/ viernes 12 de junio de 2020

Pensamiento Universitario | La ineptocracia

En las épocas de crisis es cuando se muestra la verdadera naturaleza de los individuos, de las sociedades y, sobre todo, de los gobernantes. Cuando las capacidades individuales y de grupo se ven superadas por una tragedia, lo deseable es encontrar en la representación oficial no sólo la experiencia y aptitud necesarias, sino también los principios éticos indispensables para darle al problema una solución eficaz.

Por desgracia, en nuestro país esta carencia de atributos es algo bastante generalizado, y su recurrencia ha sido el origen de muchos males, de marcar tantos rumbos equivocados, en perjuicio de los derechos y legítimos intereses de la población. La designación incorrecta de personas en puestos relevantes no es sólo una característica indeseable del sistema político mexicano: es el sistema mismo.

Evidencias irrefutables se tienen en estos momentos, con el terrible drama humano y autoridades ampliamente rebasadas por las circunstancias. Ante los enormes efectos de la pandemia, nadie puede negar su fuerte correlación con el pésimo desempeño de una mayoría de líderes ineptos y populistas, reflejado desde la falta de acciones preventivas y la insuficiencia de los recursos asignados, hasta en las consecuencias irremediables debido a la pérdida de vidas humanas.

Lejos de disminuir, esta forma de corrupción se fortalece en los tiempos actuales de la histórica transformación, pues, según palabra suprema, importa mucho más la honestidad que la experiencia y la preparación, en proporción de nueve a uno. Es decir, con semejante criterio terminará de imponerse la ineptocracia, representada por los menos competentes para gobernar, comúnmente seguidores y fanáticos del gran benefactor, o profesionales dóciles, todos ellos sin antecedentes en el manejo de las altas responsabilidades.

Así entonces, la consigna es prescindir de la gente talentosa y digna, cuyas decisiones bien podrían darle el rumbo de certeza y racionalidad a esta sufrida nación, máxime frente a condiciones de verdadera emergencia. Sin embargo, en el camino hacia la imposición de un Estado totalitario, el régimen incurre en confusión de identidades y pone en cargos importantes a incondicionales, algunos altamente cuestionados, cuyos errores pronto habrán de ser causa de más fracasos y resultados negativos.

En contraste con esa fuerza creativa y responsable, susceptible de ser adquirida por el ser humano a través de la combinación del saber y la práctica de normas morales, a lo largo de la historia se ha constatado el efecto destructor del poder asociado a la ignorancia, lo cual ha llevado a mujeres y hombres mediocres a desentenderse de lo esencial de su función de servicio, y a concentrarse sólo en el mero disfrute de una escala de valores invertida.

El progreso de las sociedades radica también en exigir la incorporación en el ámbito público de personas valiosas, con prestigio profesional y cualidades auténticas de honradez. Es perverso privilegiar la simulación y el engaño, al encargar la conducción de dependencias e instituciones a gente incapaz, sumisa y carente de autonomía, sin el menor interés por liberarse de ideologías absurdas e impulsar realmente la modernidad del país.

En las épocas de crisis es cuando se muestra la verdadera naturaleza de los individuos, de las sociedades y, sobre todo, de los gobernantes. Cuando las capacidades individuales y de grupo se ven superadas por una tragedia, lo deseable es encontrar en la representación oficial no sólo la experiencia y aptitud necesarias, sino también los principios éticos indispensables para darle al problema una solución eficaz.

Por desgracia, en nuestro país esta carencia de atributos es algo bastante generalizado, y su recurrencia ha sido el origen de muchos males, de marcar tantos rumbos equivocados, en perjuicio de los derechos y legítimos intereses de la población. La designación incorrecta de personas en puestos relevantes no es sólo una característica indeseable del sistema político mexicano: es el sistema mismo.

Evidencias irrefutables se tienen en estos momentos, con el terrible drama humano y autoridades ampliamente rebasadas por las circunstancias. Ante los enormes efectos de la pandemia, nadie puede negar su fuerte correlación con el pésimo desempeño de una mayoría de líderes ineptos y populistas, reflejado desde la falta de acciones preventivas y la insuficiencia de los recursos asignados, hasta en las consecuencias irremediables debido a la pérdida de vidas humanas.

Lejos de disminuir, esta forma de corrupción se fortalece en los tiempos actuales de la histórica transformación, pues, según palabra suprema, importa mucho más la honestidad que la experiencia y la preparación, en proporción de nueve a uno. Es decir, con semejante criterio terminará de imponerse la ineptocracia, representada por los menos competentes para gobernar, comúnmente seguidores y fanáticos del gran benefactor, o profesionales dóciles, todos ellos sin antecedentes en el manejo de las altas responsabilidades.

Así entonces, la consigna es prescindir de la gente talentosa y digna, cuyas decisiones bien podrían darle el rumbo de certeza y racionalidad a esta sufrida nación, máxime frente a condiciones de verdadera emergencia. Sin embargo, en el camino hacia la imposición de un Estado totalitario, el régimen incurre en confusión de identidades y pone en cargos importantes a incondicionales, algunos altamente cuestionados, cuyos errores pronto habrán de ser causa de más fracasos y resultados negativos.

En contraste con esa fuerza creativa y responsable, susceptible de ser adquirida por el ser humano a través de la combinación del saber y la práctica de normas morales, a lo largo de la historia se ha constatado el efecto destructor del poder asociado a la ignorancia, lo cual ha llevado a mujeres y hombres mediocres a desentenderse de lo esencial de su función de servicio, y a concentrarse sólo en el mero disfrute de una escala de valores invertida.

El progreso de las sociedades radica también en exigir la incorporación en el ámbito público de personas valiosas, con prestigio profesional y cualidades auténticas de honradez. Es perverso privilegiar la simulación y el engaño, al encargar la conducción de dependencias e instituciones a gente incapaz, sumisa y carente de autonomía, sin el menor interés por liberarse de ideologías absurdas e impulsar realmente la modernidad del país.