/ lunes 25 de octubre de 2021

Contexto | El cisnecito azul

Para Yamel…

Había una vez, dicen que había una vez, un cisnecito azul que jugaba travieso entre las nubes y brincaba de una a otra trazando caminitos como de algodón, en los que iba dejando una risita, que juguetona, parecía inundar todos los cielos.

Era un cisnecito feliz y, cuentan que era tanta su alegría que ésta llegaba más allá de los cielos y que por eso, al cruzar los tiempos infinitos, las estrellas brillaban como expresión de la felicidad y de contento.

En sus ojitos, que eran como un espejo, se reflejaba todo lo bello que veía. Al cisnecito azul le gustaba ver el firmamento, ver pasar a los cometas; a los arcoíris que se formaban a su paso y que lo llevaban de una luz a otra hasta casi el infinito; a las auroras boreales, que eran como un festival que se organizaba a su paso como si fueran sonrisas que los vientos fríos del norte le regalaban; o, ver a las lunas pasar del blanco, al negro o al rosa, aunque luego veía a otras que tendrían muchos colores. Y brincaba de asteroide en asteroide y se iba hasta la vía láctea y desde ahí a otros mundos y el cisnecito azul volaba y volaba desplegando sus alitas que lo llevaban a donde quería el viento.

La vida del cisnecito era así alegre y tranquila e iba de mundos en mundos y de cielos en cielos.

Pero hubo una vez que entre nube y nube decidió visitar a las mas bajas porque las veía poco y no sabía porque no podían subir más.

“Hay pobres nubecitas”, pensó mientras sus alitas lo llevaban mas abajo y abajo y abajo hasta que llego a posarse en una pequeña nube que vagaba solo por el cielo. La nubecita desde luego se puso alegre al recibir al cisnecito azul pues nunca había recibido a ningún visitante.

“Eres bienvenido cisnecito azul, ya otras nubes me habían contado de ti, pero soy tan pequeña que no puedo alcanzar las alturas. Siempre me han contado de la alegría que les das y que ahora siento abrigada por tus alitas. Te quiero invitar a lo que yo veo, ¿quieres venir conmigo?, le dijo la nubecita.

“Si, llévame a tus mundos”, le dijo el cisnecito.

Y la nubecita empezó a bajar más y más y más y el cisnecito observaba todo lo que se descubría a su paso y la nubecita le explicó lo que era una montaña y que su color verde que era el de las hojas de los árboles y que algún día podían ser como de color oro o como el sol también, le contó de los enormes mares y lagos azules, le mostró la blancura de la nieve.

El cisnecito veía con fascinación el mundo que le mostraba la nubecita…y poco a poco iban bajando, cada vez mas lentamente, y observando todo lo que había a su alrededor…la nube convertida en una ligera neblina le seguía mostrando este mundo nuevo, un mundo en el que por alguna razón no se sentía extraño…pero quería ser parte de él.

“¿Qué debo hacer para estar en este mundo?”, le pregunto el cisnecito azul a la nubecita.

“¿De verdad lo quieres?”, le preguntó la nubecita.

“Si”, respondió sin dudarlo.

“Pues te voy a llevar al lugar mas bello, al mas noble del nunca te podías haber imaginado. Un mundo de paz, de tranquilidad y de amor”

“¿Amor?”, le preguntó el cisnecito.

“Si el amor”, ahí te voy a llevar.

Y la nubecita lo llevo hacia un lugar mágico. A un mundo en el que solo cabía él. Sin darse cuenta se encontró de pronto en una lugar cuya calidez y tranquilidad desconocía, un mundo en donde flotaba sin sentir su propio peso como en las nubes en las que se encontraba siempre.

Mientras sus alitas se apretaban a su cuerpo, la nubecita, convertida en niebla, poco a poco se fue disipando. Mientras se alejaba observó como el cisnecito azul le sonreía.

Una mano lo acariciaba y el cisnecito azul, en el cuerpo de una madre, sonreía mientras una voz le decía “mi amor”.

