/ viernes 23 de febrero de 2018

Pensamiento Universitario

De informes y besamanos

Si en el sector oficial se tuviera conciencia de la triste realidad de nuestro país, sería obligado esperar las respectivas muestras de congruencia, tendientes a ratificar en los hechos un comportamiento responsable, acorde con los tiempos de austeridad impuestos por la eterna crisis. Es decir, las actuales condiciones de vida de millones de mexicanos le demandan al aparato burocrático evitar el despilfarro y las conductas de tipo casi monárquico, para dar paso a un uso honesto y racional del dinero del pueblo.

Dentro de los cambios necesarios, sin duda destaca lo relacionado con los fastuosos rituales impuestos por la clase gobernante, con el supuesto fin de rendir cuentas a la ciudadanía sobre el trabajo realizado. Aunque el riesgo de enfrentar protestas y cuestionamientos en plena ceremonia obligaron a un cambio de formato, y ahora a la instancia correspondiente sólo se le entrega por escrito un informe, y en seguida se da lectura a un mensaje ante un grupo de invitados seleccionados con rigor, el dispendio en publicidad, propaganda y escenografías continúan, e incluso se ha incrementado de manera escandalosa, buscando destacar logros ficticios y enaltecer figuras realmente patéticas.

Sin embargo, en otros lugares aún permanece la costumbre de recurrir a los foros de lucimiento, y como ejemplo está el caso de las universidades públicas tipo la UAEM, donde los gastos, absurdos y ofensivos, en lo absoluto muestran la disposición de anteponer los buenos principios y la solidaridad con una población que ha sido fuertemente afectada por los recortes presupuestarios. El mínimo sentido común indica lo mucho que podría ahorrarse si se evitara el derroche en un acontecimiento en el cual, además de someter a la concurrencia a un aburrido monólogo, no existe la menor autocrítica, abundan las posturas triunfalistas y las estadísticas alegres, y en general sólo sirven de defensa al modo parcial y subjetivo de entender y practicar el poder.

Por si lo anterior fuera poco, después del acto protocolario se destinan tiempo y espacio para llevar a cabo uno de los ritos más antiguos e indignantes: el famoso besamanos.

En esta etapa, los asistentes se incorporan a una larga fila y, bien formaditos, esperan la rara oportunidad de estar frente al alto funcionario, quien, por su parte, ya se encuentra debidamente instalado con sus cercanos colaboradores, dispuesto a soportar el saludo de mano, algún abrazo, halagos y felicitaciones de una multitud bastante bien adiestrada. Contra lo que se pudiera pensar, la situación no parece incomodar ni desagradar a la mayoría de la gente, siempre dispuesta a llegar hasta el final del camino, pues significa la ocasión soñada de ser visto por la autoridad suprema.

Por indiscutibles razones, es necesario poner límites muy severos a los excesos y el dispendio de los recursos públicos, pues resulta hasta inmoral aceptar las erogaciones destinadas a tanta propaganda inútil, al acarreo y las costosas atenciones a los invitados. Sin duda, el país demanda de los políticos una actitud con diferentes prioridades a la hora de hacer la evaluación del trabajo encomendado, en donde se prohíban esos lujos inoportunos y gastos desproporcionados, en apoyo a una retórica en la que ya muy pocos creen.

De informes y besamanos

Si en el sector oficial se tuviera conciencia de la triste realidad de nuestro país, sería obligado esperar las respectivas muestras de congruencia, tendientes a ratificar en los hechos un comportamiento responsable, acorde con los tiempos de austeridad impuestos por la eterna crisis. Es decir, las actuales condiciones de vida de millones de mexicanos le demandan al aparato burocrático evitar el despilfarro y las conductas de tipo casi monárquico, para dar paso a un uso honesto y racional del dinero del pueblo.

Dentro de los cambios necesarios, sin duda destaca lo relacionado con los fastuosos rituales impuestos por la clase gobernante, con el supuesto fin de rendir cuentas a la ciudadanía sobre el trabajo realizado. Aunque el riesgo de enfrentar protestas y cuestionamientos en plena ceremonia obligaron a un cambio de formato, y ahora a la instancia correspondiente sólo se le entrega por escrito un informe, y en seguida se da lectura a un mensaje ante un grupo de invitados seleccionados con rigor, el dispendio en publicidad, propaganda y escenografías continúan, e incluso se ha incrementado de manera escandalosa, buscando destacar logros ficticios y enaltecer figuras realmente patéticas.

Sin embargo, en otros lugares aún permanece la costumbre de recurrir a los foros de lucimiento, y como ejemplo está el caso de las universidades públicas tipo la UAEM, donde los gastos, absurdos y ofensivos, en lo absoluto muestran la disposición de anteponer los buenos principios y la solidaridad con una población que ha sido fuertemente afectada por los recortes presupuestarios. El mínimo sentido común indica lo mucho que podría ahorrarse si se evitara el derroche en un acontecimiento en el cual, además de someter a la concurrencia a un aburrido monólogo, no existe la menor autocrítica, abundan las posturas triunfalistas y las estadísticas alegres, y en general sólo sirven de defensa al modo parcial y subjetivo de entender y practicar el poder.

Por si lo anterior fuera poco, después del acto protocolario se destinan tiempo y espacio para llevar a cabo uno de los ritos más antiguos e indignantes: el famoso besamanos.

En esta etapa, los asistentes se incorporan a una larga fila y, bien formaditos, esperan la rara oportunidad de estar frente al alto funcionario, quien, por su parte, ya se encuentra debidamente instalado con sus cercanos colaboradores, dispuesto a soportar el saludo de mano, algún abrazo, halagos y felicitaciones de una multitud bastante bien adiestrada. Contra lo que se pudiera pensar, la situación no parece incomodar ni desagradar a la mayoría de la gente, siempre dispuesta a llegar hasta el final del camino, pues significa la ocasión soñada de ser visto por la autoridad suprema.

Por indiscutibles razones, es necesario poner límites muy severos a los excesos y el dispendio de los recursos públicos, pues resulta hasta inmoral aceptar las erogaciones destinadas a tanta propaganda inútil, al acarreo y las costosas atenciones a los invitados. Sin duda, el país demanda de los políticos una actitud con diferentes prioridades a la hora de hacer la evaluación del trabajo encomendado, en donde se prohíban esos lujos inoportunos y gastos desproporcionados, en apoyo a una retórica en la que ya muy pocos creen.