/ lunes 6 de septiembre de 2021

Contexto | El molcajete 

Ese día se despertó con la sensación de que la humanidad era un asco. No se atrevía a mirarse al espejo por temor a ver en su imagen la de una raza que en esos momentos aborrecía. “Ser humano” le daba vergüenza; pertenecer a una raza que se consideraba dueña y señora de todas las cosas y creaciones realmente le ponía mal. No sabía si esa idea, que tenía desde hacía tiempo, se había hecho más profunda después del confinamiento a que fue obligado por el Supremo Poder durante meses en los cuales, y según las informaciones, un virus, cuyo origen se desconoce, estaba por exterminar a una raza cuya vocación por la destrucción está en su propia naturaleza…y esa raza se defendía con rabia para sobrevivir. Una raza complaciente con sus pírricos triunfos porque siempre volvía a sus excesos de siempre: las modas, los espectáculos, el trabajo, las rutinas, los miserables de siempre ahora multiplicados en el mundo y en las calles.

“El saldo para la humanidad es más bien negativo”, pensaba ese día, bueno no esa mañana. Nada parecería le quitaría esa sensación nauseabunda. Hacía un recuento rápido. Durante los últimos siglos la historia reportaba muertes, masacres, guerras, epidemias, destrucciones por motivos religiosos, fanatismos que exacerbaban cualquier tipo de agresiones por los motivos que fueran, científicos generadores del apocalipsis con nuevos inventos que solo generaban una necesidad sobre otra y sobre otra. Una raza que es un fastidio y él en su cuerpo se sentía incómodo.

Y escuchaba hablar de humanismo y de dios…jaja, pensaba para sus adentros, como una justificación para todo lo que no se hace. “La humanidad es hipócrita consigo misma”, pensaba, “se dice buena mientras se golpean unos a otros, crean sus propios instrumentos para destruirse, la música, por ejemplo, que podría ser algo noble, ahora se pervierte como si ya dejara de ser una manifestación de gozo colectivo para solo ser producto de consumo, de imágenes, de caras, de gestos por encima de la propia música, la pintura y el arte solo parecen producirse para un mercado necesitado de símbolos de prestigio y de imagen”…

Mientras estaba en esos pensamientos, y sin querer mirarse al espejo, vio de pronto, en un rincón de su cocina un molcajete…lo miro con detenimiento como nunca lo había hecho…era una piedra, una simple piedra dura, con grietas, tallada de manera armónica…pero bella…casi única.

Veía una semiesfera que parecía un universo pero oscuro y al revés…mollicaxtli-temolcaxitl o molcáxitl y lo repetía de pronto en náhuatl como si su espíritu hubiera viajado al pasado o una luna partida con sus cráteres profundos molli-guisado-salsa-caxitl-calete-hendidura que curas con cacahuazintle y lo trituras hasta hacerlo polvo y que llene los espacios, esos hendiduras hechas por la naturaleza.
Como sin querer y viendo, o imaginando, tal vez, en esa semiesfera hundida un pedazo del universo casi inerme, tomó su pequeño telescopio y empezó a analizar, crecidos miles de veces esos cráteres que semejaban al universo o al menos, pensaba, la superficie de la luna pero al revés…los veía enormes y en el detalle se imaginaba minúsculos caminos que comunicaban secretamente y desde lo más profundo de esa piedra-universo “¿a quién le servirían esos caminos?”, se preguntaba, y mientras se alejaba de su realidad-real empezó a imaginar la existencia de un mundo nuevo, de una utopía en la que, por inexistente, prefería sumergirse…una piedra maravillosa que iba más allá de lo que le había hecho creer que era un molcajete.

En esos momentos prefería un molcajete, esa piedra infinita, que era más que toda la humanidad.

…y así siguió un tiempo sumido en los espacios enormes del molcajete pensando que si, finalmente, una tragedia individual se hacía siempre universo, podía huir en esos espacios minúsculos hasta no encontrarse en el nunca jamas.



