/ lunes 30 de agosto de 2021

Contexto | Realidad gaseosa: nuestro dulce presente 


A Mar, en estos momentos y desde aquí…

Hubo un tiempo en que la humanidad vivía en una realidad sólida. Era la del mundo industrial, el mundo de las fábricas, el del surgimiento del proletariado, el de la búsqueda del bien material y la acumulación paulatina de capital, de la construcción de enormes fábricas de ladrillo, de enormes catedrales que duraran para siempre, de la consolidación del Estado como síntesis de la racionalidad política y de estructura de poder, es decir, de la administración casi casi de la naturaleza por los humanos en toda su totalidad. Un mundo que hoy aún hoy podemos contemplar y que nos gusta solo para regocijarnos en el pasado. Ese mundo subsiste y aun ahí está pero con valoraciones muy diferentes a las que fueron creadas. Y ahí están, las pirámides de Teotihuacán o la Catedral de Notre Dame, en sus orígenes lugares de culto y ahora destinos turísticos…una realidad que el tiempo cambio de valor.

Y luego viene Zygmunt Bauman, el sociólogo polaco, y nos dice que la modernidad nos trajo una realidad liquida en la que “la preocupación de nuestra vida social e individual es como prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar el futuro” y eso determina el comportamiento social. Es decir, el mundo actual en el que la inestabilidad es la característica de la vida, en la que las identidades de las personas y de los pueblos son múltiples, uno es, por ejemplo, una persona en el trabajo, otra en la casa o con los amigos; el Estado y sus dirigentes se han vuelto hacia el pragmatismo y son cambiantes de acuerdo a las circunstancias; el tiempo es más veloz y la vida se va a cada instante; se tiene la certidumbre de que nada va a durar mucho, que los amores son cortos y pasajeros, en que siempre habrá nuevas oportunidades y no habría que comprometerse con nada o con nadie; que todo cambia de un momento a otro y por eso habría que darse prisa...sociedades en las que nada ni nadie está seguro ni en el empleo, ni en las relaciones personales, ni en lo afectivo. Todo se disuelve en las realidades que van de prisa y que son como un vaso de agua en “donde el más simple empujón cambia la forma del agua”. Todo se mueve y nada, al menos no para siempre.

Y he aquí que aparece, sin esperarlo, la realidad gaseosa acompañada del gran personaje de nuestro tiempo: el Sars-CoV-2…y que nos cambia esas realidades tanto en lo colectivo como en lo individual. Todo, de pronto, se hizo gaseoso porque todo es inasible, indefinido, incierto. Lo gaseoso, como definición más simple, es el estado de agregación de la materia compuesto principalmente por moléculas no unidas, expandidas y con poca fuerza de atracción y en donde los gases no tienen ni volumen ni forma definidos y se expanden libremente hasta llenar el espacio que los contiene.

Nada más y nada menos que la realidad del día de hoy en que todo está poco unido entre sí. El tejido social ahora es más informe que antes, las luchas ya no son nacionales sino que cruzan las fronteras, los Estados sufren transformaciones y los gobernantes que, aun con cambios, insisten en preservar sus niveles de poder; en lo individual instituciones sólidas como la familia se esfumaban, por el confinamiento, muchas parejas, se dieron cuenta que no eran el uno para el otro; la relación con los hijos no era tan sólida y aumento la violencia familiar; los movimientos migratorios se incrementaron en todas las regiones del mundo y las estructuras sociales producto del desempleo y la promesa se empezaron a hacer informes y los sistemas educativos se debieron transformar en realidades indefinidas. En México, la crisis, está llevando a una realidad gaseosa que se caracteriza porque la presencia del Estado se ha visto disminuida en muchas regiones del país y las estructuras tradicionales se han visto superadas.

Lo informe, lo indefinido parece ser el signo de nuestro tiempo. Vivimos una realidad gaseosa y los gases nos la impiden ver.

