/ lunes 31 de agosto de 2020

Contexto | Los otros ruidos de la calle 

Mientras el ruido de la política aturde a la sociedad mexicana y desvela las ambiciones de las clases políticas. Mientras el ruido del desempleo, del temor a los contagios, de la falta de ingreso o de empleo aturde y desconcierta, vale la pena volver a escuchar los ruidos de las calles mexicanas que hoy se multiplican como gritos de denuncia y esperanza.

En México hay una gran tradición de vida en la calle y por las calles. Nos viene desde lejos, nos viene desde centurias.

Hoy prácticamente todas las calles, de todas las ciudades del país, han resurgido como espacios de venta y sobrevivencia. Cientos, miles de hombres, mujeres, niños, niñas venden, dan espectáculos, ofrecen servicios en casi todas sus esquinas. Algunos lo llaman economía informal cuando solo es el medio para no morir de la desesperación.

Los mexicanos hemos hecho del comer en las calles un modo de vida con sus principios, sus reglas de convivencia, un lenguaje particular y una manera de ser no escrita y, sin embargo, poco estudiada.

Pero hay otros ruidos que son la vida en comunidad y que ya se nos hacen invisibles, pero que ahí están y cada vez menos, pero todos tenían sus horas y sus tiempos.

Desde por la mañana al estar en casa escuchaba uno desde temprano la campana de la basura, un tilín-tilan inconfundible seguido de un “la basuuuuraaaa”…y a correrle con las bolsas o los botes para alcanzarlo. Al regreso a casa después de la carrera le seguía una voz tipluda y apretada que gritaba “…el gaaaaas”….seguido de una orden de la mamá…”ándale súbete a ver si todavía hay…pero rapidito que se va”, y pues uno salía corriendo.

Más tarde seguían los gritos del ropavejero….”seño…ropa vieja que vendaaaa” y ahí iba el señor en su carrito muchas veces tirado por un caballo o una bici adaptada con una caja de metal en el frente.

…y luego la del fierrero…”fierro viejo que venda…estufas, refrigeradores…”y se paraba en cada esquina de las colonias de clase media…y quien tuviera algo pues salía, “unos centavitos no caen nada mal”.

Así pasaba el día en las calles.

Eran de esos ruidos tan familiares que ya ni llamaban nuestra atención.

Ah! porque muy temprano también gritaba el de la leche bronca que iba en su carrito tirado por una mula….y también, cuando el agua dejo de ser potable, la llevaban en camionetas y gritaban con un sonido chillón…”el aguaaaa…” y pues ya salía uno.

Ya más tardecito y si era domingo y lo llevaban a uno al parque, estaba el señor de las nieves quien con su carrito hacía sonar su campanita que bien podían ser varias o bien un timbre de bicicleta o bien llevaba música como de carrusel que hasta se sentía uno en disneilandia aunque nunca hubiera ido uno, y se tomaba uno su barquillo de flor de nata con limón.

Lo que si nunca faltaba, y eso irrepetible, era salir del rosario de la tarde de la iglesia y empezar a oler ese aroma a carbón tan rico seguido de un chiflido…”fiuuuuuuu…fiuuuuu” y veía el humo seguido del grito “camoteeees, hay camoooooteeees”….y pues iba uno al carrito de hojalata curvo y con camotes y plátanos cocidos y se pedía uno y en papel de estrasa acomodaban el camote calientito y le ponían miel de abeja o leche nestlé y pues ni modo a darle…también estaban desde el medio día la de los “ya llegaron sus ricos (seguro venían de lejos) y deliciosos tamales oaxaqueños, venga por sus ricos y calientitos tamales oaxaqueñooooos”….

Ruidos y gritos que hacían de nuestras calles una delicia de olores y voces…hoy la modernidad nos las está quitando pero eran los ruidos y las voces con las que crecieron muchos.

Loa ruidos de las calles son los ruidos de México, de ese México que en sus calles de hoy con la crisis empieza a resurgir, tal vez con otros gritos un poco mas silenciosos y menos festivos.

