/ lunes 2 de mayo de 2022

Otra Mirada | ¿Añoranzas de la antigua democracia?

Octavio Paz expresó: No me hago ilusiones acerca de la democracia: no nos dará ni la felicidad ni la virtud”. Traigo esto a colación porque durante décadas se ha creído que la democracia es una solución a los diversos problemas que se presentan en la sociedad. No sé si esto es real en su totalidad, lo cierto es que en el caso de nuestro México, la transición a la democracia no fue un hecho sencillo de conquistar y arribar a ella a pesar del federalismo contemplado en la Constitución.

La democracia como régimen de gobierno, además de soluciones, trajo consigo problemas que han sido resueltos a través de arreglos político – institucionales que han permitido la coexistencia y competencia de la diversidad política. Diversidad que comenzó a verse reflejada en el Poder Legislativo de manera equilibrada y que es la conquista más grande de nuestro proceso democratizador, pues recordemos que hubo una clara transformación del régimen de gobierno desde 1977, año en la que se gestó una reforma en materia electoral que entre otros cambios introdujo la figura del registro condicionado a través del cual los partidos que acreditaran al menos cuatro años de actividad política sostenida y demostraran representar una corriente política definida lograron el registro legal, registro que se transformaba en definitivo si el partido lograba al menos el 1.5% de los votos.

Quedaba atrás el gobierno unipartidista por uno donde el multipartidismo se reconocía, donde los pesos y contrapesos comenzaban a verse reflejados en las decisiones de gobierno. El país comenzó a cambiar. Recordemos que durante décadas los presidentes de la República, gobernadores, senadores y más del 75% de los diputados emergían del mismo partido, había gobernabilidad pero no democracia. Por ello es importante reconocer que la pluralidad de partidos ha sido un signo vital de nuestra incipiente democracia que debe continuar a pesar del malestar que ocasiona para los partidos que han arribado al poder.

Lo comparto porque al leer a José Woldenberg resulta interesante un planteamiento que hace sobre cómo los partidos políticos en el poder manifiestan incomodidad al pluralismo, y a la par, la intención de construir mayorías parlamentarias que les permita avanzar en sus iniciativas de ley.

Ejemplos de esa añoranza de control y hegemonía del pasado se observó en el gobierno de Felipe Calderón con la propuesta de elevar del 2 al 4% los votos necesarios para refrendar el registro de un partido o en el gobierno de Peña Nieto, quien propuso reintroducir que por mandato de la ley la mayoría relativa de sufragios se convirtiera en mayoría absoluta de escaños. En la actualidad hay una reforma que recién se presentó, la cual tendrá que ser analizada sin olvidar que la diversidad política también llegó para quedarse.

Octavio Paz expresó: No me hago ilusiones acerca de la democracia: no nos dará ni la felicidad ni la virtud”. Traigo esto a colación porque durante décadas se ha creído que la democracia es una solución a los diversos problemas que se presentan en la sociedad. No sé si esto es real en su totalidad, lo cierto es que en el caso de nuestro México, la transición a la democracia no fue un hecho sencillo de conquistar y arribar a ella a pesar del federalismo contemplado en la Constitución.

La democracia como régimen de gobierno, además de soluciones, trajo consigo problemas que han sido resueltos a través de arreglos político – institucionales que han permitido la coexistencia y competencia de la diversidad política. Diversidad que comenzó a verse reflejada en el Poder Legislativo de manera equilibrada y que es la conquista más grande de nuestro proceso democratizador, pues recordemos que hubo una clara transformación del régimen de gobierno desde 1977, año en la que se gestó una reforma en materia electoral que entre otros cambios introdujo la figura del registro condicionado a través del cual los partidos que acreditaran al menos cuatro años de actividad política sostenida y demostraran representar una corriente política definida lograron el registro legal, registro que se transformaba en definitivo si el partido lograba al menos el 1.5% de los votos.

Quedaba atrás el gobierno unipartidista por uno donde el multipartidismo se reconocía, donde los pesos y contrapesos comenzaban a verse reflejados en las decisiones de gobierno. El país comenzó a cambiar. Recordemos que durante décadas los presidentes de la República, gobernadores, senadores y más del 75% de los diputados emergían del mismo partido, había gobernabilidad pero no democracia. Por ello es importante reconocer que la pluralidad de partidos ha sido un signo vital de nuestra incipiente democracia que debe continuar a pesar del malestar que ocasiona para los partidos que han arribado al poder.

Lo comparto porque al leer a José Woldenberg resulta interesante un planteamiento que hace sobre cómo los partidos políticos en el poder manifiestan incomodidad al pluralismo, y a la par, la intención de construir mayorías parlamentarias que les permita avanzar en sus iniciativas de ley.

Ejemplos de esa añoranza de control y hegemonía del pasado se observó en el gobierno de Felipe Calderón con la propuesta de elevar del 2 al 4% los votos necesarios para refrendar el registro de un partido o en el gobierno de Peña Nieto, quien propuso reintroducir que por mandato de la ley la mayoría relativa de sufragios se convirtiera en mayoría absoluta de escaños. En la actualidad hay una reforma que recién se presentó, la cual tendrá que ser analizada sin olvidar que la diversidad política también llegó para quedarse.