/ lunes 6 de abril de 2020

Contexto | Mi celular y yo

Un poco de soledad nos habita a todos.

Aún en el mejor de los casos, estando en familia, está presente. El fenómeno se multiplica en muchos escenarios.

UNO. La familia tradicional empieza a buscar nuevos parámetros de relacionamiento, nuevas formas de división del trabajo en su interior. Las responsabilidades se reparten. Una cosa les toca al esposo/a, o pareja, otra al hijo mayor, y otras tareas a los otros miembros de la familia.

Muchos o muchas, porque las empleadas domésticas se fueron, por primera vez se enfrentan a lavar un excusado, una regadera, unos lavabos o incluso algunos trapos. “Uta esto si está duro”, dice uno/a mientras trata de quitar el cochambre de la cocina, lavar las toallas, lavar los platos o tareas como limpiar una mesa o barrer.

Las cosas más simples adquirieron otra dimensión con el encierro, con el quédate-en-casa. “Aquí tratando hacer las cosas fáciles”, me comentaba un amigo que vivía en su departamento con sus cuatro hijos. Nunca, por tanto tiempo habían estado tanto tiempo juntos.

La diferencia de horarios de trabajo, las propias agendas personales había modificado la vida en familia. Hoy todos están obligados a compartir tiempos y tareas y no hay de otra. Los conflictos siempre se presentan porque todos están descubriendo, aunque sea por primera vez, una manera de vivir diferente.

Ya después de días la vida se va haciendo monótona, la televisión empieza a perder sentido después de tanto verla, las conversaciones empiezan a ser más cortas pues se pierden o se desgastan las palabras. Muchos se aíslan en sus silencios, tratando de dormir y algunos de leer. Se van creando soledades que luego pueden ser explosivas y que están en el origen de la violencia familiar cada vez más creciente en estos días.

EL trabajo, el estar fuera muchos lo entienden como un factor liberador. Muchos no han aprendido a amar a aquellos a quienes tiene cerca y que, en estos momentos, son los únicos que, de ocurrir, pueden llevarlos a una atención medica en caso de emergencia.

DOS. Existen también aquellas familias en las que uno de los miembros o más deben salir a buscar el ingreso del día a día. Así siempre había sido. Ahora con las restricciones para salir a la calle el ingreso baja o se hace nulo. Muchos vivirán de las pensiones de los abuelos como sucede ya en muchos lugares de Europa. Aquí la impotencia gana, la frustración y la angustia y es el germen de la violencia social de no encontrar un remedio pronto. Las soledades aquí se multiplican en un grito de sálvense quien pueda. Muchas veces ni la solidaridad familiar alcanza. La tristeza invade a muchos.

TRES. Vive solo, sin pareja y sin familia. Los días le parecen lentos, las horas se alargan y el insomnio domina. Aprende solo o reafirma lo que ya sabía. La vida se le va haciendo monótona, busca sus lazos afectivos fuera, se hace más adicto a las redes sociales, se aburre. Esta dispuesto a contagiarse, incluso a morir con tal de que le llamen del trabajo, le digan que lo necesitan, que es indispensable. Nadie le llama, le bajan el salario…y se vuelve a refugiar en las redes y en su celular.
Si, en efecto, el celular se ha constituido en el elemento liberador para muchos, su medio de relacionamiento social por excelencia, el que da la proximidad física y emocional que hoy a muchos les hace falta.

Es el único medio que integra, distrae frente a la soledad. A través de él se expresa el amor al que esta distante, guarda el secreto cuando se habla con la/el amante teniendo a su pareja a su lado. Es también un objeto que llama al conflicto: un mensaje en la madrugada, una llamada deslizada, una fotografía mal enviada es la puerta de un problema de pareja.

La tecnología ayuda en estas crisis. Su exceso puede crear conflictos pero también afectos. El objeto (el celular, la tablet) pasa a ser sujeto en nuestras vidas.


Por lo pronto yo ya hice un pacto con mi celular: no lo tendré a la mano permanentemente y le estableceré horarios concretos para estar con el…antes de que domine toda mi vida.

