/ domingo 23 de mayo de 2021

El Tintero de las Musas | Democracia y Ética


Tengo en mis manos un artículo de Gerald Caiden, se titula La Democracia y la Corrupción. Me vienen pues a la mente una serie de episodios de vida, en donde pasé por muchas cosas dolorosas y difíciles dentro de la administración pública de mi propio Estado, sin haberlas podido comprender entonces.

Estaba yo equivocada o había alrededor de mí situaciones que me eran ajenas e incluso inviolables. No entendía nada. Pero sufría y me dolía demasiado. Ahora lo entiendo.

Largos años después, encuentro que parte de la administración pública está sumergida en largos, muy largos episodios de corrupción y de falta de valores. Valores que se integran cuando el ser humano nace y que tiene intrínsecos como la justicia, el amor y la belleza: todos dignos del poder que nos acerca a Dios.

Lo demás, es parte de aquello que se puede mirar de lejos y que afortunadamente no se volverá parte de mi vida jamás.

No considero que en la vida moderna la democracia y la ética sean inseparables. Ambos son valores reconocidos por el hombre desde hace miles de años. Retomarlos en este tiempo me parece justo y necesario.

El que un ser humano crea en otro ser humano que lo gobierna es importante no solo para el hecho de gobernar, sino de vivir, y de vivir bien. Cosa que en este momento no es fácil en ningún país de orbe.

El ser por naturaleza es corrupto. El autor dice que aún que aunque las democracias cometen algunas veces actos de corrupción, también los regímenes autocráticos, por su misma naturaleza, también son corruptos.

Recuerdo en este momento el desbalance que sufrió Japón un país lleno de buenos presagios, cuando con todo el honor ancestral –cinco mil años de historia-, uno de sus grandes administradores públicos cometió un acto de corrupción.

La explotación sistemática de los cargos públicos no se encuentra únicamente en las élites rapaces de algunos países como este, que de manera sofisticada actúan. Las personas corruptas no se encuentran en las más altas posiciones de todos los países del mundo.

Así pues, este artículo recalca la internacionalización de la corrupción y la incapacidad de las democracias del mundo para protegerse contra las influencias foráneas, tales como la erosión del servicio público, la subordinación del interés público y la infiltración del delito organizado en prácticamente todos los aspectos de la vida pública.

Para poder entrar a un nivel gerencial público alto, es pues indispensable en estos medios, ser igual que la gente que trabaja dentro. De no ser así es expulsado ipso-facto.

El artículo comenta también que al igual que países corruptos del Tercer Mundo, compiten por recibir asistencia, inversiones y empleo, también existen organismos internacionales y nacionales corruptos que buscan nuevos mercados, nuevos recursos y nuevos canales de influencia, sin importarles mucho con quién tienen que tratar.

Me viene pues a la mente, pensar en esto, como nueva –o vieja- modalidad del crimen organizado. Los inescrupulosos siempre ven a la delantera y son creativos al obviar los obstáculos que entorpecen sus designios.

La corrupción toca a todos. Corroe el sentir democrático. Si no se la combate, se extiende con toda su suciedad, amenazando en última instancia a la democracia misma.

Es impresionante leer que llega un momento en que los estados democráticos se tornan tan vulnerables que no se requiere de mucho esfuerzo para echarlos de lado. Títeres y titánicos invasores.

Y no estamos lejos en México, el hecho de que exista un régimen democrático corrupto, puede producir un tipo de revuelta en contra de éste. Cuando se estimula a las personas a participar en asuntos públicos y a elegir a sus propios representantes gubernamentales, en donde se cree en instituciones como los encargados de la defensa de los derechos humanos, donde se defienden los derechos fundamentales del hombre, ya no se confía en quien gobierne, aunque se tenga luego la capacidad de sustituir a quien se ha elegido, una y otra vez.

La explicación es que pierden confianza porque ya no se cree en sus líderes e instituciones debido a que consideran que no obtienen un buen valor, ya que sospechan que otros reciben un tratamiento más favorable o privilegiado a sus expensas.

Es triste ver que el ser humano es antes que político y administrador público; o solo político o solo administrador público, un sujeto corrompible y susceptible a los engaños que esta trae intrínseca: medidas que sacrifica el bien común o el interés público por algo mucho menos valioso que muchas veces es el dinero.

Entran en juego los valores y los hechos. ¿Qué se hará con la equidad hacia la población en términos de salud o de género; de población y desarrollo; de bienestar y vivienda?

Es así como existen valores positivos y valores negativos. Los anteriores si se llevan a cabo serán positivos. Pero volviendo a la corrupción, digamos que son valores negativos.

