/ lunes 26 de abril de 2021

Contexto | El Imperio y el olor a Toluca 

Eran los años sesenta en Toluca.

Se acercaba mayo y pronto sería el día de la madre y, en la escuela, había que hacer, casi en secreto, el regalo de mamá de manera manual. La maestra les había pedido a todos los alumnos que no se dijera nada en la casa para que la sorpresa fuera mayor. El regalo le sería entregado a las mamás después del festival que en su honor se estaba organizando con bailables, mañanitas y hasta mitades de sánguish de jamón o queso amarillo con una rajita de chile encima…bueno esto último era en cada salón después del festival y los tenían que preparar las mamás muy temprano. A la niña, que se llamaba Mapi, le tocaban llevar veinticinco sangüish y a otros los refrescos, el pastel o alguna otra golosinas para hacer bolsitas que se llevaran las mamas, además de confeti y serpentinas para arreglar el salón.

Así que Mapi se acercó a su papá. “Pá, me pidieron en la escuela 50 gramos de chaquira roja, 100 de amarilla, unos hilos de cáñamo de color negro, dos botones chiquitos negros, una tabla de triplay de 20 por 20 y un pedazo de tela beish para forrarla…ah y pegamento también y dos tubos de serpentinas de colores”.

El padre se volvió para verla, después de atender a un cliente en su tienda de ropa. “¿Y todo eso para qué?”…”shshh, le dijo la niña llevando un dedo a la boca para que guardara silencio, es para el regalo del día de las madres, pero no sé dónde comprarlo”.

“Uy son muchas cosas y hay que ir a lugares diferentes a conseguirlas…unas en El Venado o en la ferretería de los Tanamachi…”, su abuelo, quien escuchaba intervino, “que se vaya a El Imperio, ahí lo encuentra todo”. El padre asintió mientras sonreía, “si hija ve al Imperio ahí venden hasta trajes para moscas” y sonreía.

Le dio a Mapi cinco pesos y ésta salió muy contenta a comprar todo lo que necesitaba.

“El Imperio” no quedaba lejos de su casa, más bien muy cerca, como a una cuadra, en Independencia 3, en una fachada de cantera negra muy elaborada y la tienda quedaba en el pasillo enorme y ancho de la entrada.

Mapi salió de la tienda de su padre con sus cinco pesos en la mano, sus colitas de caballo y su vestidito blanco muy amponsito, porque hay que decir que antes los niños podían caminar por las calles de Toluca sin miedo a hacer sus cosas. Caminó por Juárez y llego a la esquina con Independencia en donde estaba el sitio de taxis y el teléfono para pedirlo, el 32 00, en donde Manuel Farfán, amigo de la familia, le dijo cariñoso, “Adiós Mapi, salúdame a tus papás” y la niña siguió caminado por independencia, cruzó el pasaje y luego Rayón en donde estaba la Singer y más adelantito, a una media cuadra, El Imperio.

Llegó, su olor era inconfundible, como a creolina o algo así, tenía un olor peculiar pues ahí vendían de todo, misión de plátano, oro en polvo, tiner, gasolina blanca, anilina, además de ser papelería, mercería o ferretería. Al llegar se quedó como siempre boquiabierta a observar lo que le parecía una tienda enorme. Un mostrador a la derecha que parecía como infinito, detrás de él, un mueble que casi llegaba al techo y en donde había botones, listones, aguja, pulidor de plata Silvo y por el pasillo, escobas, manojos colgados con un lazo con bombas de DDT, matamoscas, veneno para ratas y cucarachas, rollos metálicos para hacer cercas, pinturas, pegamentos, alambres, pinzas, tijeras industriales y para la escuela, además material didáctico para las que estudiaban en la normal y una infinidad de cosas para las fiestas y regalos para los niños: rompecabezas de números, bolsitas de soldados de plástico, paragüitas chinos, canicas de agüita y bombachas, pelotitas de esponja bien duras, cascabeles, vestidos para los bailables de las escuelas, servilletas decoradas, vasos de colores, productos para los beibishauer, maracas, panderos, cascabeles, plumas y no las de escribir pero también, los cartoncitos de muñecas que se recortaban y se les cambiaban los vestidos, rompecabezas y sobre todo que fue el primer negocio que traía, aunque fueran industriales, productos de temporada.

Mapi, se quedó, entre todo esto, maravillada viendo los muñequitos de sosoloy mientras pedía y la atendía no sabía si era Primo, Quintil, Severino o Emilia Romero. Como ida por fascinada, pidió la chaquira para el regalo de su mamá. Se quedó como atontada con tanta cosa. Sus cinco pesos se le cayeron.