Correo: contextotoluca@gmail.com

Para Yamel…

Había una vez, dicen que había una vez, un cisnecito azul que jugaba travieso entre las nubes y brincaba de una a otra trazando caminitos como de algodón, en los que iba dejando una risita, que juguetona, parecía inundar todos los cielos.

Era un cisnecito feliz y, cuentan que era tanta su alegría que ésta llegaba más allá de los cielos y que por eso, al cruzar los tiempos infinitos, las estrellas brillaban como expresión de la felicidad y de contento.

En sus ojitos, que eran como un espejo, se reflejaba todo lo bello que veía. Al cisnecito azul le gustaba ver el firmamento, ver pasar a los cometas; a los arcoíris que se formaban a su paso y que lo llevaban de una luz a otra hasta casi el infinito; a las auroras boreales, que eran como un festival que se organizaba a su paso como si fueran sonrisas que los vientos fríos del norte le regalaban; o, ver a las lunas pasar del blanco, al negro o al rosa, aunque luego veía a otras que tendrían muchos colores. Y brincaba de asteroide en asteroide y se iba hasta la vía láctea y desde ahí a otros mundos y el cisnecito azul volaba y volaba desplegando sus alitas que lo llevaban a donde quería el viento.

La vida del cisnecito era así alegre y tranquila e iba de mundos en mundos y de cielos en cielos.

Pero hubo una vez que entre nube y nube decidió visitar a las mas bajas porque las veía poco y no sabía porque no podían subir más.

“Hay pobres nubecitas”, pensó mientras sus alitas lo llevaban mas abajo y abajo y abajo hasta que llego a posarse en una pequeña nube que vagaba solo por el cielo. La nubecita desde luego se puso alegre al recibir al cisnecito azul pues nunca había recibido a ningún visitante.

“Eres bienvenido cisnecito azul, ya otras nubes me habían contado de ti, pero soy tan pequeña que no puedo alcanzar las alturas. Siempre me han contado de la alegría que les das y que ahora siento abrigada por tus alitas. Te quiero invitar a lo que yo veo, ¿quieres venir conmigo?, le dijo la nubecita.

“Si, llévame a tus mundos”, le dijo el cisnecito.

Y la nubecita empezó a bajar más y más y más y el cisnecito observaba todo lo que se descubría a su paso y la nubecita le explicó lo que era una montaña y que su color verde que era el de las hojas de los árboles y que algún día podían ser como de color oro o como el sol también, le contó de los enormes mares y lagos azules, le mostró la blancura de la nieve.

El cisnecito veía con fascinación el mundo que le mostraba la nubecita…y poco a poco iban bajando, cada vez mas lentamente, y observando todo lo que había a su alrededor…la nube convertida en una ligera neblina le seguía mostrando este mundo nuevo, un mundo en el que por alguna razón no se sentía extraño…pero quería ser parte de él.

“¿Qué debo hacer para estar en este mundo?”, le pregunto el cisnecito azul a la nubecita.

“¿De verdad lo quieres?”, le preguntó la nubecita.

“Si”, respondió sin dudarlo.

“Pues te voy a llevar al lugar mas bello, al mas noble del nunca te podías haber imaginado. Un mundo de paz, de tranquilidad y de amor”

“¿Amor?”, le preguntó el cisnecito.

“Si el amor”, ahí te voy a llevar.

Y la nubecita lo llevo hacia un lugar mágico. A un mundo en el que solo cabía él. Sin darse cuenta se encontró de pronto en una lugar cuya calidez y tranquilidad desconocía, un mundo en donde flotaba sin sentir su propio peso como en las nubes en las que se encontraba siempre.

Mientras sus alitas se apretaban a su cuerpo, la nubecita, convertida en niebla, poco a poco se fue disipando. Mientras se alejaba observó como el cisnecito azul le sonreía.

Una mano lo acariciaba y el cisnecito azul, en el cuerpo de una madre, sonreía mientras una voz le decía “mi amor”.

Correo: contextotoluca@gmail.com