/ jueves 9 de agosto de 2018

Hablemos de Paz y No Violencia


El perdón sin olvido sólo funciona con un mínimo de justicia (I)

Antier comenzaron los foros para la pacificación y la reconciliación convocados por el ya presidente electo AMLO. Por donde se vea es buena noticia, pues implica que el nuevo gobierno reconoce la violencia desmedida que existe en México y es buen intento que hace por construir una estrategia integral contra dicha violencia. En este espacio analizaré los resultados que arrojen, pero desde ahora escribo unas primeras notas.

Salvando las diferencias, el proceso de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) puede servir como referente para la paz que intenta AMLO. La fórmula ofrecida fue más o menos la que ahora él ofrece: olvido no, perdón sí, para una guerrilla que mató mucha gente durante medio siglo (y que además se convirtió en narcoguerrilla secuestradora), siempre y cuando hiciera públicos sus crímenes y pidiera perdón.

La paz tuvo que pasar un primer referendo donde una mínima mayoría (50.2%) votó “no” y una máxima minoría (40.7%) “sí” a un acuerdo con las FARC, en parte porque el expresidente Álvaro Uribe (hoy señalado criminal), férreo opositor al ahora expresidente Juan Manuel Santos, hizo campaña por el “no” y logró su cometido al capitalizar el descontento de quienes no aceptaban que las FARC se reintegraran a la sociedad pues, en su opinión, la amnistía significaba también impunidad para sus crímenes; además, el argentino Javier Caparrós explica que el “no” de las zonas urbanas se dio pues “a menudo, rechazan la guerra los que la conocen [las zonas rurales]; los que la ven de lejos pueden darse el lujo de querer seguirla”.

En cualquier caso el gobierno colombiano firmó un acuerdo con las FARC, cuya instrumentación por el Congreso ciertamente ha tenido problemas y retrasos en materia de seguridad y lucha contra el narcotráfico, pero cuyos principales logros son el desarme de la guerrilla, reconocido por instancias internacionales como la ONU, y el posicionamiento de las FARC como fuerza política y no beligerante.

En suma el proceso de paz colombiano ofrece dos enseñanzas para México: la primera que la paz es un proceso largo que requiere la voluntad de muchos (sobre todo cuando hay cambio de gobierno como ahora que ya es presidente Iván Duque); y la segunda, que si bien es importante el perdón, también que las víctimas no pueden olvidar si no existe un mínimo de justicia para reparar las ofensas recibidas, se trata de una justicia “imperfecta” (como la que ya hacen en ese país la Jurisdicción Especial para la Paz y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición) por la cual se debe valorar mejor tener un mal arreglo que un buen pleito…


El perdón sin olvido sólo funciona con un mínimo de justicia (I)

Antier comenzaron los foros para la pacificación y la reconciliación convocados por el ya presidente electo AMLO. Por donde se vea es buena noticia, pues implica que el nuevo gobierno reconoce la violencia desmedida que existe en México y es buen intento que hace por construir una estrategia integral contra dicha violencia. En este espacio analizaré los resultados que arrojen, pero desde ahora escribo unas primeras notas.

Salvando las diferencias, el proceso de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) puede servir como referente para la paz que intenta AMLO. La fórmula ofrecida fue más o menos la que ahora él ofrece: olvido no, perdón sí, para una guerrilla que mató mucha gente durante medio siglo (y que además se convirtió en narcoguerrilla secuestradora), siempre y cuando hiciera públicos sus crímenes y pidiera perdón.

La paz tuvo que pasar un primer referendo donde una mínima mayoría (50.2%) votó “no” y una máxima minoría (40.7%) “sí” a un acuerdo con las FARC, en parte porque el expresidente Álvaro Uribe (hoy señalado criminal), férreo opositor al ahora expresidente Juan Manuel Santos, hizo campaña por el “no” y logró su cometido al capitalizar el descontento de quienes no aceptaban que las FARC se reintegraran a la sociedad pues, en su opinión, la amnistía significaba también impunidad para sus crímenes; además, el argentino Javier Caparrós explica que el “no” de las zonas urbanas se dio pues “a menudo, rechazan la guerra los que la conocen [las zonas rurales]; los que la ven de lejos pueden darse el lujo de querer seguirla”.

En cualquier caso el gobierno colombiano firmó un acuerdo con las FARC, cuya instrumentación por el Congreso ciertamente ha tenido problemas y retrasos en materia de seguridad y lucha contra el narcotráfico, pero cuyos principales logros son el desarme de la guerrilla, reconocido por instancias internacionales como la ONU, y el posicionamiento de las FARC como fuerza política y no beligerante.

En suma el proceso de paz colombiano ofrece dos enseñanzas para México: la primera que la paz es un proceso largo que requiere la voluntad de muchos (sobre todo cuando hay cambio de gobierno como ahora que ya es presidente Iván Duque); y la segunda, que si bien es importante el perdón, también que las víctimas no pueden olvidar si no existe un mínimo de justicia para reparar las ofensas recibidas, se trata de una justicia “imperfecta” (como la que ya hacen en ese país la Jurisdicción Especial para la Paz y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición) por la cual se debe valorar mejor tener un mal arreglo que un buen pleito…

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