Basta salir, ver y comprender.




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Mientras el ruido de la política aturde a la sociedad mexicana y desvela las ambiciones de las clases políticas. Mientras el ruido del desempleo, del temor a los contagios, de la falta de ingreso o de empleo aturde y desconcierta, vale la pena volver a escuchar los ruidos de las calles mexicanas que hoy se multiplican como gritos de denuncia y esperanza.

En México hay una gran tradición de vida en la calle y por las calles. Nos viene desde lejos, nos viene desde centurias.

Hoy prácticamente todas las calles, de todas las ciudades del país, han resurgido como espacios de venta y sobrevivencia. Cientos, miles de hombres, mujeres, niños, niñas venden, dan espectáculos, ofrecen servicios en casi todas sus esquinas. Algunos lo llaman economía informal cuando solo es el medio para no morir de la desesperación.

Los mexicanos hemos hecho del comer en las calles un modo de vida con sus principios, sus reglas de convivencia, un lenguaje particular y una manera de ser no escrita y, sin embargo, poco estudiada.

Pero hay otros ruidos que son la vida en comunidad y que ya se nos hacen invisibles, pero que ahí están y cada vez menos, pero todos tenían sus horas y sus tiempos.

Desde por la mañana al estar en casa escuchaba uno desde temprano la campana de la basura, un tilín-tilan inconfundible seguido de un “la basuuuuraaaa”…y a correrle con las bolsas o los botes para alcanzarlo. Al regreso a casa después de la carrera le seguía una voz tipluda y apretada que gritaba “…el gaaaaas”….seguido de una orden de la mamá…”ándale súbete a ver si todavía hay…pero rapidito que se va”, y pues uno salía corriendo.

Más tarde seguían los gritos del ropavejero….”seño…ropa vieja que vendaaaa” y ahí iba el señor en su carrito muchas veces tirado por un caballo o una bici adaptada con una caja de metal en el frente.

…y luego la del fierrero…”fierro viejo que venda…estufas, refrigeradores…”y se paraba en cada esquina de las colonias de clase media…y quien tuviera algo pues salía, “unos centavitos no caen nada mal”.

Así pasaba el día en las calles.

Eran de esos ruidos tan familiares que ya ni llamaban nuestra atención.

Ah! porque muy temprano también gritaba el de la leche bronca que iba en su carrito tirado por una mula….y también, cuando el agua dejo de ser potable, la llevaban en camionetas y gritaban con un sonido chillón…”el aguaaaa…” y pues ya salía uno.

Ya más tardecito y si era domingo y lo llevaban a uno al parque, estaba el señor de las nieves quien con su carrito hacía sonar su campanita que bien podían ser varias o bien un timbre de bicicleta o bien llevaba música como de carrusel que hasta se sentía uno en disneilandia aunque nunca hubiera ido uno, y se tomaba uno su barquillo de flor de nata con limón.

Lo que si nunca faltaba, y eso irrepetible, era salir del rosario de la tarde de la iglesia y empezar a oler ese aroma a carbón tan rico seguido de un chiflido…”fiuuuuuuu…fiuuuuu” y veía el humo seguido del grito “camoteeees, hay camoooooteeees”….y pues iba uno al carrito de hojalata curvo y con camotes y plátanos cocidos y se pedía uno y en papel de estrasa acomodaban el camote calientito y le ponían miel de abeja o leche nestlé y pues ni modo a darle…también estaban desde el medio día la de los “ya llegaron sus ricos (seguro venían de lejos) y deliciosos tamales oaxaqueños, venga por sus ricos y calientitos tamales oaxaqueñooooos”….

Ruidos y gritos que hacían de nuestras calles una delicia de olores y voces…hoy la modernidad nos las está quitando pero eran los ruidos y las voces con las que crecieron muchos.

Loa ruidos de las calles son los ruidos de México, de ese México que en sus calles de hoy con la crisis empieza a resurgir, tal vez con otros gritos un poco mas silenciosos y menos festivos.

Basta salir, ver y comprender.




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