La libertad, la democracia, la vida: valores del deber ser.



Tengo en mis manos un artículo de Gerald Caiden, se titula La Democracia y la Corrupción. Me vienen pues a la mente una serie de episodios de vida, en donde pasé por muchas cosas dolorosas y difíciles dentro de la administración pública de mi propio Estado, sin haberlas podido comprender entonces.

Estaba yo equivocada o había alrededor de mí situaciones que me eran ajenas e incluso inviolables. No entendía nada. Pero sufría y me dolía demasiado. Ahora lo entiendo.

Largos años después, encuentro que parte de la administración pública está sumergida en largos, muy largos episodios de corrupción y de falta de valores. Valores que se integran cuando el ser humano nace y que tiene intrínsecos como la justicia, el amor y la belleza: todos dignos del poder que nos acerca a Dios.

Lo demás, es parte de aquello que se puede mirar de lejos y que afortunadamente no se volverá parte de mi vida jamás.

No considero que en la vida moderna la democracia y la ética sean inseparables. Ambos son valores reconocidos por el hombre desde hace miles de años. Retomarlos en este tiempo me parece justo y necesario.

El que un ser humano crea en otro ser humano que lo gobierna es importante no solo para el hecho de gobernar, sino de vivir, y de vivir bien. Cosa que en este momento no es fácil en ningún país de orbe.

El ser por naturaleza es corrupto. El autor dice que aún que aunque las democracias cometen algunas veces actos de corrupción, también los regímenes autocráticos, por su misma naturaleza, también son corruptos.

Recuerdo en este momento el desbalance que sufrió Japón un país lleno de buenos presagios, cuando con todo el honor ancestral –cinco mil años de historia-, uno de sus grandes administradores públicos cometió un acto de corrupción.

La explotación sistemática de los cargos públicos no se encuentra únicamente en las élites rapaces de algunos países como este, que de manera sofisticada actúan. Las personas corruptas no se encuentran en las más altas posiciones de todos los países del mundo.

Así pues, este artículo recalca la internacionalización de la corrupción y la incapacidad de las democracias del mundo para protegerse contra las influencias foráneas, tales como la erosión del servicio público, la subordinación del interés público y la infiltración del delito organizado en prácticamente todos los aspectos de la vida pública.

Para poder entrar a un nivel gerencial público alto, es pues indispensable en estos medios, ser igual que la gente que trabaja dentro. De no ser así es expulsado ipso-facto.

El artículo comenta también que al igual que países corruptos del Tercer Mundo, compiten por recibir asistencia, inversiones y empleo, también existen organismos internacionales y nacionales corruptos que buscan nuevos mercados, nuevos recursos y nuevos canales de influencia, sin importarles mucho con quién tienen que tratar.

Me viene pues a la mente, pensar en esto, como nueva –o vieja- modalidad del crimen organizado. Los inescrupulosos siempre ven a la delantera y son creativos al obviar los obstáculos que entorpecen sus designios.

La corrupción toca a todos. Corroe el sentir democrático. Si no se la combate, se extiende con toda su suciedad, amenazando en última instancia a la democracia misma.

Es impresionante leer que llega un momento en que los estados democráticos se tornan tan vulnerables que no se requiere de mucho esfuerzo para echarlos de lado. Títeres y titánicos invasores.

Y no estamos lejos en México, el hecho de que exista un régimen democrático corrupto, puede producir un tipo de revuelta en contra de éste. Cuando se estimula a las personas a participar en asuntos públicos y a elegir a sus propios representantes gubernamentales, en donde se cree en instituciones como los encargados de la defensa de los derechos humanos, donde se defienden los derechos fundamentales del hombre, ya no se confía en quien gobierne, aunque se tenga luego la capacidad de sustituir a quien se ha elegido, una y otra vez.

La explicación es que pierden confianza porque ya no se cree en sus líderes e instituciones debido a que consideran que no obtienen un buen valor, ya que sospechan que otros reciben un tratamiento más favorable o privilegiado a sus expensas.

Es triste ver que el ser humano es antes que político y administrador público; o solo político o solo administrador público, un sujeto corrompible y susceptible a los engaños que esta trae intrínseca: medidas que sacrifica el bien común o el interés público por algo mucho menos valioso que muchas veces es el dinero.

Entran en juego los valores y los hechos. ¿Qué se hará con la equidad hacia la población en términos de salud o de género; de población y desarrollo; de bienestar y vivienda?

Es así como existen valores positivos y valores negativos. Los anteriores si se llevan a cabo serán positivos. Pero volviendo a la corrupción, digamos que son valores negativos.

La libertad, la democracia, la vida: valores del deber ser.