/ viernes 19 de julio de 2019

Pensamiento Universitario

Señales de alerta


A más de siete meses de estar en funciones, las señales de alerta se acumulan sobre la forma de resolver los asuntos dentro de la administración federal. Los errores predominan, y para corroborarlo ahí están los daños a la economía, el exagerado aumento de la criminalidad, los efectos de una supuesta austeridad republicana mal planeada y peor aplicada, o la próxima realización de obras altamente cuestionadas por los expertos y por las comunidades perjudicadas.

Ante la falta de los resultados esperados las voces de protesta se incrementan, pidiendo rectificar el rumbo y generar la estabilidad necesaria, con la aplicación de medidas tendientes a hacer realidad el progreso. El propio Departamento de Estado norteamericano dio a conocer en días pasados un análisis preocupante, en el cual estiman la falta de confianza en la política económica de nuestro país, debido a las decisiones presidenciales.

A lo anterior se suma otra importante llamada de atención, derivada de la renuncia del secretario de Hacienda, expuesta en una carta reveladora y bastante crítica. La inconformidad plasmada en este documento es muy clara, y va más allá de exhibir las fricciones y desacuerdos entre los integrantes del gabinete, pues destaca serias acusaciones en cuanto a la toma de decisiones de política pública “sin el suficiente sustento”, además de la “imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública”. En contraste con la actitud dogmática y lisonjera de tanto cortesano, a esta persona se le debe reconocer su sentido del honor y el valor de enfrentar su testimonio a la arrogancia, y no pasar a la historia como cómplice de un desastre anunciado.

Sin embargo, el problema es que el presidente no entiende, ni entre sus incondicionales hay quien le haga comprender a cabalidad las consecuencias de sus actos. Por el contrario, el señor continúa aferrado a su creencia de sabelotodo, al discurso de ir “requetebién” y de lograr el desarrollo a partir de la austeridad y el combate a la corrupción, aunque hasta en eso se falte a la verdad, al mantener en el olvido la pavorosa deshonestidad del sexenio pasado.

Y si alguien se atreve a disentir, en lugar de ser rebatido con argumentos ciertos y comprobables resentirá los feos modales, escudados en la infaltable sonrisa burlona y traducidos en insultos, descalificaciones y regaños, al grado de negar legitimidad y autoridad moral, así sean profesionales de capacidad comprobada en los diferentes temas, periodistas bien informados, grupos de la sociedad civil o representantes de las mismas instituciones.

Sin duda, es imperativo valorar la situación y proponer cambios de fondo, mediante la elaboración de un plan con acciones concretas, donde participen, en un frente común, la gente preparada y los políticos decentes. Si está de por medio el destino de México, es momento de mostrar dignidad y no sumisión ni complicidades.

La necesaria transformación nacional no puede depender del autoritarismo, y menos del uso de miles de millones de pesos en prácticas clientelares, que en su momento pudiesen apoyar consultas espurias, o comprar voluntades para acumular poder y reproducir lo ocurrido recientemente en Baja California, con el intento de ampliar el periodo del gobernador.

Señales de alerta


A más de siete meses de estar en funciones, las señales de alerta se acumulan sobre la forma de resolver los asuntos dentro de la administración federal. Los errores predominan, y para corroborarlo ahí están los daños a la economía, el exagerado aumento de la criminalidad, los efectos de una supuesta austeridad republicana mal planeada y peor aplicada, o la próxima realización de obras altamente cuestionadas por los expertos y por las comunidades perjudicadas.

Ante la falta de los resultados esperados las voces de protesta se incrementan, pidiendo rectificar el rumbo y generar la estabilidad necesaria, con la aplicación de medidas tendientes a hacer realidad el progreso. El propio Departamento de Estado norteamericano dio a conocer en días pasados un análisis preocupante, en el cual estiman la falta de confianza en la política económica de nuestro país, debido a las decisiones presidenciales.

A lo anterior se suma otra importante llamada de atención, derivada de la renuncia del secretario de Hacienda, expuesta en una carta reveladora y bastante crítica. La inconformidad plasmada en este documento es muy clara, y va más allá de exhibir las fricciones y desacuerdos entre los integrantes del gabinete, pues destaca serias acusaciones en cuanto a la toma de decisiones de política pública “sin el suficiente sustento”, además de la “imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública”. En contraste con la actitud dogmática y lisonjera de tanto cortesano, a esta persona se le debe reconocer su sentido del honor y el valor de enfrentar su testimonio a la arrogancia, y no pasar a la historia como cómplice de un desastre anunciado.

Sin embargo, el problema es que el presidente no entiende, ni entre sus incondicionales hay quien le haga comprender a cabalidad las consecuencias de sus actos. Por el contrario, el señor continúa aferrado a su creencia de sabelotodo, al discurso de ir “requetebién” y de lograr el desarrollo a partir de la austeridad y el combate a la corrupción, aunque hasta en eso se falte a la verdad, al mantener en el olvido la pavorosa deshonestidad del sexenio pasado.

Y si alguien se atreve a disentir, en lugar de ser rebatido con argumentos ciertos y comprobables resentirá los feos modales, escudados en la infaltable sonrisa burlona y traducidos en insultos, descalificaciones y regaños, al grado de negar legitimidad y autoridad moral, así sean profesionales de capacidad comprobada en los diferentes temas, periodistas bien informados, grupos de la sociedad civil o representantes de las mismas instituciones.

Sin duda, es imperativo valorar la situación y proponer cambios de fondo, mediante la elaboración de un plan con acciones concretas, donde participen, en un frente común, la gente preparada y los políticos decentes. Si está de por medio el destino de México, es momento de mostrar dignidad y no sumisión ni complicidades.

La necesaria transformación nacional no puede depender del autoritarismo, y menos del uso de miles de millones de pesos en prácticas clientelares, que en su momento pudiesen apoyar consultas espurias, o comprar voluntades para acumular poder y reproducir lo ocurrido recientemente en Baja California, con el intento de ampliar el periodo del gobernador.