Correo: contextotoluca@hotmail.com


A Mar, en estos momentos y desde aquí…

Hubo un tiempo en que la humanidad vivía en una realidad sólida. Era la del mundo industrial, el mundo de las fábricas, el del surgimiento del proletariado, el de la búsqueda del bien material y la acumulación paulatina de capital, de la construcción de enormes fábricas de ladrillo, de enormes catedrales que duraran para siempre, de la consolidación del Estado como síntesis de la racionalidad política y de estructura de poder, es decir, de la administración casi casi de la naturaleza por los humanos en toda su totalidad. Un mundo que hoy aún hoy podemos contemplar y que nos gusta solo para regocijarnos en el pasado. Ese mundo subsiste y aun ahí está pero con valoraciones muy diferentes a las que fueron creadas. Y ahí están, las pirámides de Teotihuacán o la Catedral de Notre Dame, en sus orígenes lugares de culto y ahora destinos turísticos…una realidad que el tiempo cambio de valor.

Y luego viene Zygmunt Bauman, el sociólogo polaco, y nos dice que la modernidad nos trajo una realidad liquida en la que “la preocupación de nuestra vida social e individual es como prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar el futuro” y eso determina el comportamiento social. Es decir, el mundo actual en el que la inestabilidad es la característica de la vida, en la que las identidades de las personas y de los pueblos son múltiples, uno es, por ejemplo, una persona en el trabajo, otra en la casa o con los amigos; el Estado y sus dirigentes se han vuelto hacia el pragmatismo y son cambiantes de acuerdo a las circunstancias; el tiempo es más veloz y la vida se va a cada instante; se tiene la certidumbre de que nada va a durar mucho, que los amores son cortos y pasajeros, en que siempre habrá nuevas oportunidades y no habría que comprometerse con nada o con nadie; que todo cambia de un momento a otro y por eso habría que darse prisa...sociedades en las que nada ni nadie está seguro ni en el empleo, ni en las relaciones personales, ni en lo afectivo. Todo se disuelve en las realidades que van de prisa y que son como un vaso de agua en “donde el más simple empujón cambia la forma del agua”. Todo se mueve y nada, al menos no para siempre.

Y he aquí que aparece, sin esperarlo, la realidad gaseosa acompañada del gran personaje de nuestro tiempo: el Sars-CoV-2…y que nos cambia esas realidades tanto en lo colectivo como en lo individual. Todo, de pronto, se hizo gaseoso porque todo es inasible, indefinido, incierto. Lo gaseoso, como definición más simple, es el estado de agregación de la materia compuesto principalmente por moléculas no unidas, expandidas y con poca fuerza de atracción y en donde los gases no tienen ni volumen ni forma definidos y se expanden libremente hasta llenar el espacio que los contiene.

Nada más y nada menos que la realidad del día de hoy en que todo está poco unido entre sí. El tejido social ahora es más informe que antes, las luchas ya no son nacionales sino que cruzan las fronteras, los Estados sufren transformaciones y los gobernantes que, aun con cambios, insisten en preservar sus niveles de poder; en lo individual instituciones sólidas como la familia se esfumaban, por el confinamiento, muchas parejas, se dieron cuenta que no eran el uno para el otro; la relación con los hijos no era tan sólida y aumento la violencia familiar; los movimientos migratorios se incrementaron en todas las regiones del mundo y las estructuras sociales producto del desempleo y la promesa se empezaron a hacer informes y los sistemas educativos se debieron transformar en realidades indefinidas. En México, la crisis, está llevando a una realidad gaseosa que se caracteriza porque la presencia del Estado se ha visto disminuida en muchas regiones del país y las estructuras tradicionales se han visto superadas.

Lo informe, lo indefinido parece ser el signo de nuestro tiempo. Vivimos una realidad gaseosa y los gases nos la impiden ver.

Correo: contextotoluca@hotmail.com