/ viernes 21 de mayo de 2021

Pensamiento Universitario | La ignorancia en el poder

La política es un conjunto de actividades asociadas con la toma de decisiones en grupo. Básicamente sus objetivos son atender los asuntos del Estado, equivalente al arte de gobernar, y promover la participación de los ciudadanos a fin de alcanzar el bien común.

Las características o cualidades que debe tener alguien digno de nuestros votos o de ocupar un cargo oficial son varias, y entre ellas se pueden mencionar las de los valores, el compromiso social y la preparación académica, profesional y cultural. Por desgracia, cuando escuchamos a la mayoría de los políticos mexicanos, mujeres y hombres, la pregunta obligada es cómo pueden decir y hacer tantas estupideces sin avergonzarse, y ofender impunemente la inteligencia de cualquier persona sensata y medianamente instruida.

Sobre la trascendencia de esto bastante podrían escribirse, aunque para no ir muy lejos se tienen desde los proyectos aberrantes y la destrucción de instituciones a capricho y escaso entendimiento del poderoso iletrado, hasta los de la senadora de Durango, quien en una conferencia de prensa atribuyó el accidente de la Línea 12 del Metro de la ciudad de México a gente perversa, que en un descuido pudo llegar, mover y derribar la “ballena”. O bien, el de la directora de Conacyt, con grado de doctora, por cierto, cuando promovió la vacuna “Patria” contra el Covid – 19, cuyo costo, dijo, será 855% más barato con respecto a la de mayor precio en el mercado.

Con este otro tipo de pandemia cualquiera se siente con posibilidades de intervenir en la vida pública y llegar a ser gobernador, presidente municipal o legislador, o aceptar puestos de importancia, sin importarle sus grandes limitaciones intelectuales y éticas. Por si fuera poco, en estos tiempos de gobernanza destructora la moda es convertir en altos funcionarios a ex guaruras y servidores incondicionales, con la reiterada falacia de ubicar la honestidad en un 90% y la experiencia en un 10%, es decir, menospreciar ante todo la especialización o las habilidades adquiridas al realizar algo en forma continua.

Por supuesto, la ignorancia no es sólo un problema de saberes; es mucho más profundo y tiene implicaciones sociales e incluso psicológicas, cuando se convierte en hábito el no pensar ni reflexionar sobre el decir y el actuar del incapaz. Se puede presentar entonces el sesgo cognitivo llamado efecto Dunning – Kruger, según el cual los individuos con escasos conocimientos y aptitudes sufren un sentimiento de superioridad ilusorio, sobrestiman sus competencias, considerándose más inteligentes que los mejor preparados.

Si a lo anterior se le suma la soberbia y el autoritarismo, surge la explicación de por qué se ha llegado a la situación actual, donde, recurriendo a la cantaleta de la trasformación, se desprecian no sólo la ciencia y las mentes brillantes e innovadoras, sino las personas de buena voluntad, comprometidas con el progreso y poseedoras del perfil necesario para opinar, tomar decisiones idóneas y ejecutarlas. En lugar de eso, se coloca a los menos calificados y a los reprobados en puestos estratégicos, sin importar los desastrosos resultados que a paso de ganso llevan al país al despeñadero.

El ejercicio cotidiano de la demagogia, de la falta de diálogo abierto y franco, de ninguna manera significa gobernar. En realidad, es empoderar la ignorancia al ensanchar el círculo vicioso de un cáncer cuyas consecuencias van en camino de superar los daños causados por otras formas de corrupción.

La política es un conjunto de actividades asociadas con la toma de decisiones en grupo. Básicamente sus objetivos son atender los asuntos del Estado, equivalente al arte de gobernar, y promover la participación de los ciudadanos a fin de alcanzar el bien común.

Las características o cualidades que debe tener alguien digno de nuestros votos o de ocupar un cargo oficial son varias, y entre ellas se pueden mencionar las de los valores, el compromiso social y la preparación académica, profesional y cultural. Por desgracia, cuando escuchamos a la mayoría de los políticos mexicanos, mujeres y hombres, la pregunta obligada es cómo pueden decir y hacer tantas estupideces sin avergonzarse, y ofender impunemente la inteligencia de cualquier persona sensata y medianamente instruida.

Sobre la trascendencia de esto bastante podrían escribirse, aunque para no ir muy lejos se tienen desde los proyectos aberrantes y la destrucción de instituciones a capricho y escaso entendimiento del poderoso iletrado, hasta los de la senadora de Durango, quien en una conferencia de prensa atribuyó el accidente de la Línea 12 del Metro de la ciudad de México a gente perversa, que en un descuido pudo llegar, mover y derribar la “ballena”. O bien, el de la directora de Conacyt, con grado de doctora, por cierto, cuando promovió la vacuna “Patria” contra el Covid – 19, cuyo costo, dijo, será 855% más barato con respecto a la de mayor precio en el mercado.

Con este otro tipo de pandemia cualquiera se siente con posibilidades de intervenir en la vida pública y llegar a ser gobernador, presidente municipal o legislador, o aceptar puestos de importancia, sin importarle sus grandes limitaciones intelectuales y éticas. Por si fuera poco, en estos tiempos de gobernanza destructora la moda es convertir en altos funcionarios a ex guaruras y servidores incondicionales, con la reiterada falacia de ubicar la honestidad en un 90% y la experiencia en un 10%, es decir, menospreciar ante todo la especialización o las habilidades adquiridas al realizar algo en forma continua.

Por supuesto, la ignorancia no es sólo un problema de saberes; es mucho más profundo y tiene implicaciones sociales e incluso psicológicas, cuando se convierte en hábito el no pensar ni reflexionar sobre el decir y el actuar del incapaz. Se puede presentar entonces el sesgo cognitivo llamado efecto Dunning – Kruger, según el cual los individuos con escasos conocimientos y aptitudes sufren un sentimiento de superioridad ilusorio, sobrestiman sus competencias, considerándose más inteligentes que los mejor preparados.

Si a lo anterior se le suma la soberbia y el autoritarismo, surge la explicación de por qué se ha llegado a la situación actual, donde, recurriendo a la cantaleta de la trasformación, se desprecian no sólo la ciencia y las mentes brillantes e innovadoras, sino las personas de buena voluntad, comprometidas con el progreso y poseedoras del perfil necesario para opinar, tomar decisiones idóneas y ejecutarlas. En lugar de eso, se coloca a los menos calificados y a los reprobados en puestos estratégicos, sin importar los desastrosos resultados que a paso de ganso llevan al país al despeñadero.

El ejercicio cotidiano de la demagogia, de la falta de diálogo abierto y franco, de ninguna manera significa gobernar. En realidad, es empoderar la ignorancia al ensanchar el círculo vicioso de un cáncer cuyas consecuencias van en camino de superar los daños causados por otras formas de corrupción.