/ martes 6 de julio de 2021

EdoMex Abierto | ¿La Consulta es democracia participativa? (Parte 2)


Desarrollar una consulta nacional para que la ciudadanía se exprese sobre temas de trascendencia nacional puede ser un mecanismo efectivo para diversificar la participación de la ciudadanía en las decisiones que le afectan. Pero es apenas uno de tantos que pudieran implementarse en el camino hacia una democracia participativa.

La participación ciudadana, decía Sherry Arnstein (1969), es como comer espinacas: en principio nadie está en su contra porque te hace bien comerlas. Sin embargo, muy pocos gobiernos pasan de la retórica a la implementación y todavía menos al desarrollo de ejercicios efectivos de participación ciudadana diseñados para involucrar realmente a la ciudadanía en la toma de decisiones.

Y es que hay una diferencia radical entre desarrollar un ritual inocuo de participación y brindar a la ciudadanía un poder real de incidir en la toma de decisiones. Para ilustrar esta diferencia, Arnstein recuperaba una famosa frase de estudiantes franceses del mayo del 68: “yo participo, tu participas, nosotros participamos… ellos deciden”.

En su obra “La escalera de participación ciudadana”, propuso una escalera de varios peldaños para identificar los niveles de participación, ascendiendo desde niveles de manipulación hasta experiencias de poder ciudadano. Los mecanismos de consulta se ubicarían apenas en un segundo nivel, entre participación simbólica y manipulación, sobre todo cuando estos son activados de arriba y con el objetivo de justificar decisiones tomadas previamente.

En el nivel superior de la escalera tenemos la representación a través de organizaciones o consejos; la colaboración, donde hay cierta redistribución del poder mediante negociación entre ciudadanos y autoridades; el poder delegado, donde ciudadanos dominan el proceso de toma de decisiones o la implementación de un programa en particular; y finalmente el control ciudadano, donde es la ciudadanía quien administra directamente.

Los diferentes mecanismos de participación ciudadana también estarían reforzando determinados modelos de democracia: aquellos que sólo implican una expresión de preferencias, como la consulta, estarían limitadas a reforzar la democracia representativa, sobre todo si se trata de decisiones binarias (sí o no). En cambio, los que fortalecen la democracia participativa son los más sofisticados, que implican un proceso deliberativo y por lo tanto un debate amplio e informado, como los presupuestos participativos.

Un solo ejercicio de consulta, aunque esté bien realizado, estaría lejos de ser democracia participativa. Como un inicio, el gobierno federal pudiera aprovechar diferentes mecanismos en todas y cada una de las secretarías de Estado y los territorios donde opera, tanto para el diseño como para la evaluación de políticas públicas, haciendo uso del reglamento de Participación Ciudadana federal que, por cierto, hoy está olvidado.


Desarrollar una consulta nacional para que la ciudadanía se exprese sobre temas de trascendencia nacional puede ser un mecanismo efectivo para diversificar la participación de la ciudadanía en las decisiones que le afectan. Pero es apenas uno de tantos que pudieran implementarse en el camino hacia una democracia participativa.

La participación ciudadana, decía Sherry Arnstein (1969), es como comer espinacas: en principio nadie está en su contra porque te hace bien comerlas. Sin embargo, muy pocos gobiernos pasan de la retórica a la implementación y todavía menos al desarrollo de ejercicios efectivos de participación ciudadana diseñados para involucrar realmente a la ciudadanía en la toma de decisiones.

Y es que hay una diferencia radical entre desarrollar un ritual inocuo de participación y brindar a la ciudadanía un poder real de incidir en la toma de decisiones. Para ilustrar esta diferencia, Arnstein recuperaba una famosa frase de estudiantes franceses del mayo del 68: “yo participo, tu participas, nosotros participamos… ellos deciden”.

En su obra “La escalera de participación ciudadana”, propuso una escalera de varios peldaños para identificar los niveles de participación, ascendiendo desde niveles de manipulación hasta experiencias de poder ciudadano. Los mecanismos de consulta se ubicarían apenas en un segundo nivel, entre participación simbólica y manipulación, sobre todo cuando estos son activados de arriba y con el objetivo de justificar decisiones tomadas previamente.

En el nivel superior de la escalera tenemos la representación a través de organizaciones o consejos; la colaboración, donde hay cierta redistribución del poder mediante negociación entre ciudadanos y autoridades; el poder delegado, donde ciudadanos dominan el proceso de toma de decisiones o la implementación de un programa en particular; y finalmente el control ciudadano, donde es la ciudadanía quien administra directamente.

Los diferentes mecanismos de participación ciudadana también estarían reforzando determinados modelos de democracia: aquellos que sólo implican una expresión de preferencias, como la consulta, estarían limitadas a reforzar la democracia representativa, sobre todo si se trata de decisiones binarias (sí o no). En cambio, los que fortalecen la democracia participativa son los más sofisticados, que implican un proceso deliberativo y por lo tanto un debate amplio e informado, como los presupuestos participativos.

Un solo ejercicio de consulta, aunque esté bien realizado, estaría lejos de ser democracia participativa. Como un inicio, el gobierno federal pudiera aprovechar diferentes mecanismos en todas y cada una de las secretarías de Estado y los territorios donde opera, tanto para el diseño como para la evaluación de políticas públicas, haciendo uso del reglamento de Participación Ciudadana federal que, por cierto, hoy está olvidado.