/ lunes 16 de agosto de 2021

Contexto | ¿Toda la responsabilidad a los padres?... ¿y el gobierno?

A todas y todos periodistas agredidos.


J. Carlos recibió el mensaje a su teléfono: “Le solicitamos su valioso apoyo para depositar su cooperación voluntaria de $500 pesos a la cuenta…”y se mencionaba la cuenta, el banco y el nombre de la persona a quien se le depositaría y a quien él, por cierto, no conocía pero que se presentaba como de la asociación de padres de familia de una escuela Fernández Albarrán de San Felipe Tlalmimilolpan en donde estudiaban sus hijos.

“¡Hijoles!”, le dijo a su esposa mientras leía el mensaje, “esta duro lo de la cooperación, ni idea de dónde sacar más dinero…ya ves tuvimos que comprar la tablet y el teléfono para siguieran clases a distancia, lo que gastamos cuando a mi papa le dio el covid y la renta del oxígeno y las medicinas para curarlo gracias a Dios y además lo del contrato de internet y el pago mensual…no se ni como le vamos hacer…y luego pues la falta de chamba”.

“Si va a estar duro, le dijo la esposa, pero no nos queda de otra, a ver de dónde conseguimos…me dijeron que si no damos la cooperación no los van a inscribir y yo, la verdad, no quiero que estén como nosotros y sean algo más que albañiles para ver si nos sacan de donde estamos…y además, continuo la esposa, nos pidieron para el inicio de las clases medio litro de gel para dar a la escuela y una bolsa de fab y una jerga que disque para la limpieza de los salones y pupitres en todo el año…asi que súmale…”

J. Carlos hizo una mueca de coraje y de impotencia. “¿de dónde sacar dinero para todo eso?...ta cabrón”, pensó

“¿Y si mejor no los mandamos a la escuela?”, le musitó a su esposa.

“!!Quéee!!” ni lo pienses, le respondió, ya nos dijeron en la escuela que el regreso es obligatorio y que si no van este año, porque ya la SEP lo había dicho, lo va a perder y el otro también porque ya no lo van a recibir…”

Mientras ellos hablaban, sus dos hijos, de doce y siete años, jugaban en su tablet y teléfono, en el otro cuarto, muy quitados de la pena.

Ellos sabían que el regresar a la escuela era importante porque volverían a ver a sus amiguitos, a sus maestros y eso les iba a ayudar para que no se quedaran atrás.

“Ah, le dijo J. Carlos, como si recordara…nos van a hacer firmar una hoja en donde nos hacemos responsables de enviar a nuestros hijos y si algo les pasa…pues nadie es responsable más que nosotros…”

Los dos se miraron preocupados pues tenía mucho miedo que sus hijos, a quienes habían cuidado tanto, se pudieran contagiar. Estaban realmente angustiados.

La realidad es que había un convencimiento de la necesidad de volver a clases, pero también estaba claro que el momento no era el más propicio: las escuelas y los salones no estaban en la mejores condiciones pues no tenían la suficiente ventilación, iban a encerrar a cuarenta niños entre cinco y seis horas al día y no sabían si todos los niños eran capaces de aguantar todo ese tiempo con el cubre bocas; les preocupaban los niños que llegaban en camión y si no se podía contagiar por ahí y luego hacer un foco en las escuelas; no sabían el estado de salud de los niños y sobre todo esa carta, esa maldita carta, en donde el gobierno se deslinda de toda responsabilidad en caso de que un niño se contagiará y tuviera que ir al hospital o enfermo a su casa.

Además no habían escuchado a los papas cuando se atrevieron a opinar que porque no dividían a los niños en grupos más pequeños y que unos fueran un día sí y otro no o dos días seguidos y los viernes dedicarlos a actividades al aire libre…así todos estarían un poco más protegidos…pero el director les había cerrado toda posibilidad…que se regresaba todo…que era una orden.

Francisco y su esposa tenían les preocupaban sus niños pero como muchos otros padres se sentían solos…y muy alejados de los gobiernos…a los padres les echaron toda la responsabilidad…el gobierno obliga pero se deslinda desde el principio.