Un poco de soledad nos habita a todos.

Aún en el mejor de los casos, estando en familia, está presente. El fenómeno se multiplica en muchos escenarios.

UNO. La familia tradicional empieza a buscar nuevos parámetros de relacionamiento, nuevas formas de división del trabajo en su interior. Las responsabilidades se reparten. Una cosa les toca al esposo/a, o pareja, otra al hijo mayor, y otras tareas a los otros miembros de la familia.

Muchos o muchas, porque las empleadas domésticas se fueron, por primera vez se enfrentan a lavar un excusado, una regadera, unos lavabos o incluso algunos trapos. “Uta esto si está duro”, dice uno/a mientras trata de quitar el cochambre de la cocina, lavar las toallas, lavar los platos o tareas como limpiar una mesa o barrer.

Las cosas más simples adquirieron otra dimensión con el encierro, con el quédate-en-casa. “Aquí tratando hacer las cosas fáciles”, me comentaba un amigo que vivía en su departamento con sus cuatro hijos. Nunca, por tanto tiempo habían estado tanto tiempo juntos.

La diferencia de horarios de trabajo, las propias agendas personales había modificado la vida en familia. Hoy todos están obligados a compartir tiempos y tareas y no hay de otra. Los conflictos siempre se presentan porque todos están descubriendo, aunque sea por primera vez, una manera de vivir diferente.

Ya después de días la vida se va haciendo monótona, la televisión empieza a perder sentido después de tanto verla, las conversaciones empiezan a ser más cortas pues se pierden o se desgastan las palabras. Muchos se aíslan en sus silencios, tratando de dormir y algunos de leer. Se van creando soledades que luego pueden ser explosivas y que están en el origen de la violencia familiar cada vez más creciente en estos días.

EL trabajo, el estar fuera muchos lo entienden como un factor liberador. Muchos no han aprendido a amar a aquellos a quienes tiene cerca y que, en estos momentos, son los únicos que, de ocurrir, pueden llevarlos a una atención medica en caso de emergencia.

DOS. Existen también aquellas familias en las que uno de los miembros o más deben salir a buscar el ingreso del día a día. Así siempre había sido. Ahora con las restricciones para salir a la calle el ingreso baja o se hace nulo. Muchos vivirán de las pensiones de los abuelos como sucede ya en muchos lugares de Europa. Aquí la impotencia gana, la frustración y la angustia y es el germen de la violencia social de no encontrar un remedio pronto. Las soledades aquí se multiplican en un grito de sálvense quien pueda. Muchas veces ni la solidaridad familiar alcanza. La tristeza invade a muchos.

TRES. Vive solo, sin pareja y sin familia. Los días le parecen lentos, las horas se alargan y el insomnio domina. Aprende solo o reafirma lo que ya sabía. La vida se le va haciendo monótona, busca sus lazos afectivos fuera, se hace más adicto a las redes sociales, se aburre. Esta dispuesto a contagiarse, incluso a morir con tal de que le llamen del trabajo, le digan que lo necesitan, que es indispensable. Nadie le llama, le bajan el salario…y se vuelve a refugiar en las redes y en su celular.
Si, en efecto, el celular se ha constituido en el elemento liberador para muchos, su medio de relacionamiento social por excelencia, el que da la proximidad física y emocional que hoy a muchos les hace falta.

Es el único medio que integra, distrae frente a la soledad. A través de él se expresa el amor al que esta distante, guarda el secreto cuando se habla con la/el amante teniendo a su pareja a su lado. Es también un objeto que llama al conflicto: un mensaje en la madrugada, una llamada deslizada, una fotografía mal enviada es la puerta de un problema de pareja.

La tecnología ayuda en estas crisis. Su exceso puede crear conflictos pero también afectos. El objeto (el celular, la tablet) pasa a ser sujeto en nuestras vidas.


Por lo pronto yo ya hice un pacto con mi celular: no lo tendré a la mano permanentemente y le estableceré horarios concretos para estar con el…antes de que domine toda mi vida.