/ lunes 13 de julio de 2020

Contexto | Volver o no volver al trabajo (1)

Rodolfo siempre había sido un buen esposo, acomedido, atento, ayudador en las labores del hogar, super caballero con su mujer y a quien le respetaba sus espacios de libertad para poder salir, ir al cine e incluso salir de vacaciones con sus amigas mientras él trabajaba. Por su parte ella también le respetaba sus espacios pues nunca le llamaba a su trabajo ni lo iba a buscar con cualquier pretexto, toleraba las pachangas y desveladas que se ponía, de vez en cuando, con sus amigos. Era, digámoslo así, una pareja ejemplar, estable y funcional, socialmente muy aceptable y querida y admirada por sus amigos. Sus pensamientos, hasta donde se sabe, le pertenecían a uno y al otro. Nunca se ocultaban nada hasta donde se sabe.

Cada mañana se tomaban el cafecito juntos antes de irse a trabajar. Ella o él, poco importaba, lo preparaban y partían la fruta del desayuno que compartían hasta volver, ya entrada la tarde, a volverse a encontrar.

Los encuentros siempre eran eso: un encuentro. Ninguno, nunca, tuvo una duda del otro. Una unión perfecta les decían sus amigos hasta que…un día les llegó la pandemia y el confinamiento: el encontrarse uno frente al otro por horas, por días, por semanas, por meses. A Rodolfo le pidieron que hiciera el trabajo desde casa y a Beatriz también. Cuando lo supieron no ocultaron su felicidad, estarían en casa ya sin esas desmañanadas para llegar a tiempo, estar en pijama hasta entrada la mañana, poder ver sus series favoritas en netflix a la hora que quisieran…casi casi el paraíso pensaban.

Sabían que tenían la ventaja de haber hecho una despensa gourmet para la cuarentena que había dispuesto el gobierno: vinos franceses, jamones españoles, anguilas, fondue y quesos europeos y suizos, camarones, una buena dotación de carnes congeladas, un poquito de caviar por aquello de los antojos, atún, salmón, galletas incluidas las Ritz entre muchas otras cosas.
“La vamos a pasar increíble”, le decía Beatriz mientras se arreglaba para pasar su primera noche de confinamiento. “Una nueva luna de miel”, le dijo Rodolfo, mientras le tomaba la cintura y le besaba el cuello de manera seductora.

Casi el paraíso, pensaban, y con sueldo completo…sí, el paraíso.

Cada mañana y desde sus computadoras hacían el trabajo que les demandaban desde sus oficinas. Trabajaban más rápido, envían sus trabajos antes que nadie, ella que era agente de seguros aumento su cartera y a él sus jefes lo felicitaban un día sí y otro también. Todo parecía ir viento en popa.

Los días pasaron, la rutina empezó…él la veía de vez en cuando de reojo y le sorprendía la cantidad de tiempo que pasaba mensajeándose en su celular y sonriendo…”uff”, pensaba no era momento para ponerse celoso…a ella le sucedía lo mismo “con quién diablos se mensajeaba tanto”, pensaba.

No se dijeron nada durante muchos días pero poco a poco dejaron de hacer el amor bajo cualquier pretexto…uno se iba antes a dormir o el otro permanecía viendo una serie o película hasta quedarse a dormir en el sofá. El cafecito de la mañana dejo ser un espacio de encuentro y cada quien se lo tomaba cuando podía o quería...sin darse cuenta empezaron a descuidar su arreglo personal del que siempre habían estado orgullosos y sus conversaciones eran aisladas y de temas intrascendentes…aficionados a ver las conferencias de salud poco a poco empezaron a discutir sobre la veracidad de la información que se proporcionaba, ella estaba encantada con los informes que se daban desde la Secretaria de Salud y él, siempre como buen especialista en estadística, cuestionaba la metodología y “y la sarta de mentiras que decían”…”nada más engañan a la gente”, decía, y ella respondía “pero si lo explican con peras y manzanas”…todo poco a poco los alejaba, casi sin darse cuenta.

