/ lunes 1 de junio de 2020

Contexto | El narciso del coronavirus

Siempre quiso ser actor, estrella de lo que fuera, ser el centro de todas las miradas, sentirse querido, admirado casi idolatrado hasta por los del poder. Pero su sueño se haría realidad y lo tomaría con una modestia hipócrita así así como si no le importara, como si fuera connatural a él mismo. Como epidemiólogo que era, fue acomodando su realidad-sueño apoyado en el miedo, en la información científica y la emocional con los de abajo pero también con los de arriba. Como en una gran obra de teatro, pero en muchos actos, adulaba, sentenciaba, señalaba solo para construir el siguiente acto de una obra que él deseaba no finalizara jamás. Era el eterno contemplador de sí mismo, el narciso del coronavirus, del Covid, de la pandemia.

Primer Acto. No dejaba de pensar en ese merolico que veía siempre en los días de mercado cerca de su casa. “A ver para los males de pies, de cabeza, de muelas, de uñas mi señora y que no le digan, que no le cuenten, aquí está el remedio a todos su males, a ver güerita aquí acérquese porque esta sustancia milagrosa le va….”, esas palabras las repetía para sí. Decidió ser médico y esperaría la oportunidad de ser como ese entrañable merolico, elocuencia, decían otros, para ser ya el protagonista de su propia historia, la que seguro podría construir con su propia capacidad de convencimiento.

Segundo Acto. Pasaron muchos años en el anonimato, en la incertidumbre de su propio ser. “Como me desperdician. Yo preparado, como me desperdician! Yo preparado, se repetía, yo el mejor, yo el dueño de la palabra…”, y se sentaba desolado a contemplarse el mismo. Pero le llego el tiempo. La gran oportunidad: el gran big brother lo llamo. “Ahora solo falta buscar la coyuntura”, se dijo. Él, el especialista encontraría su espacio y su tiempo. Ya llegará. Mientras habría que declarar, empezar a hacerse indispensable y repetía “el sistema de salud es un desastre, hay un cartel de padres de familia con hijos enfermos de cáncer…ellos son los enemigos del pueblo y de su destino”. Ganó, entonces, los favores del poder. “Ya por fin”, ya estoy en el camino.

Tercer Acto. La oportunidad llego con un virus que habría de azotar el mundo. Con paciencia fue preparando el escenario. Los días siguientes solo serían para reforzar ese sueño de adolescente, para eso se había preparado toda la vida si bien Dios no le dio ninguna otra virtud para ser la estrella que quería ser. Aquí empezó a construir su propia inmortalidad, la construcción de su celebridad, su paso a la historia…y a la histeria. El virus “la gran oportunidad, la gran oportunidad”. Empezó a preparar sus propias proyecciones para presentarlas con su elocuencia a sus superiores. Dice lo sabía desde noviembre…”pero habría que esperar el momento oportuno…jejeje…”mientras se frotaba las manos. Llegaba el tiempo de ser como el merolico que admiraba desde niño pero el con soporte científico. Era la gran oportunidad.

Cuarto Acto. “Señor, señor, maestro…” se dirigía a su jefe superior, un hombre taciturno ocupado en resolver problemas de hospitales, de niños enfermos de cáncer, del presupuesto que le recortaron y mil cosas más que le abrumaban. “Sí, dime”, le dijo sin mirarlo y revisando los papeles. Tenemos una emergencia, el virus de China nos llegará pronto. “¿cómo?, porque me lo dices hasta ahora, prepara una presentación hay que avisar de inmediato a los superiores”. Una sonrisa le apareció. Se le abrían las puertas a la celebridad, a estar más cerca e íntimamente con el poder, a sus más de quince minutos de fama, a su gran oportunidad: ser el gran merolico que siempre había querido ser, se imaginaba en la televisión, en las portadas de revistas, en entrevistas con medios internacionales, en caricaturas. Todo lo tenía preparado. Eran los primeros actos de otros más los que planearía. (continuara).

