/ viernes 12 de julio de 2019

Pensamiento Universitario

La inseguridad aumenta


Lejos de disminuir, la inseguridad se incrementa en la generalidad del territorio nacional. Mientras la delincuencia y el crimen organizado diversifican y superan sus estrategias, en el sector oficial se arraiga la ineptitud y la falta de soluciones adecuadas al problema.

Un ejemplo de esto se tiene en el aumento en el número de secuestros, el cual, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública -citados en este diario el mes pasado-, subió un 28% durante el primer cuatrimestre de 2019, con respecto al mismo periodo del año anterior. El desarrollo de este cáncer, con sus modalidades e incentivos, lo ha convertido en el modus vivendi de familias completas, y así seguirá de no combatirse con instituciones policiacas realmente profesionales, bien pagadas y mejor equipadas, además de castigar con leyes mucho más estrictas a los cobardes infractores.

En cuanto a los niveles de violencia, la situación es también pésima. La oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito acaba de publicar su reporte de la tasa mundial de homicidios, y en 2017 México cuadriplicó la cifra, pues mientras el promedio global fue de 6.1 casos por cada 100 mil personas, en nuestro país alcanzó el 24.8

Estamos en una condición de peligro permanente y no hay cómo evitarlo. Debido a la garantía de impunidad, son millones los beneficiarios de la descomposición que define un estado de vida y ha llegado a ser la aspiración de un alto porcentaje de las nuevas generaciones. En los municipios de Toluca y Metepec esto se corrobora con la reciente denuncia hecha en este medio por un empresario transportista, en el sentido de que conductores de taxis operan como vigías o “halcones” de los grupos delictivos, quienes buscan contratar principalmente a jóvenes, ofreciéndoles pagos elevados por tenerlos a su servicio.

Los niveles de crecimiento de este fenómeno son alarmantes y tienen ya graves repercusiones en el desarrollo de las comunidades, dañan gravemente la economía y niegan a las personas de todas las edades la posibilidad de tener ambientes de paz, respeto y armonía. Por desgracia, la entidad mexiquense se distingue por tener muy malos indicadores, y de poco o nada ha servido la actuación de las instancias estatal y federal, pues los hechos sangrientos se intensifican y en el tema del secuestro la incompetencia oficial nos coloca en los peores lugares, casi a la par de Veracruz o de la Ciudad de México.

Ante la magnitud del desastre, lo deseable sería ver respuestas idóneas, integrales y con una planeación seria, sin improvisar ni buscar los resultados fáciles, y menos basados en la típica demagogia. Una enfermedad de tan enorme complejidad demanda de los gobernantes un desempeño de excelencia, a la altura de las circunstancias, empezando por hacer un uso racional y pulcro del dinero del pueblo, eliminando, entre muchos otros absurdos, sus programas populistas y el derroche en la promoción personalizada.

Asimismo es indispensable reivindicar el valor de una sociedad organizada, con la fortaleza y capacidad suficientes para proponer e impulsar cambios. Obviamente, no desde la tradicional actitud tibia, medrosa y resignada, sino desde una combativa, propositiva y exigente.

La inseguridad aumenta


Lejos de disminuir, la inseguridad se incrementa en la generalidad del territorio nacional. Mientras la delincuencia y el crimen organizado diversifican y superan sus estrategias, en el sector oficial se arraiga la ineptitud y la falta de soluciones adecuadas al problema.

Un ejemplo de esto se tiene en el aumento en el número de secuestros, el cual, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública -citados en este diario el mes pasado-, subió un 28% durante el primer cuatrimestre de 2019, con respecto al mismo periodo del año anterior. El desarrollo de este cáncer, con sus modalidades e incentivos, lo ha convertido en el modus vivendi de familias completas, y así seguirá de no combatirse con instituciones policiacas realmente profesionales, bien pagadas y mejor equipadas, además de castigar con leyes mucho más estrictas a los cobardes infractores.

En cuanto a los niveles de violencia, la situación es también pésima. La oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito acaba de publicar su reporte de la tasa mundial de homicidios, y en 2017 México cuadriplicó la cifra, pues mientras el promedio global fue de 6.1 casos por cada 100 mil personas, en nuestro país alcanzó el 24.8

Estamos en una condición de peligro permanente y no hay cómo evitarlo. Debido a la garantía de impunidad, son millones los beneficiarios de la descomposición que define un estado de vida y ha llegado a ser la aspiración de un alto porcentaje de las nuevas generaciones. En los municipios de Toluca y Metepec esto se corrobora con la reciente denuncia hecha en este medio por un empresario transportista, en el sentido de que conductores de taxis operan como vigías o “halcones” de los grupos delictivos, quienes buscan contratar principalmente a jóvenes, ofreciéndoles pagos elevados por tenerlos a su servicio.

Los niveles de crecimiento de este fenómeno son alarmantes y tienen ya graves repercusiones en el desarrollo de las comunidades, dañan gravemente la economía y niegan a las personas de todas las edades la posibilidad de tener ambientes de paz, respeto y armonía. Por desgracia, la entidad mexiquense se distingue por tener muy malos indicadores, y de poco o nada ha servido la actuación de las instancias estatal y federal, pues los hechos sangrientos se intensifican y en el tema del secuestro la incompetencia oficial nos coloca en los peores lugares, casi a la par de Veracruz o de la Ciudad de México.

Ante la magnitud del desastre, lo deseable sería ver respuestas idóneas, integrales y con una planeación seria, sin improvisar ni buscar los resultados fáciles, y menos basados en la típica demagogia. Una enfermedad de tan enorme complejidad demanda de los gobernantes un desempeño de excelencia, a la altura de las circunstancias, empezando por hacer un uso racional y pulcro del dinero del pueblo, eliminando, entre muchos otros absurdos, sus programas populistas y el derroche en la promoción personalizada.

Asimismo es indispensable reivindicar el valor de una sociedad organizada, con la fortaleza y capacidad suficientes para proponer e impulsar cambios. Obviamente, no desde la tradicional actitud tibia, medrosa y resignada, sino desde una combativa, propositiva y exigente.