/ viernes 26 de junio de 2020

Pensamiento Universitario | En el muro de la vergüenza

La semana pasada, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) dio a conocer el Índice de Competitividad Estatal 2020, elaborado con el objetivo de medir el desempeño de las 32 entidades del país en diferentes asignaturas, donde se incluyen, entre otras, seguridad, economía, medio ambiente, corrupción, sistema político y gobierno. Del total, sólo cinco estados obtuvieron reconocimiento en los rubros calificados por el organismo, y la mitad fue ubicada en el llamado “muro de la vergüenza”, debido a su limitada capacidad para generar, atraer y retener talento e inversión, con lo cual se pudiese detonar la productividad y el bienestar de sus habitantes.

El Estado de México, a pesar de contar con grandes recursos y enormes presupuestos, se encuentra en esa posición deshonrosa, y al no sobresalir en ninguno de los indicadores evaluados lo superaron entidades como Colima y Querétaro, quedando al nivel de lo mostrado por Oaxaca, Chiapas o Guerrero. Es lamentable, pero la realidad nos sitúa en los últimos lugares del mencionado estudio, con muy bajas puntuaciones en los temas relativos a la prosperidad, a garantizar la paz y proporcionar a los mexiquenses mejores condiciones de vida.

Aunque las causas de esta situación son diversas, sin duda destaca lo deficiente de los gobiernos y el alto porcentaje de mediocridad en las administraciones, cuyos resultados son en general vergonzosos y están lejos de satisfacer las necesidades de la población. Así, mientras la ineptitud y la estupidez oficial se arraigan, el subdesarrollo nos agobia y no hay freno posible al pésimo desempeño de una burocracia mayoritariamente incompetente y nepotista, aferrada a la máxima de no ser políticos pobres.

En lugar de prepararse y tener conciencia de sus obligaciones en favor del bien común, se incurre en frivolidades y feas formas de despilfarro, por ejemplo, a través de los perversos programas clientelares o con la asignación de montos exagerados a publicidad y propaganda, a fin de presumir logros ficticios y enaltecer personalidades sin mérito. Para colmo, se rodean de camarillas igualmente inútiles, en quienes los atributos y aportes relevantes no pasan de ser una ingenua aspiración.

Las consecuencias de la actual tragedia, sobre todo por la pérdida de vidas humanas y daños a la economía, pone en evidencia muchas cosas, entre ellas la de tanto “florero” refugiado en el erario, dando muestras del efecto destructor del poder asociado a la ignorancia. Al amparo de un marco normativo facilitador de excesos, omiso en poner candados a la incompetencia, los derechos de las personas se ven así afectados, y en lugar de recibir atención eficiente y oportuna predominan las carencias, y se intensifican la angustia, la desesperación y el sufrimiento.

Las deficiencias en el servicio público son condenables, y los tiempos de crisis corroboran que la simulación sólo puede derivar en la ausencia de un gobierno de calidad y resultados idóneos. Ante lo complejo del panorama, es necesario ser conscientes de los grandes riesgos, y ello implica el rechazo a los liderazgos irresponsables y escasos de talento, incapaces ejercer con dignidad los cargos y de generar administraciones de logros permanentes.

La semana pasada, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) dio a conocer el Índice de Competitividad Estatal 2020, elaborado con el objetivo de medir el desempeño de las 32 entidades del país en diferentes asignaturas, donde se incluyen, entre otras, seguridad, economía, medio ambiente, corrupción, sistema político y gobierno. Del total, sólo cinco estados obtuvieron reconocimiento en los rubros calificados por el organismo, y la mitad fue ubicada en el llamado “muro de la vergüenza”, debido a su limitada capacidad para generar, atraer y retener talento e inversión, con lo cual se pudiese detonar la productividad y el bienestar de sus habitantes.

El Estado de México, a pesar de contar con grandes recursos y enormes presupuestos, se encuentra en esa posición deshonrosa, y al no sobresalir en ninguno de los indicadores evaluados lo superaron entidades como Colima y Querétaro, quedando al nivel de lo mostrado por Oaxaca, Chiapas o Guerrero. Es lamentable, pero la realidad nos sitúa en los últimos lugares del mencionado estudio, con muy bajas puntuaciones en los temas relativos a la prosperidad, a garantizar la paz y proporcionar a los mexiquenses mejores condiciones de vida.

Aunque las causas de esta situación son diversas, sin duda destaca lo deficiente de los gobiernos y el alto porcentaje de mediocridad en las administraciones, cuyos resultados son en general vergonzosos y están lejos de satisfacer las necesidades de la población. Así, mientras la ineptitud y la estupidez oficial se arraigan, el subdesarrollo nos agobia y no hay freno posible al pésimo desempeño de una burocracia mayoritariamente incompetente y nepotista, aferrada a la máxima de no ser políticos pobres.

En lugar de prepararse y tener conciencia de sus obligaciones en favor del bien común, se incurre en frivolidades y feas formas de despilfarro, por ejemplo, a través de los perversos programas clientelares o con la asignación de montos exagerados a publicidad y propaganda, a fin de presumir logros ficticios y enaltecer personalidades sin mérito. Para colmo, se rodean de camarillas igualmente inútiles, en quienes los atributos y aportes relevantes no pasan de ser una ingenua aspiración.

Las consecuencias de la actual tragedia, sobre todo por la pérdida de vidas humanas y daños a la economía, pone en evidencia muchas cosas, entre ellas la de tanto “florero” refugiado en el erario, dando muestras del efecto destructor del poder asociado a la ignorancia. Al amparo de un marco normativo facilitador de excesos, omiso en poner candados a la incompetencia, los derechos de las personas se ven así afectados, y en lugar de recibir atención eficiente y oportuna predominan las carencias, y se intensifican la angustia, la desesperación y el sufrimiento.

Las deficiencias en el servicio público son condenables, y los tiempos de crisis corroboran que la simulación sólo puede derivar en la ausencia de un gobierno de calidad y resultados idóneos. Ante lo complejo del panorama, es necesario ser conscientes de los grandes riesgos, y ello implica el rechazo a los liderazgos irresponsables y escasos de talento, incapaces ejercer con dignidad los cargos y de generar administraciones de logros permanentes.