se dirigió a su casa.

Desde ese día sintió que algo había perdido. No sabía si era su dignidad o su orgullo.

¿Dejarlo así?, sin casi decir nada, solo por un simple texto. “Malditas redes sociales, pensaba, que permiten pausar cualquier relación con solo unos mensajes, sin hablar siquiera, sin sentir el tono de la voz, sin saber si hubo un sentimiento de dolor, de angustia o de pena”.

“¿Habrá sentido ella algo?”, se preguntaba, no sabía si algún día lo sabría.

Mientras un dolor en el pecho lo ahogaba.

Los días siguientes no supo nada de ella. Un silencio total de una relación que parecía para siempre, un amor que se imaginaba como el de Romeo y Julieta (porque había visto la película), así como amarse hasta la muerte, a no vivir uno sin el otro, a no poder respirar.

Los días pasaban y él no podía borrar de su mente su imagen…ahora ya lejana.

Él siguió su vida, “ni modo de morirme”, pensaba. Si bien la actividad en su empresa había disminuido debía presentarse algunas horas a la semana para justificar la paga media de su sueldo normal. No tenía de otra. Ella guardada con su padre y el guardado con su dolor, con su distancia emocional y física de ella.

Atrás habían quedado sus risas, sus abrazos, sus besos, sus intentos de haber querido hacer el amor sin jamás consumarlo, “cuando te cases conmigo”, le decía ella siempre.

Los días eternos de este encierro pasaban con lentitud pasmosa. Él se sentía solo pero empezaba a olvidarla, su imagen se hacía borrosa y su voz desaparecía poco a poco.

Pero él sentía dolor por la ausencia. No sabía si era por su amor o por su olvido pero ya no sentía ni su cuerpo.

El silencio de las calles, antes bulliciosas, hoy llenas de patrullas y de policías, de bocinas invitando a no salir, a quedarse encerrados, le parecía indiferente.

“Maldito virus, ¿Cuántos amores dejaste pendientes?, ¿cuantas lagrimas has de provocar por la distancia o el olvido? ¿Cuántos amores olvidados? ¿Cuántas manos vacías has dejado estiradas? ¿Cuántos quedaran para volverse a amar? Porque los viejos también aman y los otros también.

Los días actuales le habían cobrado el amor y con ello la posibilidad de volver a sentir.

Ahora caminaba solo.
Ya de regreso a su casa, prendió su celular. Hacia tanto tiempo. Vio un mensaje “Hola”

No respondió y se encerró otra vez en su silencio “de donde nunca debí hacer salido”. Se dijo.

Entro a su casa, escuchó música de Brett Dennen, se echó en la cama y durmió.

Correo: contextotoluca@gmail.com