/ lunes 18 de mayo de 2020

Contexto | …en defensa de la prensa

El poder, el gobierno, se enfada con la prensa.

La agrede y le reprocha su falta de solidaridad con un proyecto político, un proyecto ideológico o una política determinada como si el gobierno fuera la encarnación del Estado o de la sociedad y no es, sino tan solo, uno de sus elementos.

La crisis sanitaria desnudo a muchos gobernantes en el mundo. El gobierno no es nunca, salvo en sociedades que estén bajo regímenes autoritarios o en vías de serlo, el único actor social ni el poseedor exclusivo de la verdad social, económica o política.

Hoy las sociedades están cada vez más fragmentadas y son múltiples: movimientos de mujeres, de discapacitados, de liberación sexual, abortistas a favor y en contra, ecológicos, ambientalistas entre muchos movimientos sociales.

Las sociedades se mueven y generan realidades que pueden ser ignoradas por el poder y, sin embargo, están presentes y son las que, al final, están en la base del comportamiento social.

Los gobiernos, aquellos quienes detentan el poder, tienen a crear su propia realidad, a construirla con cifras, datos y tendencias y evocar, siempre lo hacen, su legitimidad histórica. Este convencimiento no les permite reconocer otras realidades y esto los pone cerca de la intolerancia.

En distintos puntos del orbe está ocurriendo y en México también.

Los gobiernos no saben leer a la prensa. Parecen no entender su función social como intermediario entre la sociedad y el gobierno. Puede ser representantes de un sector de esta sociedad fragmentada o bien tener una postura ideológica diferente a quien detenta el poder. Y esto es siempre útil para los buenos gobiernos: les permite ver realidades que desde el poder no se ven.

El poder es, por su naturaleza, narcisista sino quiere ser democrático. Los gobiernos se pueden encerrar en sus proyectos ideológicos o en sus obsesiones simbólicas por el poder, pero en sociedades que se quieren democráticas el papel de la prensa es fundamental: les permite ver lo que sus círculos de cercanos o sus fuentes de información no les proporcionan. Para un buen gobernante le amplía sus horizontes. ¿Eso es más útil que molestarse o ponerse de mal
humor?

¿Qué hubiera pasado con los equipos de protección para los médicos que hacen frente al Covid-19 en México en Alemania o en Estados Unidos, si la prensa no es reflejo de sus protestas? ¿Qué hubiera pasado si en Ecuador no se denuncian los muertos por COvid tirados en las calles? ¿Qué hubiera pasado si las denuncias de violencia familiar durante la emergencia sanitaria no aparecen en la prensa? ¿Qué hubiera pasado si no se denuncia lo que ha pasado en los crematorios de México? ¿Qué hubiera pasado sino se denuncia que los hospitales se están llenando de muertos y de contagiados?

Son miles los ejemplos de los últimos días que se pueden mencionar y que han, quiérase o no, limitado la soberbia del poder y han permito atender muchos problemas o ampliado capacidades.

A los gobiernos les conviene el silencio. A la sociedad no. Ser reflejo de la realidad es un imperativo moral y ético.

Por los años sesenta del siglo XIX mexicano en una editorial de La Orquesta, en pleno periodo juarista, se decía sobre la prensa: “Libres. Independientes. Sin odio y sin temor, queremos cumplir con nuestra conciencia y ofrecer a los vencedores una corona adornada con las espinas de la verdad y no con las flores de la adulación”

Ojala y con esta crisis, las clases gobernantes valoren el valor enorme de la prensa.

El poder, el gobierno, se enfada con la prensa.

La agrede y le reprocha su falta de solidaridad con un proyecto político, un proyecto ideológico o una política determinada como si el gobierno fuera la encarnación del Estado o de la sociedad y no es, sino tan solo, uno de sus elementos.

La crisis sanitaria desnudo a muchos gobernantes en el mundo. El gobierno no es nunca, salvo en sociedades que estén bajo regímenes autoritarios o en vías de serlo, el único actor social ni el poseedor exclusivo de la verdad social, económica o política.

Hoy las sociedades están cada vez más fragmentadas y son múltiples: movimientos de mujeres, de discapacitados, de liberación sexual, abortistas a favor y en contra, ecológicos, ambientalistas entre muchos movimientos sociales.

Las sociedades se mueven y generan realidades que pueden ser ignoradas por el poder y, sin embargo, están presentes y son las que, al final, están en la base del comportamiento social.

Los gobiernos, aquellos quienes detentan el poder, tienen a crear su propia realidad, a construirla con cifras, datos y tendencias y evocar, siempre lo hacen, su legitimidad histórica. Este convencimiento no les permite reconocer otras realidades y esto los pone cerca de la intolerancia.

En distintos puntos del orbe está ocurriendo y en México también.

Los gobiernos no saben leer a la prensa. Parecen no entender su función social como intermediario entre la sociedad y el gobierno. Puede ser representantes de un sector de esta sociedad fragmentada o bien tener una postura ideológica diferente a quien detenta el poder. Y esto es siempre útil para los buenos gobiernos: les permite ver realidades que desde el poder no se ven.

El poder es, por su naturaleza, narcisista sino quiere ser democrático. Los gobiernos se pueden encerrar en sus proyectos ideológicos o en sus obsesiones simbólicas por el poder, pero en sociedades que se quieren democráticas el papel de la prensa es fundamental: les permite ver lo que sus círculos de cercanos o sus fuentes de información no les proporcionan. Para un buen gobernante le amplía sus horizontes. ¿Eso es más útil que molestarse o ponerse de mal
humor?

¿Qué hubiera pasado con los equipos de protección para los médicos que hacen frente al Covid-19 en México en Alemania o en Estados Unidos, si la prensa no es reflejo de sus protestas? ¿Qué hubiera pasado si en Ecuador no se denuncian los muertos por COvid tirados en las calles? ¿Qué hubiera pasado si las denuncias de violencia familiar durante la emergencia sanitaria no aparecen en la prensa? ¿Qué hubiera pasado si no se denuncia lo que ha pasado en los crematorios de México? ¿Qué hubiera pasado sino se denuncia que los hospitales se están llenando de muertos y de contagiados?

Son miles los ejemplos de los últimos días que se pueden mencionar y que han, quiérase o no, limitado la soberbia del poder y han permito atender muchos problemas o ampliado capacidades.

A los gobiernos les conviene el silencio. A la sociedad no. Ser reflejo de la realidad es un imperativo moral y ético.

Por los años sesenta del siglo XIX mexicano en una editorial de La Orquesta, en pleno periodo juarista, se decía sobre la prensa: “Libres. Independientes. Sin odio y sin temor, queremos cumplir con nuestra conciencia y ofrecer a los vencedores una corona adornada con las espinas de la verdad y no con las flores de la adulación”

Ojala y con esta crisis, las clases gobernantes valoren el valor enorme de la prensa.