Correo: contextotoluca@gmail.com


Eran los años sesenta en Toluca.

Se acercaba mayo y pronto sería el día de la madre y, en la escuela, había que hacer, casi en secreto, el regalo de mamá de manera manual. La maestra les había pedido a todos los alumnos que no se dijera nada en la casa para que la sorpresa fuera mayor. El regalo le sería entregado a las mamás después del festival que en su honor se estaba organizando con bailables, mañanitas y hasta mitades de sánguish de jamón o queso amarillo con una rajita de chile encima…bueno esto último era en cada salón después del festival y los tenían que preparar las mamás muy temprano. A la niña, que se llamaba Mapi, le tocaban llevar veinticinco sangüish y a otros los refrescos, el pastel o alguna otra golosinas para hacer bolsitas que se llevaran las mamas, además de confeti y serpentinas para arreglar el salón.

Así que Mapi se acercó a su papá. “Pá, me pidieron en la escuela 50 gramos de chaquira roja, 100 de amarilla, unos hilos de cáñamo de color negro, dos botones chiquitos negros, una tabla de triplay de 20 por 20 y un pedazo de tela beish para forrarla…ah y pegamento también y dos tubos de serpentinas de colores”.

El padre se volvió para verla, después de atender a un cliente en su tienda de ropa. “¿Y todo eso para qué?”…”shshh, le dijo la niña llevando un dedo a la boca para que guardara silencio, es para el regalo del día de las madres, pero no sé dónde comprarlo”.

“Uy son muchas cosas y hay que ir a lugares diferentes a conseguirlas…unas en El Venado o en la ferretería de los Tanamachi…”, su abuelo, quien escuchaba intervino, “que se vaya a El Imperio, ahí lo encuentra todo”. El padre asintió mientras sonreía, “si hija ve al Imperio ahí venden hasta trajes para moscas” y sonreía.

Le dio a Mapi cinco pesos y ésta salió muy contenta a comprar todo lo que necesitaba.

“El Imperio” no quedaba lejos de su casa, más bien muy cerca, como a una cuadra, en Independencia 3, en una fachada de cantera negra muy elaborada y la tienda quedaba en el pasillo enorme y ancho de la entrada.

Mapi salió de la tienda de su padre con sus cinco pesos en la mano, sus colitas de caballo y su vestidito blanco muy amponsito, porque hay que decir que antes los niños podían caminar por las calles de Toluca sin miedo a hacer sus cosas. Caminó por Juárez y llego a la esquina con Independencia en donde estaba el sitio de taxis y el teléfono para pedirlo, el 32 00, en donde Manuel Farfán, amigo de la familia, le dijo cariñoso, “Adiós Mapi, salúdame a tus papás” y la niña siguió caminado por independencia, cruzó el pasaje y luego Rayón en donde estaba la Singer y más adelantito, a una media cuadra, El Imperio.

Llegó, su olor era inconfundible, como a creolina o algo así, tenía un olor peculiar pues ahí vendían de todo, misión de plátano, oro en polvo, tiner, gasolina blanca, anilina, además de ser papelería, mercería o ferretería. Al llegar se quedó como siempre boquiabierta a observar lo que le parecía una tienda enorme. Un mostrador a la derecha que parecía como infinito, detrás de él, un mueble que casi llegaba al techo y en donde había botones, listones, aguja, pulidor de plata Silvo y por el pasillo, escobas, manojos colgados con un lazo con bombas de DDT, matamoscas, veneno para ratas y cucarachas, rollos metálicos para hacer cercas, pinturas, pegamentos, alambres, pinzas, tijeras industriales y para la escuela, además material didáctico para las que estudiaban en la normal y una infinidad de cosas para las fiestas y regalos para los niños: rompecabezas de números, bolsitas de soldados de plástico, paragüitas chinos, canicas de agüita y bombachas, pelotitas de esponja bien duras, cascabeles, vestidos para los bailables de las escuelas, servilletas decoradas, vasos de colores, productos para los beibishauer, maracas, panderos, cascabeles, plumas y no las de escribir pero también, los cartoncitos de muñecas que se recortaban y se les cambiaban los vestidos, rompecabezas y sobre todo que fue el primer negocio que traía, aunque fueran industriales, productos de temporada.

Mapi, se quedó, entre todo esto, maravillada viendo los muñequitos de sosoloy mientras pedía y la atendía no sabía si era Primo, Quintil, Severino o Emilia Romero. Como ida por fascinada, pidió la chaquira para el regalo de su mamá. Se quedó como atontada con tanta cosa. Sus cinco pesos se le cayeron.



Correo: contextotoluca@gmail.com