/ viernes 26 de marzo de 2021

Pensamiento Universitario | Destrucción de ecosistemas

De acuerdo con el más reciente reporte de la Comisión Nacional Forestal, entre el primero de enero y el 11 de marzo de este año se registraron en el país mil 684 incendios forestales, afectando una superficie de 29 mil 559 de hectáreas, la tercera más extensa desde 2011, de la cual al estado de México le corresponden 5 mil 596.

Los efectos de esta tragedia son verdaderamente terribles, no sólo por la mortalidad de árboles, vegetación y fauna, sino también por el impacto en la destrucción de ecosistemas y la pérdida del hábitat de miles de especies. En el mediano y largo plazos las consecuencias serán igualmente catastróficas, pues repercutirán en el aumento de sequías, bajos niveles de almacenamiento de agua, erosión del suelo y cambios en los climas locales, regionales y mundiales, entre muchas otras cosas.

A pesar de lo drástico de la situación, los recursos para combatir este tipo de fenómenos son escasos, en buena parte debido a los criterios de austeridad impuestos por el señor de Palacio, quien prefiere gastar el dinero de los mexicanos en programas electoreros y proyectos absurdos, perjudiciales al patrimonio de los pueblos originarios, en lugar de gobernar con inteligencia y eficacia, en este caso identificando las distintas zonas de riesgo, a fin de prevenir y limitar el alcance de los recurrentes desastres naturales.

Por desgracia, la ineptitud de ningún modo es privativa de la administración federal, y aquí también se contribuye de manera notable en el incremento de los procesos dañinos al medio ambiente. Muestra de ello se tiene en la noticia dada a conocer por este diario en días pasados, con respecto a la criminal deforestación del Nevado de Toluca, a causa de las diarias acciones de los depredadores, alentados por la apatía de autoridades cómplice, sin visión de futuro y en realidad sumadas a la extensa serie de calamidades que padece nuestro sufrido país.

Y qué se puede decir del ámbito municipal, si el desinterés oficial se ensaña hasta con parques como el Alameda 2000, un lugar recreativo, ideal para la convivencia familiar y muy utilizado por las y los deportistas, hoy en el abandono, sin mantenimiento y con sus cuerpos de agua sucios, contaminados y a punto de evaporarse. Un excelente espacio, cuya función bien podría la de un pulmón verde de la capital mexiquense, convertido en otra víctima de esa clase política incompetente; individuos de presencia mínima cuando se trata de poner en práctica gestiones de calidad.

Obviamente, las cosas empeoran en las comunidades subdesarrolladas, pues los bajos niveles educativos y culturales, aunado a lo raquítico de los valores, no permite tener una conciencia plena acerca del daño causado a su entorno y a su propia vida. Incluso, el atraso y la irresponsabilidad no ayudan a tener una democracia fortalecida, que en su momento se pudiese traducir en la conveniencia de elegir liderazgos éticos y preparados, capaces de impulsar la sanidad ambiental y el progreso de una sociedad.

Frente a un problema de graves implicaciones sin duda el reto enorme. Si en estos momentos no nos preocupamos por llevar a cabo las acciones necesarias para revertir el desastre, quizá las siguientes generaciones ya no tengan tiempo de hacerlo. Por ello, es obligado un cambio de actitud individual y colectiva, con la convicción de que posible corregir el rumbo y depurar nuestras relaciones con la naturaleza, de lo cual depende la subsistencia de millones de seres.

De acuerdo con el más reciente reporte de la Comisión Nacional Forestal, entre el primero de enero y el 11 de marzo de este año se registraron en el país mil 684 incendios forestales, afectando una superficie de 29 mil 559 de hectáreas, la tercera más extensa desde 2011, de la cual al estado de México le corresponden 5 mil 596.

Los efectos de esta tragedia son verdaderamente terribles, no sólo por la mortalidad de árboles, vegetación y fauna, sino también por el impacto en la destrucción de ecosistemas y la pérdida del hábitat de miles de especies. En el mediano y largo plazos las consecuencias serán igualmente catastróficas, pues repercutirán en el aumento de sequías, bajos niveles de almacenamiento de agua, erosión del suelo y cambios en los climas locales, regionales y mundiales, entre muchas otras cosas.

A pesar de lo drástico de la situación, los recursos para combatir este tipo de fenómenos son escasos, en buena parte debido a los criterios de austeridad impuestos por el señor de Palacio, quien prefiere gastar el dinero de los mexicanos en programas electoreros y proyectos absurdos, perjudiciales al patrimonio de los pueblos originarios, en lugar de gobernar con inteligencia y eficacia, en este caso identificando las distintas zonas de riesgo, a fin de prevenir y limitar el alcance de los recurrentes desastres naturales.

Por desgracia, la ineptitud de ningún modo es privativa de la administración federal, y aquí también se contribuye de manera notable en el incremento de los procesos dañinos al medio ambiente. Muestra de ello se tiene en la noticia dada a conocer por este diario en días pasados, con respecto a la criminal deforestación del Nevado de Toluca, a causa de las diarias acciones de los depredadores, alentados por la apatía de autoridades cómplice, sin visión de futuro y en realidad sumadas a la extensa serie de calamidades que padece nuestro sufrido país.

Y qué se puede decir del ámbito municipal, si el desinterés oficial se ensaña hasta con parques como el Alameda 2000, un lugar recreativo, ideal para la convivencia familiar y muy utilizado por las y los deportistas, hoy en el abandono, sin mantenimiento y con sus cuerpos de agua sucios, contaminados y a punto de evaporarse. Un excelente espacio, cuya función bien podría la de un pulmón verde de la capital mexiquense, convertido en otra víctima de esa clase política incompetente; individuos de presencia mínima cuando se trata de poner en práctica gestiones de calidad.

Obviamente, las cosas empeoran en las comunidades subdesarrolladas, pues los bajos niveles educativos y culturales, aunado a lo raquítico de los valores, no permite tener una conciencia plena acerca del daño causado a su entorno y a su propia vida. Incluso, el atraso y la irresponsabilidad no ayudan a tener una democracia fortalecida, que en su momento se pudiese traducir en la conveniencia de elegir liderazgos éticos y preparados, capaces de impulsar la sanidad ambiental y el progreso de una sociedad.

Frente a un problema de graves implicaciones sin duda el reto enorme. Si en estos momentos no nos preocupamos por llevar a cabo las acciones necesarias para revertir el desastre, quizá las siguientes generaciones ya no tengan tiempo de hacerlo. Por ello, es obligado un cambio de actitud individual y colectiva, con la convicción de que posible corregir el rumbo y depurar nuestras relaciones con la naturaleza, de lo cual depende la subsistencia de millones de seres.