/ viernes 20 de septiembre de 2019

Dossier Mexiquense / ¿Libertad de expresión o intolerancia?


Conforme pasan las semanas y los meses, resulta evidente que los principales planteamientos discursivos que sostiene la 4T tienen en el modelo binario; -amigo/enemigo- y este uno de sus principales elementos explicativos. El enemigo del pueblo es el neoliberalismo y la cuarta transformación marca un antes y después en la aplicación de este modelo que ocasionó “pobreza y desigualdad”. Así que, quien está en favor del neoliberalismo es conservador, fifí, adversario o cualquier otro de los conceptos que utiliza Andrés Manuel para dramatizar la aparente división en la que se vive inmerso el pueblo mexicano. A fuerza de repetir cotidianamente esta retórica de aparente confrontación ideológica, se ha generado un ambiente que rebasa los confines de la arena política y se instala peligrosamente en el ánimo popular y así, hemos pasado de la lucha contra la desigualdad y la corrupción, a los nuevos intentos por legislar el uso de las redes sociales, como lo sugirió el diputado Óscar González del PT y hasta de castigar penalmente a quienes usen lenguaje violento en internet.

En las democracias liberales contemporáneas, que dominan a los sistemas políticos actuales, se ha sostenido que la libertad de expresión constituye una de las piedras torales del conjunto de derechos que sostienen nuestro perfectible modelo democrático y se asegura que, es preferible el exceso de la libertad de expresión, que su censura. Muchos ejemplos en el mundo así lo demuestran; por eso es de llamar la atención que a los que hoy les alarma que una piloto diga estupideces en sus redes sociales y enseguida, calamitosamente se le vengan encima los seguidores del presidente López Obrador, con una intolerancia propia de los peores modelos autoritarios, cuando antes reían jocosamente cuando ellos hacían lo propio contra la élite gobernante.

No, nadie les dio instrucciones y muy seguramente no se trata de una acción concertada desde el poder, pero llama la atención que hay un clima propicio en un sector de la opinión pública que los años anteriores tuvo ese tipo de conductas de manera reiterada en contra de cualquier político en el poder. Se llevan, pero no se aguantan, se podría decir, pero tal observación no es justa dado que el resultado de este modelo de confrontación siempre termina favoreciendo a quien ejerce el poder sin contrapesos y eso es, justamente lo que está detrás del reciente incidente aquí relatado. Mireles puede utilizar frases despectivas contra mujeres y se le perdona, Paco Ignacio Taibo II puede pedir que “se fusilen en el cerro de las cruces a los traidores” y luego se dirá que no era en serio, se pueden poner apodos a expresidentes, lastimar su honra y eso sí es libertad de expresión, pero nadie puede tocar al máximo líder, ni con un tuit estúpido, porque enseguida le caen los ciegos seguidores del gran tlatoani.

La tolerancia en cualquier sistema político demuestra el vigor de la democracia, su contraparte pone en evidencia las más elementales contradicciones ideológicas, pues como advierte John Locke “una cosa es persuadir, y otra ordenar; una cosa es presionar con argumentos, y otra, con la aplicación de condenas”. Condenar en la plaza pública que son las redes sociales hoy en día, puede ser atractivo para algunos, pero hacerlo con el cómplice silencio de quien detenta el poder, enmascara una conducta intolerante, que debería preocuparnos a todos.


Conforme pasan las semanas y los meses, resulta evidente que los principales planteamientos discursivos que sostiene la 4T tienen en el modelo binario; -amigo/enemigo- y este uno de sus principales elementos explicativos. El enemigo del pueblo es el neoliberalismo y la cuarta transformación marca un antes y después en la aplicación de este modelo que ocasionó “pobreza y desigualdad”. Así que, quien está en favor del neoliberalismo es conservador, fifí, adversario o cualquier otro de los conceptos que utiliza Andrés Manuel para dramatizar la aparente división en la que se vive inmerso el pueblo mexicano. A fuerza de repetir cotidianamente esta retórica de aparente confrontación ideológica, se ha generado un ambiente que rebasa los confines de la arena política y se instala peligrosamente en el ánimo popular y así, hemos pasado de la lucha contra la desigualdad y la corrupción, a los nuevos intentos por legislar el uso de las redes sociales, como lo sugirió el diputado Óscar González del PT y hasta de castigar penalmente a quienes usen lenguaje violento en internet.

En las democracias liberales contemporáneas, que dominan a los sistemas políticos actuales, se ha sostenido que la libertad de expresión constituye una de las piedras torales del conjunto de derechos que sostienen nuestro perfectible modelo democrático y se asegura que, es preferible el exceso de la libertad de expresión, que su censura. Muchos ejemplos en el mundo así lo demuestran; por eso es de llamar la atención que a los que hoy les alarma que una piloto diga estupideces en sus redes sociales y enseguida, calamitosamente se le vengan encima los seguidores del presidente López Obrador, con una intolerancia propia de los peores modelos autoritarios, cuando antes reían jocosamente cuando ellos hacían lo propio contra la élite gobernante.

No, nadie les dio instrucciones y muy seguramente no se trata de una acción concertada desde el poder, pero llama la atención que hay un clima propicio en un sector de la opinión pública que los años anteriores tuvo ese tipo de conductas de manera reiterada en contra de cualquier político en el poder. Se llevan, pero no se aguantan, se podría decir, pero tal observación no es justa dado que el resultado de este modelo de confrontación siempre termina favoreciendo a quien ejerce el poder sin contrapesos y eso es, justamente lo que está detrás del reciente incidente aquí relatado. Mireles puede utilizar frases despectivas contra mujeres y se le perdona, Paco Ignacio Taibo II puede pedir que “se fusilen en el cerro de las cruces a los traidores” y luego se dirá que no era en serio, se pueden poner apodos a expresidentes, lastimar su honra y eso sí es libertad de expresión, pero nadie puede tocar al máximo líder, ni con un tuit estúpido, porque enseguida le caen los ciegos seguidores del gran tlatoani.

La tolerancia en cualquier sistema político demuestra el vigor de la democracia, su contraparte pone en evidencia las más elementales contradicciones ideológicas, pues como advierte John Locke “una cosa es persuadir, y otra ordenar; una cosa es presionar con argumentos, y otra, con la aplicación de condenas”. Condenar en la plaza pública que son las redes sociales hoy en día, puede ser atractivo para algunos, pero hacerlo con el cómplice silencio de quien detenta el poder, enmascara una conducta intolerante, que debería preocuparnos a todos.

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