/ viernes 3 de noviembre de 2017

Pensamiento Universitario

De acuerdo con las teorías respectivas, los valores son creencias o convicciones acerca de que algo es preferible y merecedor de reconocimiento y aprecio. Su relación con la conducta del ser humano es obvia, pues en estas características se identifica la disposición de actuar conforme a tales creencias, convicciones o sentimientos, de manera espontánea.

Desgraciadamente, como lo vemos en estos días con la serie de diversiones publicitadas, todo eso va quedando relativizado, se menosprecia, se le tiene incluso por inestable y frívolo, y los modos de expresión degradante le abonan incluso a la pérdida de identidad cultural. Por tal motivo, se habla de un mundo sometido a una profunda crisis de valores, con el consecuente debilitamiento de todo aquello que debiera conferir un sentido positivo a las acciones y a la vida misma.

Sin duda, en México esta percepción tiene su fundamento, y por ello se impone la necesidad de llevar a cabo una seria reflexión sobre las distintas formas de comportamiento, con el fin de mejorar el orden, la integración y las relaciones entre las personas, y así contribuir al fortalecimiento del ideal de justicia, solidaridad y democracia. En los retos impuestos por la llamada sociedad del conocimiento y la información, va implícita la obligación de reforzar nuestro sistema de valores, de construir comunidades distintas, sin permitir que los conceptos de la ética y la moral se vean dominados por el egoísmo y la maldad, las satisfacciones de corto plazo y la dimensión estrictamente materialista.

Obviamente, si en la gente común resulta grave la desviación del rumbo correcto, qué se puede decir de su trascendencia dentro de un amplio sector de la clase política, cuya destrucción intencionada de lo digno del servicio público ha derivado en cuantiosos daños a la población, dentro de los cuales se incluye la enorme afectación al desarrollo de las presentes y futuras generaciones.

Ejemplos recientes del complejo arte de la perversión se pueden encontrar en el desempeño de los gobiernos de distintas entidades y municipios, en las de algunos secretarios de Estado y en otros tantos distinguidos exponentes de los poderes legislativo y judicial, para quienes el venerado código de usos y costumbres lo constituyen el abuso, la corrupción y la impunidad. En el colmo de la desvergüenza, estos individuos difícilmente son capaces de recorrer la senda del mérito y el esfuerzo, pues, como seres inferiores, desconocen el significado de la honestidad y el honor, y más bien son producto de un sistema político deforme, donde predominan las complicidades, el nepotismo y la tentación del poder y lucro fácil.

Lo valioso de la existencia es por el buen uso que de ella se hace, sobre todo en cuanto a cantidad y calidad de las obras realizadas. En consecuencia, la tarea prioritaria consiste en reafirmar la estima por los valores universales, convertirlos en guía y motivación de nuestros actos; en las fuerzas morales que mejoran la coexistencia familiar, laboral y social.

Frente al deterioro del respeto por la vida y la dignidad del ser humano, una de las principales preocupaciones debiera consistir en darle un sentido de progreso y adaptación a los principios de nivel superior, de identidad y pertenencia dentro de la sociedad, y muy especialmente entre los gobernantes. El hecho de quedar prisioneros de los procesos de degradación sin duda habrá de empeorar el panorama y, en su momento, muy pocos podrán evitar la sumisión a la nefasta cultura de la decadencia.

De acuerdo con las teorías respectivas, los valores son creencias o convicciones acerca de que algo es preferible y merecedor de reconocimiento y aprecio. Su relación con la conducta del ser humano es obvia, pues en estas características se identifica la disposición de actuar conforme a tales creencias, convicciones o sentimientos, de manera espontánea.

Desgraciadamente, como lo vemos en estos días con la serie de diversiones publicitadas, todo eso va quedando relativizado, se menosprecia, se le tiene incluso por inestable y frívolo, y los modos de expresión degradante le abonan incluso a la pérdida de identidad cultural. Por tal motivo, se habla de un mundo sometido a una profunda crisis de valores, con el consecuente debilitamiento de todo aquello que debiera conferir un sentido positivo a las acciones y a la vida misma.

Sin duda, en México esta percepción tiene su fundamento, y por ello se impone la necesidad de llevar a cabo una seria reflexión sobre las distintas formas de comportamiento, con el fin de mejorar el orden, la integración y las relaciones entre las personas, y así contribuir al fortalecimiento del ideal de justicia, solidaridad y democracia. En los retos impuestos por la llamada sociedad del conocimiento y la información, va implícita la obligación de reforzar nuestro sistema de valores, de construir comunidades distintas, sin permitir que los conceptos de la ética y la moral se vean dominados por el egoísmo y la maldad, las satisfacciones de corto plazo y la dimensión estrictamente materialista.

Obviamente, si en la gente común resulta grave la desviación del rumbo correcto, qué se puede decir de su trascendencia dentro de un amplio sector de la clase política, cuya destrucción intencionada de lo digno del servicio público ha derivado en cuantiosos daños a la población, dentro de los cuales se incluye la enorme afectación al desarrollo de las presentes y futuras generaciones.

Ejemplos recientes del complejo arte de la perversión se pueden encontrar en el desempeño de los gobiernos de distintas entidades y municipios, en las de algunos secretarios de Estado y en otros tantos distinguidos exponentes de los poderes legislativo y judicial, para quienes el venerado código de usos y costumbres lo constituyen el abuso, la corrupción y la impunidad. En el colmo de la desvergüenza, estos individuos difícilmente son capaces de recorrer la senda del mérito y el esfuerzo, pues, como seres inferiores, desconocen el significado de la honestidad y el honor, y más bien son producto de un sistema político deforme, donde predominan las complicidades, el nepotismo y la tentación del poder y lucro fácil.

Lo valioso de la existencia es por el buen uso que de ella se hace, sobre todo en cuanto a cantidad y calidad de las obras realizadas. En consecuencia, la tarea prioritaria consiste en reafirmar la estima por los valores universales, convertirlos en guía y motivación de nuestros actos; en las fuerzas morales que mejoran la coexistencia familiar, laboral y social.

Frente al deterioro del respeto por la vida y la dignidad del ser humano, una de las principales preocupaciones debiera consistir en darle un sentido de progreso y adaptación a los principios de nivel superior, de identidad y pertenencia dentro de la sociedad, y muy especialmente entre los gobernantes. El hecho de quedar prisioneros de los procesos de degradación sin duda habrá de empeorar el panorama y, en su momento, muy pocos podrán evitar la sumisión a la nefasta cultura de la decadencia.