/ lunes 12 de agosto de 2019

Contexto / La desconfianza y el hartazgo


La sociedad mexicana actual se desenvuelve najo un ambiente de desconfianza, de corrupción, de malos manejos de la cosa pública.

La sociedad se está hartando.

Diga lo que se diga la corrupción sigue. Sobre todo aquella que afecta al ciudadano. La que se la ventanilla, en la barandilla, en el juzgado, en el mercado, en la calle, en las oficinas gubernamentales.

Es, se insiste, la que tiene que ver con el ciudadano.

Los ejemplos siguen siendo constantes.

La señora que se acerca a una oficina gubernamental, ya no importa el orden de gobierno, para hacer un trámite de regularización de su casa y le piden dinero para poder acelerar el trámite, el sustituir una pequeña falla o simplemente para no retenerlo. Eso sucede.

El pobre hombre, la pobre mujer que tienen su viejo automóvil, que no tienen la posibilidad de enterarse de las nuevas disposiciones y les es retirado su automóvil porque ya no sabían que tenía la obligación de verificarlo.

El inspector sanitario que se acerca a un negocio, ante el miedo de su pequeño propietario, para poder solo pedirle “una cooperación” y hacerse de la vista gorda para evitar sanciones lo que perpetua la ilegalidad en el funcionamiento.

El policía de calle en cualquier municipio conurbado de la ciudad de México que se acerca por el motivo que sea para solo buscar un pretexto para extorsionar ya no importa si es por la licencia, la placa o simplemente por molestar.

El transporte público que al menos, en el Estado, es un monumento a la irregularidad, la extorsión, el desorden.

Aunado a ello se ha ido fortaleciendo un sistema de desconfianza principalmente en los diferentes órdenes de gobierno.

El burócrata desconfía de su jefe porque éste abusa, de u otra manera del presupuesto, de sus prebendas, de sus privilegios aunque se digan que ya no existen (existen mil maneras de engañar a : secretarios particulares, auxiliares, choferes, asesores que siguen aún existiendo a pesar del discurso.

El jefe que desconfía de sus colaboradores porque simplemente piensa que extorsiona y el no participa…y eso sucede muy claramente entre la policía.

La desconfianza del ciudadano ante sus gobernantes.

La desconfianza del creyente ante el sacerdote, el ministro de culto o el consejero.

La desconfianza del alumno al maestro…los casos de acoso sexual en las escuelas.

La desconfianza del esposo a la esposa.

La desconfianza que se genera por las disputas por el patrimonio.

Esto cansa al sociedad, no quiere decir que la sociedad se detenga, los hombres viven, se divierte, trabajan, viven en familia.

La vida continua, a pesar de todo.

Lo que está en juego es el hartazgo de todo.

De vivir con miedo a ser asesinado, robada o violada.

EL hartazgo está rompiendo el tejido social. No lo construye.

Los gobernantes, de todos niveles, a falta de proyecto social, solo reproducen las mismas fórmulas de gestión de lo social.

En el fondo nada ha cambiado.

Y eso fomenta el desánimo y el hartazgo…y a ver hasta cuando.


La sociedad mexicana actual se desenvuelve najo un ambiente de desconfianza, de corrupción, de malos manejos de la cosa pública.

La sociedad se está hartando.

Diga lo que se diga la corrupción sigue. Sobre todo aquella que afecta al ciudadano. La que se la ventanilla, en la barandilla, en el juzgado, en el mercado, en la calle, en las oficinas gubernamentales.

Es, se insiste, la que tiene que ver con el ciudadano.

Los ejemplos siguen siendo constantes.

La señora que se acerca a una oficina gubernamental, ya no importa el orden de gobierno, para hacer un trámite de regularización de su casa y le piden dinero para poder acelerar el trámite, el sustituir una pequeña falla o simplemente para no retenerlo. Eso sucede.

El pobre hombre, la pobre mujer que tienen su viejo automóvil, que no tienen la posibilidad de enterarse de las nuevas disposiciones y les es retirado su automóvil porque ya no sabían que tenía la obligación de verificarlo.

El inspector sanitario que se acerca a un negocio, ante el miedo de su pequeño propietario, para poder solo pedirle “una cooperación” y hacerse de la vista gorda para evitar sanciones lo que perpetua la ilegalidad en el funcionamiento.

El policía de calle en cualquier municipio conurbado de la ciudad de México que se acerca por el motivo que sea para solo buscar un pretexto para extorsionar ya no importa si es por la licencia, la placa o simplemente por molestar.

El transporte público que al menos, en el Estado, es un monumento a la irregularidad, la extorsión, el desorden.

Aunado a ello se ha ido fortaleciendo un sistema de desconfianza principalmente en los diferentes órdenes de gobierno.

El burócrata desconfía de su jefe porque éste abusa, de u otra manera del presupuesto, de sus prebendas, de sus privilegios aunque se digan que ya no existen (existen mil maneras de engañar a : secretarios particulares, auxiliares, choferes, asesores que siguen aún existiendo a pesar del discurso.

El jefe que desconfía de sus colaboradores porque simplemente piensa que extorsiona y el no participa…y eso sucede muy claramente entre la policía.

La desconfianza del ciudadano ante sus gobernantes.

La desconfianza del creyente ante el sacerdote, el ministro de culto o el consejero.

La desconfianza del alumno al maestro…los casos de acoso sexual en las escuelas.

La desconfianza del esposo a la esposa.

La desconfianza que se genera por las disputas por el patrimonio.

Esto cansa al sociedad, no quiere decir que la sociedad se detenga, los hombres viven, se divierte, trabajan, viven en familia.

La vida continua, a pesar de todo.

Lo que está en juego es el hartazgo de todo.

De vivir con miedo a ser asesinado, robada o violada.

EL hartazgo está rompiendo el tejido social. No lo construye.

Los gobernantes, de todos niveles, a falta de proyecto social, solo reproducen las mismas fórmulas de gestión de lo social.

En el fondo nada ha cambiado.

Y eso fomenta el desánimo y el hartazgo…y a ver hasta cuando.