/ viernes 10 de julio de 2020

Pensamiento Universitario | La estrategia de dividir

Se han cumplido dos años del triunfo electoral del actual presidente, y prácticamente el mismo tiempo de ejercer el poder, pues desde ese primero de julio de 2018 el anterior reafirmó su papel de ser una simple figura decorativa. Millones de electores creyeron en los beneficios del cambio y dieron su voto de confianza, entre muchas otras cosas por el rechazo a la corrupción y la repugnante impunidad, así como a la violencia y el predominio de los grupos delictivos en extensas regiones del territorio nacional.

La oportunidad de llevar a cabo una transformación de fondo fue enorme, y se pensó que las condiciones estaban dadas, al resultar elegido quien conocía muy bien las necesidades del país y supuestamente sabía cómo atenderlas, después de tantos años de andar en campaña y haber sido tres veces candidato al máximo cargo político. Además, tendría el respaldo de la mayoría en las cámaras de Diputados y Senadores.

Sin embargo, las altas expectativas generadas durante la etapa de proselitismo no se han cumplido, el balance es negativo y predominan las malas decisiones, la cerrazón y el dogmatismo ideológico, aferrado a una interpretación errónea de la función gubernamental. De poco sirvieron tantos años de aprendizaje si en los hechos se acumulan los desaciertos, a pesar de lo cual se sigue actuando en la misma línea, con la absurda creencia de estar construyendo un destino superior de la República, y así quedar en la historia a la altura de Juárez, Madero y Cárdenas.

Las consecuencias de tener una administración deficiente son preocupantes, y algunas de ellas se padecen en la crisis económica, el mal ejercicio del gasto público, los daños a la educación, ciencia y tecnología, la afectación a los organismos autónomos, los pocos resultados en seguridad, el muy lamentable manejo de la pandemia, más una serie de ocurrencias y propuestas fuera de lugar, que van desde ofrecer abrazos al crimen organizado y la rifa de un avión, hasta ser el autor de decálogos y recomendar a la gente llevar una vida franciscana.

Para colmo se incrementa la polarización, alentada todas las mañanas mediante una estrategia de ofensas y descalificación, completamente opuesta al ideal de unificar a los mexicanos en torno a proyectos de beneficio común, de atender la opinión de los expertos en los diferentes temas y trabajar en un plan de recuperación integral, tan indispensable en estos momentos. Lejos de eso, la obstinación oficial sólo reconoce dos bandos: el de los incondicionales y el de los demás, a quienes continúa atacando acusándolos de conservadores, neoliberales, mafia del poder, fifís y enemigos de la transformación, entre otros calificativos.

La situación es delicada y de ninguna manera debiera estimularse, pues ahora mismo vemos la formación de grupos dominados por el fanatismo, de uno y otro lado, para quienes ya no existe posibilidad de diálogo ni de razonamiento. Por eso, persistir en los excesos, como el de querer ahora cobrarle a sus críticos o involucrarse en el próximo proceso electoral, disfrazado de guardián de la democracia, es ponerle más gasolina al fuego y apostarle a una mayor desestabilización, en un contexto donde no se pueden descartar las manifestaciones de la violencia física.

Se han cumplido dos años del triunfo electoral del actual presidente, y prácticamente el mismo tiempo de ejercer el poder, pues desde ese primero de julio de 2018 el anterior reafirmó su papel de ser una simple figura decorativa. Millones de electores creyeron en los beneficios del cambio y dieron su voto de confianza, entre muchas otras cosas por el rechazo a la corrupción y la repugnante impunidad, así como a la violencia y el predominio de los grupos delictivos en extensas regiones del territorio nacional.

La oportunidad de llevar a cabo una transformación de fondo fue enorme, y se pensó que las condiciones estaban dadas, al resultar elegido quien conocía muy bien las necesidades del país y supuestamente sabía cómo atenderlas, después de tantos años de andar en campaña y haber sido tres veces candidato al máximo cargo político. Además, tendría el respaldo de la mayoría en las cámaras de Diputados y Senadores.

Sin embargo, las altas expectativas generadas durante la etapa de proselitismo no se han cumplido, el balance es negativo y predominan las malas decisiones, la cerrazón y el dogmatismo ideológico, aferrado a una interpretación errónea de la función gubernamental. De poco sirvieron tantos años de aprendizaje si en los hechos se acumulan los desaciertos, a pesar de lo cual se sigue actuando en la misma línea, con la absurda creencia de estar construyendo un destino superior de la República, y así quedar en la historia a la altura de Juárez, Madero y Cárdenas.

Las consecuencias de tener una administración deficiente son preocupantes, y algunas de ellas se padecen en la crisis económica, el mal ejercicio del gasto público, los daños a la educación, ciencia y tecnología, la afectación a los organismos autónomos, los pocos resultados en seguridad, el muy lamentable manejo de la pandemia, más una serie de ocurrencias y propuestas fuera de lugar, que van desde ofrecer abrazos al crimen organizado y la rifa de un avión, hasta ser el autor de decálogos y recomendar a la gente llevar una vida franciscana.

Para colmo se incrementa la polarización, alentada todas las mañanas mediante una estrategia de ofensas y descalificación, completamente opuesta al ideal de unificar a los mexicanos en torno a proyectos de beneficio común, de atender la opinión de los expertos en los diferentes temas y trabajar en un plan de recuperación integral, tan indispensable en estos momentos. Lejos de eso, la obstinación oficial sólo reconoce dos bandos: el de los incondicionales y el de los demás, a quienes continúa atacando acusándolos de conservadores, neoliberales, mafia del poder, fifís y enemigos de la transformación, entre otros calificativos.

La situación es delicada y de ninguna manera debiera estimularse, pues ahora mismo vemos la formación de grupos dominados por el fanatismo, de uno y otro lado, para quienes ya no existe posibilidad de diálogo ni de razonamiento. Por eso, persistir en los excesos, como el de querer ahora cobrarle a sus críticos o involucrarse en el próximo proceso electoral, disfrazado de guardián de la democracia, es ponerle más gasolina al fuego y apostarle a una mayor desestabilización, en un contexto donde no se pueden descartar las manifestaciones de la violencia física.