Pasaron dos, tres meses, cuatro…y se hablaban poco…mientras cumplían con su trabajo y se miraban de reojo…

Correo: contextotoluca@gmail.com

Rodolfo siempre había sido un buen esposo, acomedido, atento, ayudador en las labores del hogar, super caballero con su mujer y a quien le respetaba sus espacios de libertad para poder salir, ir al cine e incluso salir de vacaciones con sus amigas mientras él trabajaba. Por su parte ella también le respetaba sus espacios pues nunca le llamaba a su trabajo ni lo iba a buscar con cualquier pretexto, toleraba las pachangas y desveladas que se ponía, de vez en cuando, con sus amigos. Era, digámoslo así, una pareja ejemplar, estable y funcional, socialmente muy aceptable y querida y admirada por sus amigos. Sus pensamientos, hasta donde se sabe, le pertenecían a uno y al otro. Nunca se ocultaban nada hasta donde se sabe.

Cada mañana se tomaban el cafecito juntos antes de irse a trabajar. Ella o él, poco importaba, lo preparaban y partían la fruta del desayuno que compartían hasta volver, ya entrada la tarde, a volverse a encontrar.

Los encuentros siempre eran eso: un encuentro. Ninguno, nunca, tuvo una duda del otro. Una unión perfecta les decían sus amigos hasta que…un día les llegó la pandemia y el confinamiento: el encontrarse uno frente al otro por horas, por días, por semanas, por meses. A Rodolfo le pidieron que hiciera el trabajo desde casa y a Beatriz también. Cuando lo supieron no ocultaron su felicidad, estarían en casa ya sin esas desmañanadas para llegar a tiempo, estar en pijama hasta entrada la mañana, poder ver sus series favoritas en netflix a la hora que quisieran…casi casi el paraíso pensaban.

Sabían que tenían la ventaja de haber hecho una despensa gourmet para la cuarentena que había dispuesto el gobierno: vinos franceses, jamones españoles, anguilas, fondue y quesos europeos y suizos, camarones, una buena dotación de carnes congeladas, un poquito de caviar por aquello de los antojos, atún, salmón, galletas incluidas las Ritz entre muchas otras cosas.
“La vamos a pasar increíble”, le decía Beatriz mientras se arreglaba para pasar su primera noche de confinamiento. “Una nueva luna de miel”, le dijo Rodolfo, mientras le tomaba la cintura y le besaba el cuello de manera seductora.

Casi el paraíso, pensaban, y con sueldo completo…sí, el paraíso.

Cada mañana y desde sus computadoras hacían el trabajo que les demandaban desde sus oficinas. Trabajaban más rápido, envían sus trabajos antes que nadie, ella que era agente de seguros aumento su cartera y a él sus jefes lo felicitaban un día sí y otro también. Todo parecía ir viento en popa.

Los días pasaron, la rutina empezó…él la veía de vez en cuando de reojo y le sorprendía la cantidad de tiempo que pasaba mensajeándose en su celular y sonriendo…”uff”, pensaba no era momento para ponerse celoso…a ella le sucedía lo mismo “con quién diablos se mensajeaba tanto”, pensaba.

No se dijeron nada durante muchos días pero poco a poco dejaron de hacer el amor bajo cualquier pretexto…uno se iba antes a dormir o el otro permanecía viendo una serie o película hasta quedarse a dormir en el sofá. El cafecito de la mañana dejo ser un espacio de encuentro y cada quien se lo tomaba cuando podía o quería...sin darse cuenta empezaron a descuidar su arreglo personal del que siempre habían estado orgullosos y sus conversaciones eran aisladas y de temas intrascendentes…aficionados a ver las conferencias de salud poco a poco empezaron a discutir sobre la veracidad de la información que se proporcionaba, ella estaba encantada con los informes que se daban desde la Secretaria de Salud y él, siempre como buen especialista en estadística, cuestionaba la metodología y “y la sarta de mentiras que decían”…”nada más engañan a la gente”, decía, y ella respondía “pero si lo explican con peras y manzanas”…todo poco a poco los alejaba, casi sin darse cuenta.

Pasaron dos, tres meses, cuatro…y se hablaban poco…mientras cumplían con su trabajo y se miraban de reojo…

Correo: contextotoluca@gmail.com