/ viernes 22 de abril de 2022

Pensamiento Universitario | La verificación vehicular

Debido a de la actividad humana, la contaminación del aire se ha intensificado en la mayoría de los países del mundo, sobre todo en los de menores niveles educativos y con gobiernos ineptos y corruptos, como el nuestro.

Entre las fuentes más nocivas de las zonas urbanas destaca el transporte público y privado, en sus modalidades de automóviles, camiones y autobuses. Por eso, con la finalidad de reducir la presencia de las sustancias tóxicas en la atmósfera, a partir de la década de los 90 se creó en varias entidades de la República Mexicana, entre ellas la mexiquense, el programa de verificación vehicular (además del “Hoy no circula” en el entonces Distrito Federal), de observancia obligatoria cada seis meses, es decir, dos veces al año, en centros autorizados.

Al respecto, hace unos días el actual secretario de Medio Ambiente estatal declaró a este diario que, de un registro aproximado de 8 millones de automotores, únicamente cumplen con el trámite semestral los propietarios de 3 millones en promedio, lo cual representa menos del 40 por ciento del total. El funcionario se refirió también a la negativa de aplicar multas a los infractores, porque dijo confiar en la conciencia ciudadana para corregir la omisión y contribuir así al beneficio del entorno.

Y mientras los sueños del señor burócrata se hacen realidad, las chimeneas rodantes y una extensa serie de malas prácticas continúan agravando la situación en metrópolis y zonas conurbadas, por ejemplo, en los temas del tráfico caótico, vialidades llenas de humo y los relacionados con los padecimientos respiratorios (tos, bronquitis crónica, cáncer de pulmón o piel y muertes prematuras), hasta la modificación de los climas locales, regionales y otros efectos a nivel global. En complemento, se debe soportar la ambición desmedida de ciertos gobernantes, quienes otorgan durante su administración permisos de incremento inmobiliario verdaderamente irracionales, o construyen obras suntuosas de la extensión de los proyectos carreteros y trenes interurbanos, sin importarles la devastación de extensas superficies arboladas y de numerosos ecosistemas, propiciando alteraciones irreversibles en la vida de comunidades enteras.

Por desgracia, las cosas empeoran en las poblaciones subdesarrolladas, cuando la ignorancia y lo raquítico de los valores no permiten tener una comprensión plena acerca del desastre, e incluso lo refuerzan, con actos tan deleznables como conducir máquinas viejas y sin mantenimiento, tirar basura en las calles o acumularla en los espacios a cielo abierto. Expresiones así, bastante comunes entre la clientela buena y sabia, son el reflejo de sociedades incultas, dominadas por el atraso y el analfabetismo real o funcional, sin visión de un mejor futuro y de presencia negativa cuando se trata de aportar al orden, progreso y limpieza de los lugares individuales y colectivos.

Ante un problema de tan enorme gravedad, las condiciones de ninguna manera son para escuchar las promesas y demagogia de siempre, sino de una actuación pronta, decidida y en estricto apego a las leyes. Si ahora mismo la preocupación no se traduce en el firme compromiso de revertir tragedias de la magnitud de la padecida en Toluca, a las siguientes generaciones les resultará mucho más difícil, o quizá ya no puedan hacerlo.

Es obligado un cambio de conducta, con la convicción de que el camino seguido durante tanto tiempo puede ser corregido, hasta devolverle el carácter vital y la dimensión humana a nuestras relaciones con la naturaleza.

Debido a de la actividad humana, la contaminación del aire se ha intensificado en la mayoría de los países del mundo, sobre todo en los de menores niveles educativos y con gobiernos ineptos y corruptos, como el nuestro.

Entre las fuentes más nocivas de las zonas urbanas destaca el transporte público y privado, en sus modalidades de automóviles, camiones y autobuses. Por eso, con la finalidad de reducir la presencia de las sustancias tóxicas en la atmósfera, a partir de la década de los 90 se creó en varias entidades de la República Mexicana, entre ellas la mexiquense, el programa de verificación vehicular (además del “Hoy no circula” en el entonces Distrito Federal), de observancia obligatoria cada seis meses, es decir, dos veces al año, en centros autorizados.

Al respecto, hace unos días el actual secretario de Medio Ambiente estatal declaró a este diario que, de un registro aproximado de 8 millones de automotores, únicamente cumplen con el trámite semestral los propietarios de 3 millones en promedio, lo cual representa menos del 40 por ciento del total. El funcionario se refirió también a la negativa de aplicar multas a los infractores, porque dijo confiar en la conciencia ciudadana para corregir la omisión y contribuir así al beneficio del entorno.

Y mientras los sueños del señor burócrata se hacen realidad, las chimeneas rodantes y una extensa serie de malas prácticas continúan agravando la situación en metrópolis y zonas conurbadas, por ejemplo, en los temas del tráfico caótico, vialidades llenas de humo y los relacionados con los padecimientos respiratorios (tos, bronquitis crónica, cáncer de pulmón o piel y muertes prematuras), hasta la modificación de los climas locales, regionales y otros efectos a nivel global. En complemento, se debe soportar la ambición desmedida de ciertos gobernantes, quienes otorgan durante su administración permisos de incremento inmobiliario verdaderamente irracionales, o construyen obras suntuosas de la extensión de los proyectos carreteros y trenes interurbanos, sin importarles la devastación de extensas superficies arboladas y de numerosos ecosistemas, propiciando alteraciones irreversibles en la vida de comunidades enteras.

Por desgracia, las cosas empeoran en las poblaciones subdesarrolladas, cuando la ignorancia y lo raquítico de los valores no permiten tener una comprensión plena acerca del desastre, e incluso lo refuerzan, con actos tan deleznables como conducir máquinas viejas y sin mantenimiento, tirar basura en las calles o acumularla en los espacios a cielo abierto. Expresiones así, bastante comunes entre la clientela buena y sabia, son el reflejo de sociedades incultas, dominadas por el atraso y el analfabetismo real o funcional, sin visión de un mejor futuro y de presencia negativa cuando se trata de aportar al orden, progreso y limpieza de los lugares individuales y colectivos.

Ante un problema de tan enorme gravedad, las condiciones de ninguna manera son para escuchar las promesas y demagogia de siempre, sino de una actuación pronta, decidida y en estricto apego a las leyes. Si ahora mismo la preocupación no se traduce en el firme compromiso de revertir tragedias de la magnitud de la padecida en Toluca, a las siguientes generaciones les resultará mucho más difícil, o quizá ya no puedan hacerlo.

Es obligado un cambio de conducta, con la convicción de que el camino seguido durante tanto tiempo puede ser corregido, hasta devolverle el carácter vital y la dimensión humana a nuestras relaciones con la naturaleza.