/ sábado 6 de marzo de 2021

El Tintero de las Musas | Hildegarda de Bingen

Hace ya más de miles de años, había mujeres respetadísimas. Incapaces de admitir ser violentadas e injuriadas por los hombres. Hace más de mil, por ejemplo, y de repente como me pasa todo en la vida, me encontré por pura serendipia a una mujer a la que yo estaba buscando solo por su música gregoriana.

Me parece que puedo compararla con nuestra Sor Juana Inés de la Cruz, en diferentes épocas, países y circunstancias. Ella, Hildegarda de Bingen que nació mil años después de Cristo, fue una mujer que revolucionó esa parte del mundo, Alemania, y fue además de una santa, también compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médica, polímata, abadesa, mística, líder monacal y profetisa alemana. Conocida también como la sibila del Rin y la profetisa teutónica.

Considerada una de las personalidades más influyentes, polifacéticas y fascinantes de la Baja Edad Media y de la historia de Occidente, es también de las figuras más ilustres del monacato femenino y quizás quien mejor ejemplificó el ideal benedictino, al estar dotada de una inteligencia y cultura fuera de lo común, comprometida con la reforma gregoriana y al ser una de las escritoras de mayor producción de su tiempo. Además es considerada por muchos expertos como la madre de la historia natural. Sus libros, así lo demuestran.

Aunque la historia de su canonización es compleja, diversas ramas de la Iglesia la han reconocido como santa durante siglos; el 7 de octubre de 2012, durante la misa de apertura de la XIII Asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos, el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia junto a san Juan de Ávila. Atravesando el muro de los tiempos han quedado sus palabras, incluso su sonido, y las imágenes de sus visiones.

Fue la menor de diez hijos y por eso fue considerada como el diezmo para Dios, entregada como oblata y consagrada desde su nacimiento a la actividad religiosa, según la mentalidad medieval.

Desde niña, Hildegarda tuvo una débil constitución física, sufría de constantes enfermedades y experimentaba visiones. En una hagiografía (historia de la vida de un santo), posterior escrita por el monje Teoderico de Echternach, se consignó el testimonio de la propia Hildegarda, donde dejó constancia que desde los tres años tuvo la visión de una luz tal que mi alma temblaba. Vivía estos episodios conscientemente, es decir, sin perder los sentidos ni sufrir éxtasis. Ella los describió como una gran luz en la que se presentaban imágenes, formas y colores; además iban acompañados de una voz que le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de música.

En 1141, a la edad de cuarenta y dos años, sobrevino un episodio de visiones más fuerte, durante el cual recibió la orden sobrenatural de escribir las visiones que en adelante tuviese. A partir de entonces, Hildegarda escribió sus experiencias, que dieron como resultado el primer libro, llamado Scivias (Conoce los caminos), que no concluyó hasta 1151.

No obstante, siguió teniendo reticencias para hacer públicas sus revelaciones y los textos resultantes de ellas, por lo que para disipar sus dudas recurrió a uno de los hombres más prominentes y con mayor reputación espiritual de su tiempo: Bernardo de Claraval, a quien dirigió una sentida carta pidiéndole consejo sobre la naturaleza de sus visiones y la pertinencia de hacerlas de conocimiento general. En dicha misiva, enviada hacia 1146, confesaba al ilustre monje cisterciense que lo había visto en una visión como un hombre que veía directo al sol audaz y sin miedo

La respuesta de Bernardo no fue ni muy extensa ni tan elocuente como la carta enviada por Hildegarda, pero en ella le invitaba a reconocer este don como una gracia y a responder a él ansiosamente con humildad y devoción.

El Papa Eugenio III intervino a favor de Hildegarda, leyó públicamente algunos textos durante el sínodo de Tréveris y declaró que tales visiones eran fruto de la intervención del Espíritu Santo.

(Continuará).

gildamh@hotmail.com


Hace ya más de miles de años, había mujeres respetadísimas. Incapaces de admitir ser violentadas e injuriadas por los hombres. Hace más de mil, por ejemplo, y de repente como me pasa todo en la vida, me encontré por pura serendipia a una mujer a la que yo estaba buscando solo por su música gregoriana.

Me parece que puedo compararla con nuestra Sor Juana Inés de la Cruz, en diferentes épocas, países y circunstancias. Ella, Hildegarda de Bingen que nació mil años después de Cristo, fue una mujer que revolucionó esa parte del mundo, Alemania, y fue además de una santa, también compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médica, polímata, abadesa, mística, líder monacal y profetisa alemana. Conocida también como la sibila del Rin y la profetisa teutónica.

Considerada una de las personalidades más influyentes, polifacéticas y fascinantes de la Baja Edad Media y de la historia de Occidente, es también de las figuras más ilustres del monacato femenino y quizás quien mejor ejemplificó el ideal benedictino, al estar dotada de una inteligencia y cultura fuera de lo común, comprometida con la reforma gregoriana y al ser una de las escritoras de mayor producción de su tiempo. Además es considerada por muchos expertos como la madre de la historia natural. Sus libros, así lo demuestran.

Aunque la historia de su canonización es compleja, diversas ramas de la Iglesia la han reconocido como santa durante siglos; el 7 de octubre de 2012, durante la misa de apertura de la XIII Asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos, el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia junto a san Juan de Ávila. Atravesando el muro de los tiempos han quedado sus palabras, incluso su sonido, y las imágenes de sus visiones.

Fue la menor de diez hijos y por eso fue considerada como el diezmo para Dios, entregada como oblata y consagrada desde su nacimiento a la actividad religiosa, según la mentalidad medieval.

Desde niña, Hildegarda tuvo una débil constitución física, sufría de constantes enfermedades y experimentaba visiones. En una hagiografía (historia de la vida de un santo), posterior escrita por el monje Teoderico de Echternach, se consignó el testimonio de la propia Hildegarda, donde dejó constancia que desde los tres años tuvo la visión de una luz tal que mi alma temblaba. Vivía estos episodios conscientemente, es decir, sin perder los sentidos ni sufrir éxtasis. Ella los describió como una gran luz en la que se presentaban imágenes, formas y colores; además iban acompañados de una voz que le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de música.

En 1141, a la edad de cuarenta y dos años, sobrevino un episodio de visiones más fuerte, durante el cual recibió la orden sobrenatural de escribir las visiones que en adelante tuviese. A partir de entonces, Hildegarda escribió sus experiencias, que dieron como resultado el primer libro, llamado Scivias (Conoce los caminos), que no concluyó hasta 1151.

No obstante, siguió teniendo reticencias para hacer públicas sus revelaciones y los textos resultantes de ellas, por lo que para disipar sus dudas recurrió a uno de los hombres más prominentes y con mayor reputación espiritual de su tiempo: Bernardo de Claraval, a quien dirigió una sentida carta pidiéndole consejo sobre la naturaleza de sus visiones y la pertinencia de hacerlas de conocimiento general. En dicha misiva, enviada hacia 1146, confesaba al ilustre monje cisterciense que lo había visto en una visión como un hombre que veía directo al sol audaz y sin miedo

La respuesta de Bernardo no fue ni muy extensa ni tan elocuente como la carta enviada por Hildegarda, pero en ella le invitaba a reconocer este don como una gracia y a responder a él ansiosamente con humildad y devoción.

El Papa Eugenio III intervino a favor de Hildegarda, leyó públicamente algunos textos durante el sínodo de Tréveris y declaró que tales visiones eran fruto de la intervención del Espíritu Santo.

(Continuará).

gildamh@hotmail.com