/ sábado 20 de febrero de 2021

El Tintero de la Musas | La Ilustración

El sueño de fundamentar los asuntos públicos en bases racionales, apareció en el siglo XVIII, en el tiempo de la ilustración. Se fortaleció en el siglo XIX, con el advenimiento del positivismo. Los primeros positivistas anunciaron el surgimiento de una nueva era de la humanidad: una civilización industrial armónica y eficiente, basada en el interés político.

Mediante el conocimiento confiable de las leyes constantes, la ciencia podría promover la civilización humana, sacudida por el torbellino de la primera industrialización.

Si se examina la postura convencional del analista de políticas, la perspectiva dominante es la tecnocrática, y pretende separar el conocimiento de la sociedad para después aplicarlo a la sociedad.

Hoy el análisis de políticas conserva el sello de la herencia positivista. Articulado por primera vez en el siglo XIX, el espíritu del positivismo fue recuperado en los albores del siglo XX por la cruzada de la administración científica en la empresa privada y en el gobierno.

La influencia del positivismo en el desarrollo del análisis de políticas ha sido recuperado en parte por Richard French, quien dice que la orientación positivista y tecnocrática de las ciencias sociales alcanzó su clímax en los años setenta. En esta perspectiva, el conocimiento real era el científico.

Las metas formaban parte de los valores, no de los hechos. El ámbito del conocimiento se restringía a planteamientos de carácter lógico y factural y no podía extenderse a juicios de valor. La razón no tenía cabida en la determinación de las normas, no podía auxiliar a los seres humanos a decidir qué se debería hacer o dejar de hacer.

Si el análisis de políticas podía ser aplicado a las causas de la tiranía o de la democracia, era una cuestión para la cual la razón no tenía respuesta.

En la perspectiva de los primeros positivistas, el desarrollo de la ciencia moderna, la tecnología y la industria, eran parte del orden objetivo de las cosas, su aparición era arte del camino predeterminado del progreso humano.

La objetividad aparente, que parece ser leal a la razón, se convierte realmente en una traición inconsciente: el estilo tecnocrático y su imaginería se vuelven parte de la retórica política. Las demandas y expectativas irracionales se enarbolan en nombre de la razón. La política se oculta tras la máscara del conocimiento. El viejo sueño sobre la posibilidad de que la razón escape a la política deja traslucir la ingenuidad del análisis de políticas convencional.

Prefiero mirar a Sócrates positivista y tratar de entenderlo, el día de su muerte.

gildamh@hotmail.com


El sueño de fundamentar los asuntos públicos en bases racionales, apareció en el siglo XVIII, en el tiempo de la ilustración. Se fortaleció en el siglo XIX, con el advenimiento del positivismo. Los primeros positivistas anunciaron el surgimiento de una nueva era de la humanidad: una civilización industrial armónica y eficiente, basada en el interés político.

Mediante el conocimiento confiable de las leyes constantes, la ciencia podría promover la civilización humana, sacudida por el torbellino de la primera industrialización.

Si se examina la postura convencional del analista de políticas, la perspectiva dominante es la tecnocrática, y pretende separar el conocimiento de la sociedad para después aplicarlo a la sociedad.

Hoy el análisis de políticas conserva el sello de la herencia positivista. Articulado por primera vez en el siglo XIX, el espíritu del positivismo fue recuperado en los albores del siglo XX por la cruzada de la administración científica en la empresa privada y en el gobierno.

La influencia del positivismo en el desarrollo del análisis de políticas ha sido recuperado en parte por Richard French, quien dice que la orientación positivista y tecnocrática de las ciencias sociales alcanzó su clímax en los años setenta. En esta perspectiva, el conocimiento real era el científico.

Las metas formaban parte de los valores, no de los hechos. El ámbito del conocimiento se restringía a planteamientos de carácter lógico y factural y no podía extenderse a juicios de valor. La razón no tenía cabida en la determinación de las normas, no podía auxiliar a los seres humanos a decidir qué se debería hacer o dejar de hacer.

Si el análisis de políticas podía ser aplicado a las causas de la tiranía o de la democracia, era una cuestión para la cual la razón no tenía respuesta.

En la perspectiva de los primeros positivistas, el desarrollo de la ciencia moderna, la tecnología y la industria, eran parte del orden objetivo de las cosas, su aparición era arte del camino predeterminado del progreso humano.

La objetividad aparente, que parece ser leal a la razón, se convierte realmente en una traición inconsciente: el estilo tecnocrático y su imaginería se vuelven parte de la retórica política. Las demandas y expectativas irracionales se enarbolan en nombre de la razón. La política se oculta tras la máscara del conocimiento. El viejo sueño sobre la posibilidad de que la razón escape a la política deja traslucir la ingenuidad del análisis de políticas convencional.

Prefiero mirar a Sócrates positivista y tratar de entenderlo, el día de su muerte.

gildamh@hotmail.com