/ viernes 27 de abril de 2018

Pensamiento Universitario


El hábito de la lectura

Termina abril, el llamado mes de la lectura, y nuevamente se habló de la necesidad de adquirir tan importante hábito, como una forma de alcanzar un sinnúmero de beneficios. Sin embargo, más allá de protagonismos y discursos de temporada, el tema debe abordarse con seriedad, tomando en cuenta que sus ventajas en el ser humano no sólo quedan en mejorar la cultura y potenciar la inteligencia, sino en reforzar la libertad intelectual por medio de su ejercicio cotidiano.

La trascendencia de leer buenos textos es incuestionable, y eso se traduce en un cambio de vida en lo personal, familiar y social. Por lo tanto, el asunto requiere de una política de esfuerzo conjunto y permanente, donde se reconozcan sus grandes aportaciones, sobre todo en un país con las condiciones del nuestro, cuyo porcentaje de analfabetismo funcional es realidad alarmante.

En el mismo sentido, estudios de la propia Secretaría de Educación Pública reconocen la incapacidad del sistema, pues en edades tempranas siete de cada diez alumnos no leen en forma correcta, y en consecuencia los niveles de comprensión son muy bajos. En las etapas siguientes el escenario tampoco es alentador, y ahí los indicadores refieren un máximo de cinco libros leídos al año, lo cual es algo insignificante si la finalidad es potenciar una educación superior de calidad.

Según encuestas reconocidas, entre ellas la elaborada por el INEGI hace dos años, cerca del 45 por ciento de los mexicanos de 18 años y más tienen esta costumbre, aunque el promedio individual sigue siendo de menos de cuatro ejemplares leídos al año. En cuanto a buscar la palabra escrita con el propósito de generar significados y construcciones activas, la cifra es mínima, menos del 10 por ciento, y la mayoría lo hace por entretenimiento, para informarse, o por motivos escolares.

Independientemente de sus valiosas contribuciones, la llegada de las nuevas tecnologías ha venido a complicar la situación, cuando millones de personas viven conectadas a los dispositivos electrónicos, teniendo en las redes sociales su principal distracción. Es decir, lo negativo del asunto radica en la incorrecta adaptación a estos medios, si el sujeto se deja estimular por la lectura somera, el pensamiento apresurado, distraído y superficial, con el riesgo de ver afectada la capacidad de razonar profunda y creativamente, como bien lo han documentado autores de la talla de Nicholas Carr.

El arte de leer bien, con claridad y visión crítica, se relaciona directamente con las expresiones de una aptitud superior, de una mente autónoma y disciplinada, dado que la buena lectura modifica la organización del cerebro, amplía la capacidad de pensar, deducir y comprender, favoreciendo la evolución intelectual del individuo. En esta sufrida nación es obligado construir y fortalecer una sociedad lectora, propositiva y democrática, comprometida con los procesos de cambio y dispuesta a combatir liderazgos ignorantes y abusivos, refugiados en la multiplicación de una propaganda engañosa y perversa.

EN DEFENSA DE LA UAEM

Proteger los legítimos intereses de la Institución demanda de los universitarios un comportamiento digno y responsable, es decir, con elevada moral, sentido ético y acciones honrosas.


El hábito de la lectura

Termina abril, el llamado mes de la lectura, y nuevamente se habló de la necesidad de adquirir tan importante hábito, como una forma de alcanzar un sinnúmero de beneficios. Sin embargo, más allá de protagonismos y discursos de temporada, el tema debe abordarse con seriedad, tomando en cuenta que sus ventajas en el ser humano no sólo quedan en mejorar la cultura y potenciar la inteligencia, sino en reforzar la libertad intelectual por medio de su ejercicio cotidiano.

La trascendencia de leer buenos textos es incuestionable, y eso se traduce en un cambio de vida en lo personal, familiar y social. Por lo tanto, el asunto requiere de una política de esfuerzo conjunto y permanente, donde se reconozcan sus grandes aportaciones, sobre todo en un país con las condiciones del nuestro, cuyo porcentaje de analfabetismo funcional es realidad alarmante.

En el mismo sentido, estudios de la propia Secretaría de Educación Pública reconocen la incapacidad del sistema, pues en edades tempranas siete de cada diez alumnos no leen en forma correcta, y en consecuencia los niveles de comprensión son muy bajos. En las etapas siguientes el escenario tampoco es alentador, y ahí los indicadores refieren un máximo de cinco libros leídos al año, lo cual es algo insignificante si la finalidad es potenciar una educación superior de calidad.

Según encuestas reconocidas, entre ellas la elaborada por el INEGI hace dos años, cerca del 45 por ciento de los mexicanos de 18 años y más tienen esta costumbre, aunque el promedio individual sigue siendo de menos de cuatro ejemplares leídos al año. En cuanto a buscar la palabra escrita con el propósito de generar significados y construcciones activas, la cifra es mínima, menos del 10 por ciento, y la mayoría lo hace por entretenimiento, para informarse, o por motivos escolares.

Independientemente de sus valiosas contribuciones, la llegada de las nuevas tecnologías ha venido a complicar la situación, cuando millones de personas viven conectadas a los dispositivos electrónicos, teniendo en las redes sociales su principal distracción. Es decir, lo negativo del asunto radica en la incorrecta adaptación a estos medios, si el sujeto se deja estimular por la lectura somera, el pensamiento apresurado, distraído y superficial, con el riesgo de ver afectada la capacidad de razonar profunda y creativamente, como bien lo han documentado autores de la talla de Nicholas Carr.

El arte de leer bien, con claridad y visión crítica, se relaciona directamente con las expresiones de una aptitud superior, de una mente autónoma y disciplinada, dado que la buena lectura modifica la organización del cerebro, amplía la capacidad de pensar, deducir y comprender, favoreciendo la evolución intelectual del individuo. En esta sufrida nación es obligado construir y fortalecer una sociedad lectora, propositiva y democrática, comprometida con los procesos de cambio y dispuesta a combatir liderazgos ignorantes y abusivos, refugiados en la multiplicación de una propaganda engañosa y perversa.

EN DEFENSA DE LA UAEM

Proteger los legítimos intereses de la Institución demanda de los universitarios un comportamiento digno y responsable, es decir, con elevada moral, sentido ético y acciones honrosas.