/ viernes 2 de agosto de 2019

Pensamiento Universitario

El valor de educar


El próximo lunes 5 de agosto en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) se inicia un nuevo ciclo escolar. Por tal motivo es oportuno reflexionar acerca de varios temas, y uno de ellos es la función de las y los docentes, cuya importancia está fuera de toda duda, pues su encomienda, en estricto alcance, no sólo consiste en transmitir el conocimiento, sino también en preparar mentalidades analíticas, innovadoras y creativas, además de fomentar la cultura del esfuerzo y la práctica de los buenos principios, ante el objetivo de formar profesionales auténticos y socialmente útiles.

En esta reflexión es conveniente recordar algunas de las ideas vertidas por el filósofo español Fernando Sabater en su excelente libro titulado “El valor de educar”, sin duda un texto de lectura obligada para quienes enfrentan el enorme reto de encauzar de manera adecuada las aptitudes del alumnado. Así como lo señala el autor, el concepto implica considerar la palabra valor en un doble significado, pues la educación no sólo es valiosa y válida, sino también un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana.

En su interesante análisis, Sabater destaca varios de los enfoques que se le dan a la tarea educativa, y cuestiona si éstos pueden abordarse de modo simultáneo o si algunos de ellos resultan incompatibles y, sobre todo, quién habrá de decidir por cuáles optar. En consecuencia tiene sentido el preguntarse si la educación debe darle al mercado laboral competidores hábiles o formar hombres completos; si ha de potenciar la autonomía de cada estudiante, a menudo crítica y disidente, o simplemente buscar la cohesión social; si habrá de desarrollar lo novedoso y original o mantendrá la identidad tradicional del grupo; si reproducirá el orden existente o si a éste lo derrocarán los rebeldes instruidos.

Lo importante y trascendental de la enseñanza obliga a las sociedades libres a superar las limitantes del presente, a defender y fortalecer la premisa de que educar es creer en lo perfectible del ser humano, en la capacidad innata de aprender cosas útiles y en el deseo de querer usarlas; en la posibilidad de mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento.

En estos tiempos de tan malos presagios, nuestra UAEM y México entero necesitan del aporte significativo de sus docentes; de gente sensible y consciente de la realidad, capaz de animar en el aula el amor por lo intelectual, y orientar la realización de los jóvenes de acuerdo con sus habilidades y convicciones singulares. Es ridículo refugiarse en el disfraz de los cartones académicos y actuar con soberbia, cuando el compromiso es cultivar la noble vocación de compartir lo ya sabido, de esforzarse por ayudar a las distintas generaciones a escalar hacia la cima de la cultura, la ciencia y la técnica.

Por último, vale la pena citar el argumento de Fernando Sabater escrito al final del libro, respecto de si se sabe cuál es el efecto sobresaliente de la buena educación. Su respuesta es: Despertar el apetito de más educación, de nuevos aprendizajes y enseñanzas. De querer estar más y mejor instruido. Quien cree que la educación como tal concluye en la escuela o en la universidad, no ha sido realmente encendido por el ardor educativo, sino sólo barnizado o decorado por los tintes menores.

El valor de educar


El próximo lunes 5 de agosto en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) se inicia un nuevo ciclo escolar. Por tal motivo es oportuno reflexionar acerca de varios temas, y uno de ellos es la función de las y los docentes, cuya importancia está fuera de toda duda, pues su encomienda, en estricto alcance, no sólo consiste en transmitir el conocimiento, sino también en preparar mentalidades analíticas, innovadoras y creativas, además de fomentar la cultura del esfuerzo y la práctica de los buenos principios, ante el objetivo de formar profesionales auténticos y socialmente útiles.

En esta reflexión es conveniente recordar algunas de las ideas vertidas por el filósofo español Fernando Sabater en su excelente libro titulado “El valor de educar”, sin duda un texto de lectura obligada para quienes enfrentan el enorme reto de encauzar de manera adecuada las aptitudes del alumnado. Así como lo señala el autor, el concepto implica considerar la palabra valor en un doble significado, pues la educación no sólo es valiosa y válida, sino también un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana.

En su interesante análisis, Sabater destaca varios de los enfoques que se le dan a la tarea educativa, y cuestiona si éstos pueden abordarse de modo simultáneo o si algunos de ellos resultan incompatibles y, sobre todo, quién habrá de decidir por cuáles optar. En consecuencia tiene sentido el preguntarse si la educación debe darle al mercado laboral competidores hábiles o formar hombres completos; si ha de potenciar la autonomía de cada estudiante, a menudo crítica y disidente, o simplemente buscar la cohesión social; si habrá de desarrollar lo novedoso y original o mantendrá la identidad tradicional del grupo; si reproducirá el orden existente o si a éste lo derrocarán los rebeldes instruidos.

Lo importante y trascendental de la enseñanza obliga a las sociedades libres a superar las limitantes del presente, a defender y fortalecer la premisa de que educar es creer en lo perfectible del ser humano, en la capacidad innata de aprender cosas útiles y en el deseo de querer usarlas; en la posibilidad de mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento.

En estos tiempos de tan malos presagios, nuestra UAEM y México entero necesitan del aporte significativo de sus docentes; de gente sensible y consciente de la realidad, capaz de animar en el aula el amor por lo intelectual, y orientar la realización de los jóvenes de acuerdo con sus habilidades y convicciones singulares. Es ridículo refugiarse en el disfraz de los cartones académicos y actuar con soberbia, cuando el compromiso es cultivar la noble vocación de compartir lo ya sabido, de esforzarse por ayudar a las distintas generaciones a escalar hacia la cima de la cultura, la ciencia y la técnica.

Por último, vale la pena citar el argumento de Fernando Sabater escrito al final del libro, respecto de si se sabe cuál es el efecto sobresaliente de la buena educación. Su respuesta es: Despertar el apetito de más educación, de nuevos aprendizajes y enseñanzas. De querer estar más y mejor instruido. Quien cree que la educación como tal concluye en la escuela o en la universidad, no ha sido realmente encendido por el ardor educativo, sino sólo barnizado o decorado por los tintes menores.