/ jueves 28 de septiembre de 2017

Hablemos de Paz y No Violencia

La del pasado 19 de septiembre fue una macabra coincidencia. Muchos de quienes estamos entrados en años vivimos aquellos minutos interminables en que se movió la tierra, con la plena conciencia de que, después de 32 años, el destino nos estaba jugando una broma pesada luego de que dos horas antes habíamos practicado, no sin flojera y desgano, un simulacro para prevención de sismos. En cualquier caso, la vida nos dio una lección y en los días que han seguido no hemos hecho más que comparar los terremotos del 19 de septiembre, de 1985 y de este 2017.

Existen marcadas similitudes en las secuelas que tuvieron los dos sismos. Es la segunda ocasión en que la catástrofe saca a relucir lo mejor de los mexicanos y de manera espontánea. No hay duda: la solidaridad se volvió a movilizar frente a la desgracia. Estos movimientos solidarios tuvieron secuelas políticas: como sabemos, el terremoto del 85 generó el surgimiento de diversas organizaciones civiles, populares y urbanas en apoyo a las víctimas, que luego se convirtieron en grupos de presión afiliados a partidos políticos; además, el gobierno federal adoptó por vez primera la bandera de la solidaridad y la convirtió en programa de gobierno (¿quién no recuerda el Programa Nacional de Solidaridad del presidente Salinas?). Habrá que ver las secuelas políticas del sismo de hace días. Al menos en lo inmediato ya generó una fuerte demanda para que los partidos políticos cedan parte de sus recursos de campaña para destinarlos a apoyar a las víctimas y a la reconstrucción de zonas dañadas, mientras que el PRI ha propuesto la reducción de legisladores.

Pero también existen grandes diferencias. Cabe recordar que en 1985 fue nula la reacción del gobierno frente a la tragedia y por ello la gente se organizó de manera espontánea. Muchos consideran esta organización como el acta de nacimiento de la sociedad civil mexicana. En 2017, pésele a quien le pese, la respuesta del gobierno ha sido inmediata, tal vez con errores, pero inmediata; el despliegue de servidores públicos de las áreas de protección civil, seguridad pública, salud, educación, desarrollo social y urbano, así como del Ejército y la Marina, ha sido fundamental. Con ello no minimizo la inmensa presencia de la sociedad civil, pero creo que ahora es justo reconocer el trabajo del gobierno.

Ahora bien, en 1985 los recursos que tenía el gobierno mexicano para impulsar el crecimiento económico después de la crisis de 1982, debieron utilizarse para reconstruir a la ciudad de México. El sismo de 2017 agarra desmoralizado al país, no por falta de recursos, sino por la inseguridad y la corrupción; y dentro de la tragedia no faltaron los mexicanos que aprovecharon el río revuelto para cometer latrocinios, incluyendo gobernantes que hacen caravana con sombrero ajeno y, en el colmo del cinismo, burlan nuestro altruismo poniendo el membrete de sus gobiernos a las ayudas enviadas a las víctimas (como en el estado de Morelos).

Pero dentro de lo malo, lo bueno es que hay un renacer de la solidaridad y espero que ello fortalezca a la sociedad civil que después de 32 años ha madurado y lucha en muy diversos ámbitos por mejorar la vida de las personas. Y por mucho que la gente esté desmoralizada, que sufra violencia, que ya no crea en las instituciones (con excepción de las fuerzas armadas) y que le llueva sobre mojado, en estos momentos está volcada a apoyar a los mexicanos caídos en desgracia.

La del pasado 19 de septiembre fue una macabra coincidencia. Muchos de quienes estamos entrados en años vivimos aquellos minutos interminables en que se movió la tierra, con la plena conciencia de que, después de 32 años, el destino nos estaba jugando una broma pesada luego de que dos horas antes habíamos practicado, no sin flojera y desgano, un simulacro para prevención de sismos. En cualquier caso, la vida nos dio una lección y en los días que han seguido no hemos hecho más que comparar los terremotos del 19 de septiembre, de 1985 y de este 2017.

Existen marcadas similitudes en las secuelas que tuvieron los dos sismos. Es la segunda ocasión en que la catástrofe saca a relucir lo mejor de los mexicanos y de manera espontánea. No hay duda: la solidaridad se volvió a movilizar frente a la desgracia. Estos movimientos solidarios tuvieron secuelas políticas: como sabemos, el terremoto del 85 generó el surgimiento de diversas organizaciones civiles, populares y urbanas en apoyo a las víctimas, que luego se convirtieron en grupos de presión afiliados a partidos políticos; además, el gobierno federal adoptó por vez primera la bandera de la solidaridad y la convirtió en programa de gobierno (¿quién no recuerda el Programa Nacional de Solidaridad del presidente Salinas?). Habrá que ver las secuelas políticas del sismo de hace días. Al menos en lo inmediato ya generó una fuerte demanda para que los partidos políticos cedan parte de sus recursos de campaña para destinarlos a apoyar a las víctimas y a la reconstrucción de zonas dañadas, mientras que el PRI ha propuesto la reducción de legisladores.

Pero también existen grandes diferencias. Cabe recordar que en 1985 fue nula la reacción del gobierno frente a la tragedia y por ello la gente se organizó de manera espontánea. Muchos consideran esta organización como el acta de nacimiento de la sociedad civil mexicana. En 2017, pésele a quien le pese, la respuesta del gobierno ha sido inmediata, tal vez con errores, pero inmediata; el despliegue de servidores públicos de las áreas de protección civil, seguridad pública, salud, educación, desarrollo social y urbano, así como del Ejército y la Marina, ha sido fundamental. Con ello no minimizo la inmensa presencia de la sociedad civil, pero creo que ahora es justo reconocer el trabajo del gobierno.

Ahora bien, en 1985 los recursos que tenía el gobierno mexicano para impulsar el crecimiento económico después de la crisis de 1982, debieron utilizarse para reconstruir a la ciudad de México. El sismo de 2017 agarra desmoralizado al país, no por falta de recursos, sino por la inseguridad y la corrupción; y dentro de la tragedia no faltaron los mexicanos que aprovecharon el río revuelto para cometer latrocinios, incluyendo gobernantes que hacen caravana con sombrero ajeno y, en el colmo del cinismo, burlan nuestro altruismo poniendo el membrete de sus gobiernos a las ayudas enviadas a las víctimas (como en el estado de Morelos).

Pero dentro de lo malo, lo bueno es que hay un renacer de la solidaridad y espero que ello fortalezca a la sociedad civil que después de 32 años ha madurado y lucha en muy diversos ámbitos por mejorar la vida de las personas. Y por mucho que la gente esté desmoralizada, que sufra violencia, que ya no crea en las instituciones (con excepción de las fuerzas armadas) y que le llueva sobre mojado, en estos momentos está volcada a apoyar a los mexicanos caídos en desgracia.

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