No les quedaba de otra…deberían enviar a sus hijos a la escuela.


A todas y todos periodistas agredidos.


J. Carlos recibió el mensaje a su teléfono: “Le solicitamos su valioso apoyo para depositar su cooperación voluntaria de $500 pesos a la cuenta…”y se mencionaba la cuenta, el banco y el nombre de la persona a quien se le depositaría y a quien él, por cierto, no conocía pero que se presentaba como de la asociación de padres de familia de una escuela Fernández Albarrán de San Felipe Tlalmimilolpan en donde estudiaban sus hijos.

“¡Hijoles!”, le dijo a su esposa mientras leía el mensaje, “esta duro lo de la cooperación, ni idea de dónde sacar más dinero…ya ves tuvimos que comprar la tablet y el teléfono para siguieran clases a distancia, lo que gastamos cuando a mi papa le dio el covid y la renta del oxígeno y las medicinas para curarlo gracias a Dios y además lo del contrato de internet y el pago mensual…no se ni como le vamos hacer…y luego pues la falta de chamba”.

“Si va a estar duro, le dijo la esposa, pero no nos queda de otra, a ver de dónde conseguimos…me dijeron que si no damos la cooperación no los van a inscribir y yo, la verdad, no quiero que estén como nosotros y sean algo más que albañiles para ver si nos sacan de donde estamos…y además, continuo la esposa, nos pidieron para el inicio de las clases medio litro de gel para dar a la escuela y una bolsa de fab y una jerga que disque para la limpieza de los salones y pupitres en todo el año…asi que súmale…”

J. Carlos hizo una mueca de coraje y de impotencia. “¿de dónde sacar dinero para todo eso?...ta cabrón”, pensó

“¿Y si mejor no los mandamos a la escuela?”, le musitó a su esposa.

“!!Quéee!!” ni lo pienses, le respondió, ya nos dijeron en la escuela que el regreso es obligatorio y que si no van este año, porque ya la SEP lo había dicho, lo va a perder y el otro también porque ya no lo van a recibir…”

Mientras ellos hablaban, sus dos hijos, de doce y siete años, jugaban en su tablet y teléfono, en el otro cuarto, muy quitados de la pena.

Ellos sabían que el regresar a la escuela era importante porque volverían a ver a sus amiguitos, a sus maestros y eso les iba a ayudar para que no se quedaran atrás.

“Ah, le dijo J. Carlos, como si recordara…nos van a hacer firmar una hoja en donde nos hacemos responsables de enviar a nuestros hijos y si algo les pasa…pues nadie es responsable más que nosotros…”

Los dos se miraron preocupados pues tenía mucho miedo que sus hijos, a quienes habían cuidado tanto, se pudieran contagiar. Estaban realmente angustiados.

La realidad es que había un convencimiento de la necesidad de volver a clases, pero también estaba claro que el momento no era el más propicio: las escuelas y los salones no estaban en la mejores condiciones pues no tenían la suficiente ventilación, iban a encerrar a cuarenta niños entre cinco y seis horas al día y no sabían si todos los niños eran capaces de aguantar todo ese tiempo con el cubre bocas; les preocupaban los niños que llegaban en camión y si no se podía contagiar por ahí y luego hacer un foco en las escuelas; no sabían el estado de salud de los niños y sobre todo esa carta, esa maldita carta, en donde el gobierno se deslinda de toda responsabilidad en caso de que un niño se contagiará y tuviera que ir al hospital o enfermo a su casa.

Además no habían escuchado a los papas cuando se atrevieron a opinar que porque no dividían a los niños en grupos más pequeños y que unos fueran un día sí y otro no o dos días seguidos y los viernes dedicarlos a actividades al aire libre…así todos estarían un poco más protegidos…pero el director les había cerrado toda posibilidad…que se regresaba todo…que era una orden.

Francisco y su esposa tenían les preocupaban sus niños pero como muchos otros padres se sentían solos…y muy alejados de los gobiernos…a los padres les echaron toda la responsabilidad…el gobierno obliga pero se deslinda desde el principio.

No les quedaba de otra…deberían enviar a sus hijos a la escuela.