Correo: contextotoluca@hotmail.com

Ese día se despertó con la sensación de que la humanidad era un asco. No se atrevía a mirarse al espejo por temor a ver en su imagen la de una raza que en esos momentos aborrecía. “Ser humano” le daba vergüenza; pertenecer a una raza que se consideraba dueña y señora de todas las cosas y creaciones realmente le ponía mal. No sabía si esa idea, que tenía desde hacía tiempo, se había hecho más profunda después del confinamiento a que fue obligado por el Supremo Poder durante meses en los cuales, y según las informaciones, un virus, cuyo origen se desconoce, estaba por exterminar a una raza cuya vocación por la destrucción está en su propia naturaleza…y esa raza se defendía con rabia para sobrevivir. Una raza complaciente con sus pírricos triunfos porque siempre volvía a sus excesos de siempre: las modas, los espectáculos, el trabajo, las rutinas, los miserables de siempre ahora multiplicados en el mundo y en las calles.

“El saldo para la humanidad es más bien negativo”, pensaba ese día, bueno no esa mañana. Nada parecería le quitaría esa sensación nauseabunda. Hacía un recuento rápido. Durante los últimos siglos la historia reportaba muertes, masacres, guerras, epidemias, destrucciones por motivos religiosos, fanatismos que exacerbaban cualquier tipo de agresiones por los motivos que fueran, científicos generadores del apocalipsis con nuevos inventos que solo generaban una necesidad sobre otra y sobre otra. Una raza que es un fastidio y él en su cuerpo se sentía incómodo.

Y escuchaba hablar de humanismo y de dios…jaja, pensaba para sus adentros, como una justificación para todo lo que no se hace. “La humanidad es hipócrita consigo misma”, pensaba, “se dice buena mientras se golpean unos a otros, crean sus propios instrumentos para destruirse, la música, por ejemplo, que podría ser algo noble, ahora se pervierte como si ya dejara de ser una manifestación de gozo colectivo para solo ser producto de consumo, de imágenes, de caras, de gestos por encima de la propia música, la pintura y el arte solo parecen producirse para un mercado necesitado de símbolos de prestigio y de imagen”…

Mientras estaba en esos pensamientos, y sin querer mirarse al espejo, vio de pronto, en un rincón de su cocina un molcajete…lo miro con detenimiento como nunca lo había hecho…era una piedra, una simple piedra dura, con grietas, tallada de manera armónica…pero bella…casi única.

Veía una semiesfera que parecía un universo pero oscuro y al revés…mollicaxtli-temolcaxitl o molcáxitl y lo repetía de pronto en náhuatl como si su espíritu hubiera viajado al pasado o una luna partida con sus cráteres profundos molli-guisado-salsa-caxitl-calete-hendidura que curas con cacahuazintle y lo trituras hasta hacerlo polvo y que llene los espacios, esos hendiduras hechas por la naturaleza.
Como sin querer y viendo, o imaginando, tal vez, en esa semiesfera hundida un pedazo del universo casi inerme, tomó su pequeño telescopio y empezó a analizar, crecidos miles de veces esos cráteres que semejaban al universo o al menos, pensaba, la superficie de la luna pero al revés…los veía enormes y en el detalle se imaginaba minúsculos caminos que comunicaban secretamente y desde lo más profundo de esa piedra-universo “¿a quién le servirían esos caminos?”, se preguntaba, y mientras se alejaba de su realidad-real empezó a imaginar la existencia de un mundo nuevo, de una utopía en la que, por inexistente, prefería sumergirse…una piedra maravillosa que iba más allá de lo que le había hecho creer que era un molcajete.

En esos momentos prefería un molcajete, esa piedra infinita, que era más que toda la humanidad.

…y así siguió un tiempo sumido en los espacios enormes del molcajete pensando que si, finalmente, una tragedia individual se hacía siempre universo, podía huir en esos espacios minúsculos hasta no encontrarse en el nunca jamas.



Correo: contextotoluca@hotmail.com