/ martes 12 de noviembre de 2019

Nuestro México/ Corrupción y captura


Algunos autores han definido la corrupción como el uso indebido del poder otorgado para obtener un beneficio privado, esta definición de David Arellano tiene el problema, como él mismo lo señala, de quién define lo que debemos entender por uso “indebido” del poder, pues cada quien puede juzgar de distinta forma lo que es debido.

Otro autor como Mauricio Merino ha definido la corrupción como desvío de fines institucionales hacia fines privados y aunque esta es una más amplia y abarcadora, tiene la limitante de que se tendrían que definir con toda claridad los fines institucionales.

Es por ello que organismos internacionales como la Organización de Naciones Unidas o el Banco Mundial han preferido referirse a la corrupción como un fenómeno con múltiples manifestaciones. La dificultad de englobar en una palabra un fenómeno tan amplio como la corrupción es la diversidad de formas, pero sobre todo la oscuridad en que se desenvuelve, a pesar de que al mismo tiempo se refiera a prácticas sociales, muchas veces consideradas “normales”.

La corrupción es una cultura y una forma de trabajo, es una relación social, que según Arellano está sostenida, en el caso de México, por prácticas sociales y políticas recíprocas, sólidas y legitimadas por un gran número de actores. En países como el nuestro donde la corrupción ocupa tantos espacios de la vida se puede sostener que se trata de prácticas normalizadas, es decir que son aceptadas y reproducidas por una buena parte de la sociedad.

Con las discusiones y propuestas que se han realizado en los últimos tres lustros para combatir la corrupción, un grupo de académicos ha llegado al acuerdo de entender el fenómeno como un problema grave de captura: de puestos, decisiones y presupuestos. Esta forma de entender ha ayudado a dar sentido a prácticas y a comprender porqué las propuestas de política aún no funcionan.

Las tres formas son evidentes cada día. Un ejemplo reciente y recurrente es la captura de los puestos. Observamos la forma en que el Senado, después de grandes presiones y acuerdos políticos votó a una militante de Morena, amiga del presidente, para ocupar la Comisión Nacional de Derechos Humanos. No es que la señora Rosario Piedra no tenga los conocimientos, el problema es que pertenece al partido en el poder y es amiga del presidente.

Lo mismo han hecho gobiernos de otros partidos, por ejemplo en los órganos autónomos de la transparencia y contra la corrupción, se disfrazan a funcionarios, empleados cercanos a los intereses de los gobiernos y militantes de los diferentes partidos como ciudadanos para que ocupen los cargos que los diseños institucionales permitirían para ciudadanos sin partidos ni manifiestos conflictos de intereses. Lo cual convierte a estos órganos más en guardianes de los gobiernos que los impulsaron que como vigilantes de los problemas de corrupción.

Profesora-Investigadora El Colegio Mexiquense, A.C.


Algunos autores han definido la corrupción como el uso indebido del poder otorgado para obtener un beneficio privado, esta definición de David Arellano tiene el problema, como él mismo lo señala, de quién define lo que debemos entender por uso “indebido” del poder, pues cada quien puede juzgar de distinta forma lo que es debido.

Otro autor como Mauricio Merino ha definido la corrupción como desvío de fines institucionales hacia fines privados y aunque esta es una más amplia y abarcadora, tiene la limitante de que se tendrían que definir con toda claridad los fines institucionales.

Es por ello que organismos internacionales como la Organización de Naciones Unidas o el Banco Mundial han preferido referirse a la corrupción como un fenómeno con múltiples manifestaciones. La dificultad de englobar en una palabra un fenómeno tan amplio como la corrupción es la diversidad de formas, pero sobre todo la oscuridad en que se desenvuelve, a pesar de que al mismo tiempo se refiera a prácticas sociales, muchas veces consideradas “normales”.

La corrupción es una cultura y una forma de trabajo, es una relación social, que según Arellano está sostenida, en el caso de México, por prácticas sociales y políticas recíprocas, sólidas y legitimadas por un gran número de actores. En países como el nuestro donde la corrupción ocupa tantos espacios de la vida se puede sostener que se trata de prácticas normalizadas, es decir que son aceptadas y reproducidas por una buena parte de la sociedad.

Con las discusiones y propuestas que se han realizado en los últimos tres lustros para combatir la corrupción, un grupo de académicos ha llegado al acuerdo de entender el fenómeno como un problema grave de captura: de puestos, decisiones y presupuestos. Esta forma de entender ha ayudado a dar sentido a prácticas y a comprender porqué las propuestas de política aún no funcionan.

Las tres formas son evidentes cada día. Un ejemplo reciente y recurrente es la captura de los puestos. Observamos la forma en que el Senado, después de grandes presiones y acuerdos políticos votó a una militante de Morena, amiga del presidente, para ocupar la Comisión Nacional de Derechos Humanos. No es que la señora Rosario Piedra no tenga los conocimientos, el problema es que pertenece al partido en el poder y es amiga del presidente.

Lo mismo han hecho gobiernos de otros partidos, por ejemplo en los órganos autónomos de la transparencia y contra la corrupción, se disfrazan a funcionarios, empleados cercanos a los intereses de los gobiernos y militantes de los diferentes partidos como ciudadanos para que ocupen los cargos que los diseños institucionales permitirían para ciudadanos sin partidos ni manifiestos conflictos de intereses. Lo cual convierte a estos órganos más en guardianes de los gobiernos que los impulsaron que como vigilantes de los problemas de corrupción.

Profesora-Investigadora El Colegio Mexiquense, A.C.

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