/ jueves 10 de mayo de 2018

Hablemos de Paz y No Violencia


Erradicar la violencia electoral

La escena es terrible: un Alcalde es asesinado por los criminales que azotan el pueblo; la gente se organiza y elige otro Alcalde, mismo que también es asesinado; la gente se vuelve a organizar, pero ahora para hablar con los criminales y pactar con ellos: “elijan ustedes un Alcalde que no vayan a matar”.

Esta historia de violencia política no sucedió en México sino en Colombia a mediados de los 90, cuando la lucha entre guerrillas, narcos, paramilitares y ejército estaba en su apogeo. Los criminales no eran narcos sino miembros del “Ejército de Liberación Nacional”, guerrilleros mejor conocidos como “Elenos”. Era el tiempo en que se decía que, de persistir la violencia, México podía “colombianizarse”. A la vuelta de los años el gobierno de Colombia firmó un acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC (acuerdo que no gustó a todos, pero finalmente acuerdo de paz), mientras que ahora otros países en el mundo hablan de los riesgos de “mexicanizarse”. No hablaré, como podría suponerse, de la amnistía que algún candidato presidencial ha ofrecido a los criminales. Me interesa corregir un punto de vista que externé hace años.

En julio de 2015 escribí lo siguiente: “ha llegado el momento de pensar en las elecciones no como un campo de batalla sino como un instrumento que permite canalizar las diferencias políticas por la vía pacífica y no violenta; hay que tener cuidado con lo que se desea, y no es bueno desear que se incendie el país cada tres años”. Lo anterior vino a cuento dado el número de hechos violentos registrados durante el proceso electoral de ese año, situación que nuevamente observamos en las elecciones de 2018. En aquél momento argumenté que esos hechos no debían vincularse a las elecciones sino que seguían siendo consecuencia del clima atroz de violencia que vivimos.

Me equivoque. Los más de 80 aspirantes, precandidatos, candidatos y representantes populares que han sido asesinados entre finales del año pasado y principios de éste lo han sido por motivos electorales. Políticos muertos porque tuvieron el valor de no dejarse extorsionar y no se vendieron al crimen organizado, y precisamente por ello pagaron con su vida; y lo peor: políticos que eliminan a otros políticos pensando que de esa forma allanarán su camino hacia la obtención de un cargo de elección.

Ahora más que nunca, cualquiera que aspire a gobernar este país debe incluir en los diagnósticos de su proyecto de nación la erradicación de este tipo de violencia: la electoral, que pareció volver con el asesinato de Colosio en 1994, luego de lo cual se contuvo un poco, pero regresó con fuerza hace unos años, de la mano de la guerra contra el crimen organizado. En entregas posteriores abundaré más sobre este tema.

@RodrigoSanArce


Erradicar la violencia electoral

La escena es terrible: un Alcalde es asesinado por los criminales que azotan el pueblo; la gente se organiza y elige otro Alcalde, mismo que también es asesinado; la gente se vuelve a organizar, pero ahora para hablar con los criminales y pactar con ellos: “elijan ustedes un Alcalde que no vayan a matar”.

Esta historia de violencia política no sucedió en México sino en Colombia a mediados de los 90, cuando la lucha entre guerrillas, narcos, paramilitares y ejército estaba en su apogeo. Los criminales no eran narcos sino miembros del “Ejército de Liberación Nacional”, guerrilleros mejor conocidos como “Elenos”. Era el tiempo en que se decía que, de persistir la violencia, México podía “colombianizarse”. A la vuelta de los años el gobierno de Colombia firmó un acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC (acuerdo que no gustó a todos, pero finalmente acuerdo de paz), mientras que ahora otros países en el mundo hablan de los riesgos de “mexicanizarse”. No hablaré, como podría suponerse, de la amnistía que algún candidato presidencial ha ofrecido a los criminales. Me interesa corregir un punto de vista que externé hace años.

En julio de 2015 escribí lo siguiente: “ha llegado el momento de pensar en las elecciones no como un campo de batalla sino como un instrumento que permite canalizar las diferencias políticas por la vía pacífica y no violenta; hay que tener cuidado con lo que se desea, y no es bueno desear que se incendie el país cada tres años”. Lo anterior vino a cuento dado el número de hechos violentos registrados durante el proceso electoral de ese año, situación que nuevamente observamos en las elecciones de 2018. En aquél momento argumenté que esos hechos no debían vincularse a las elecciones sino que seguían siendo consecuencia del clima atroz de violencia que vivimos.

Me equivoque. Los más de 80 aspirantes, precandidatos, candidatos y representantes populares que han sido asesinados entre finales del año pasado y principios de éste lo han sido por motivos electorales. Políticos muertos porque tuvieron el valor de no dejarse extorsionar y no se vendieron al crimen organizado, y precisamente por ello pagaron con su vida; y lo peor: políticos que eliminan a otros políticos pensando que de esa forma allanarán su camino hacia la obtención de un cargo de elección.

Ahora más que nunca, cualquiera que aspire a gobernar este país debe incluir en los diagnósticos de su proyecto de nación la erradicación de este tipo de violencia: la electoral, que pareció volver con el asesinato de Colosio en 1994, luego de lo cual se contuvo un poco, pero regresó con fuerza hace unos años, de la mano de la guerra contra el crimen organizado. En entregas posteriores abundaré más sobre este tema.

@RodrigoSanArce

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