Siempre quiso ser actor, estrella de lo que fuera, ser el centro de todas las miradas, sentirse querido, admirado casi idolatrado hasta por los del poder. Pero su sueño se haría realidad y lo tomaría con una modestia hipócrita así así como si no le importara, como si fuera connatural a él mismo. Como epidemiólogo que era, fue acomodando su realidad-sueño apoyado en el miedo, en la información científica y la emocional con los de abajo pero también con los de arriba. Como en una gran obra de teatro, pero en muchos actos, adulaba, sentenciaba, señalaba solo para construir el siguiente acto de una obra que él deseaba no finalizara jamás. Era el eterno contemplador de sí mismo, el narciso del coronavirus, del Covid, de la pandemia.

Primer Acto. No dejaba de pensar en ese merolico que veía siempre en los días de mercado cerca de su casa. “A ver para los males de pies, de cabeza, de muelas, de uñas mi señora y que no le digan, que no le cuenten, aquí está el remedio a todos su males, a ver güerita aquí acérquese porque esta sustancia milagrosa le va….”, esas palabras las repetía para sí. Decidió ser médico y esperaría la oportunidad de ser como ese entrañable merolico, elocuencia, decían otros, para ser ya el protagonista de su propia historia, la que seguro podría construir con su propia capacidad de convencimiento.

Segundo Acto. Pasaron muchos años en el anonimato, en la incertidumbre de su propio ser. “Como me desperdician. Yo preparado, como me desperdician! Yo preparado, se repetía, yo el mejor, yo el dueño de la palabra…”, y se sentaba desolado a contemplarse el mismo. Pero le llego el tiempo. La gran oportunidad: el gran big brother lo llamo. “Ahora solo falta buscar la coyuntura”, se dijo. Él, el especialista encontraría su espacio y su tiempo. Ya llegará. Mientras habría que declarar, empezar a hacerse indispensable y repetía “el sistema de salud es un desastre, hay un cartel de padres de familia con hijos enfermos de cáncer…ellos son los enemigos del pueblo y de su destino”. Ganó, entonces, los favores del poder. “Ya por fin”, ya estoy en el camino.

Tercer Acto. La oportunidad llego con un virus que habría de azotar el mundo. Con paciencia fue preparando el escenario. Los días siguientes solo serían para reforzar ese sueño de adolescente, para eso se había preparado toda la vida si bien Dios no le dio ninguna otra virtud para ser la estrella que quería ser. Aquí empezó a construir su propia inmortalidad, la construcción de su celebridad, su paso a la historia…y a la histeria. El virus “la gran oportunidad, la gran oportunidad”. Empezó a preparar sus propias proyecciones para presentarlas con su elocuencia a sus superiores. Dice lo sabía desde noviembre…”pero habría que esperar el momento oportuno…jejeje…”mientras se frotaba las manos. Llegaba el tiempo de ser como el merolico que admiraba desde niño pero el con soporte científico. Era la gran oportunidad.

Cuarto Acto. “Señor, señor, maestro…” se dirigía a su jefe superior, un hombre taciturno ocupado en resolver problemas de hospitales, de niños enfermos de cáncer, del presupuesto que le recortaron y mil cosas más que le abrumaban. “Sí, dime”, le dijo sin mirarlo y revisando los papeles. Tenemos una emergencia, el virus de China nos llegará pronto. “¿cómo?, porque me lo dices hasta ahora, prepara una presentación hay que avisar de inmediato a los superiores”. Una sonrisa le apareció. Se le abrían las puertas a la celebridad, a estar más cerca e íntimamente con el poder, a sus más de quince minutos de fama, a su gran oportunidad: ser el gran merolico que siempre había querido ser, se imaginaba en la televisión, en las portadas de revistas, en entrevistas con medios internacionales, en caricaturas. Todo lo tenía preparado. Eran los primeros actos de otros más los que planearía. (continuara).