/ jueves 17 de enero de 2019

Hablemos de Paz y No Violencia


De acuerdo, caminemos, pero…

En las últimas semanas he caminado como nunca y mis perritas están felices. También he usado más bicicleta para ir al mandado. Todo ha sido en mi beneficio. Hace tres años escribí en este espacio el artículo La insoportable dependencia del automóvil, en el cual dije que “para reducir la contaminación y el tráfico, no hay más que comenzar a reducir el parque vehicular y el consumo de gasolina, aunado a otras medidas como invertir en biocombustibles e infraestructura de transportes como la bicicleta”, además de opciones de economía colaborativa como coches de uso compartido (carsharing), conductores que ofrecen compartir gastos en trayectos habituales (blablacar) y choferes privados que se alquilan a precios accesibles (uber).

En todo este tema del combate al huachicoleo y el desabasto de gasolina que hemos padecido los mexicanos al inicio de año, incluso más que la cuesta de enero, se puede ubicar perfectamente bien a quienes siempre han defendido el uso de transportes alternativos y a quienes, de súbito, se han convertido en ecologistas sólo por defender una causa política. Pero el único debate que ha brillado por su ausencia es el de los biocombustibles y la falta de voluntad de las empresas para armar automóviles que funcionen con ellos. Los coches eléctricos y sus estaciones de recarga apenas si han asomado la cabeza.

Sí es muy importante reducir el consumo de combustibles y voltear a ver a los sustentables y renovables pero, seamos sinceros, el problema no es dejar de usar autos y convertirnos nuevamente en “buenos salvajes” que para todo usan los pies o volver a transportes jalados por algún tipo de fuerza que no se derive de los fósiles o del carbón. No se me malentienda, es necesario volver a las andadas y utilizar bicicleta, pero hay que hacerlo de manera consciente y no obligados por las malas circunstancias o por problemas extremos.

Los automóviles nunca dejarán de usarse y mucha gente los necesita: los adultos mayores y los infantes; las personas con capacidades diferentes; aquellos que de repente tienen emergencias; quienes no somos tan hábiles para pedalear en medio del tráfico o cruzar grandes avenidas y estamos expuestos a sufrir accidentes por lo cafres que muchas veces resultamos ser los automovilistas; aquellos cuya economía depende de contar con auto y gasolina suficiente; y todos aquellos, especialmente mujeres, que viven en riesgo permanente de ser presa de la inseguridad y del crimen organizado.

En suma, hay que dejar de lado las críticas y burlas por nuestra “dependencia de los combustibles” y mejor construir ciudades donde quepamos todos: tanto aquellos que no quieren coches como los que basan su sustento cotidiano y su vida en el uso de algún automóvil.


De acuerdo, caminemos, pero…

En las últimas semanas he caminado como nunca y mis perritas están felices. También he usado más bicicleta para ir al mandado. Todo ha sido en mi beneficio. Hace tres años escribí en este espacio el artículo La insoportable dependencia del automóvil, en el cual dije que “para reducir la contaminación y el tráfico, no hay más que comenzar a reducir el parque vehicular y el consumo de gasolina, aunado a otras medidas como invertir en biocombustibles e infraestructura de transportes como la bicicleta”, además de opciones de economía colaborativa como coches de uso compartido (carsharing), conductores que ofrecen compartir gastos en trayectos habituales (blablacar) y choferes privados que se alquilan a precios accesibles (uber).

En todo este tema del combate al huachicoleo y el desabasto de gasolina que hemos padecido los mexicanos al inicio de año, incluso más que la cuesta de enero, se puede ubicar perfectamente bien a quienes siempre han defendido el uso de transportes alternativos y a quienes, de súbito, se han convertido en ecologistas sólo por defender una causa política. Pero el único debate que ha brillado por su ausencia es el de los biocombustibles y la falta de voluntad de las empresas para armar automóviles que funcionen con ellos. Los coches eléctricos y sus estaciones de recarga apenas si han asomado la cabeza.

Sí es muy importante reducir el consumo de combustibles y voltear a ver a los sustentables y renovables pero, seamos sinceros, el problema no es dejar de usar autos y convertirnos nuevamente en “buenos salvajes” que para todo usan los pies o volver a transportes jalados por algún tipo de fuerza que no se derive de los fósiles o del carbón. No se me malentienda, es necesario volver a las andadas y utilizar bicicleta, pero hay que hacerlo de manera consciente y no obligados por las malas circunstancias o por problemas extremos.

Los automóviles nunca dejarán de usarse y mucha gente los necesita: los adultos mayores y los infantes; las personas con capacidades diferentes; aquellos que de repente tienen emergencias; quienes no somos tan hábiles para pedalear en medio del tráfico o cruzar grandes avenidas y estamos expuestos a sufrir accidentes por lo cafres que muchas veces resultamos ser los automovilistas; aquellos cuya economía depende de contar con auto y gasolina suficiente; y todos aquellos, especialmente mujeres, que viven en riesgo permanente de ser presa de la inseguridad y del crimen organizado.

En suma, hay que dejar de lado las críticas y burlas por nuestra “dependencia de los combustibles” y mejor construir ciudades donde quepamos todos: tanto aquellos que no quieren coches como los que basan su sustento cotidiano y su vida en el uso de algún automóvil.

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