En el México de hoy, la calidad de estudiante universitario implica un gran compromiso, personal, familiar y social, pues a través de la educación se está obligado no sólo a adquirir habilidades, destrezas y valores, sino también a contribuir al mejoramiento del entorno.
Víctima de gobiernos nefastos, enemigos de la inteligencia y de la superación, nuestro país tiene ahora la urgente necesidad de contar con jóvenes talentosos y conscientes de la realidad, cuyo aporte ayude a cambiar una situación de catástrofe. Por eso, es motivo de esperanza la actitud asumida por los miles de universitarios de instituciones públicas y privadas, particularmente de las escuelas de Derecho, que el domingo pasado volvieron a salir a las calles en la CDMX y en al menos otros siete estados de la República, junto con trabajadores del Poder Judicial y la sociedad civil.
El motivo fue protestar de manera pacífica por la absurda reforma a este poder, impulsada por el inquilino de Palacio Nacional y acatada por sus súbditos sin mayores correcciones, en la cual, entre otras cosas, se propone eliminar la carrera judicial, elegir a los jueces por votación o sorteo y poner como requisito a los aspirantes presentar cartas de buena conducta suscritas por sus vecinos.
Las y los manifestantes de ninguna forma se oponen a modificar el actual esquema de la judicatura, pero si demandan un diálogo abierto entre los diferentes actores, a fin de incorporar puntos que beneficien al sistema de justicia y no se corra el riesgo de padecer pronto la ley de la selva, al seleccionar a gente incapaz, sometida a los caprichos e intereses del Ejecutivo en turno y de los grupos dominantes.
Según la información publicada, en los discursos predominó la indignación y el hartazgo, con la exigencia de tener un país de libertades y una democracia fuerte. Asimismo, se rechazó el autoritarismo y se condenó la traición de políticos y gobernantes, quienes, guiados por el irracional fanatismo, no piensan en el progreso y bienestar de éstas y de las futuras generaciones, y permiten y aplauden tanta mentira; malos manejos, opacidad y derroche de los recursos públicos; el fraude en los procesos electorales; la terrible inseguridad y la destrucción sistemática de los organismos independientes; la anulación de la división de poderes; la perversa estrategia de confrontar y dividir a la sociedad y el desprestigio creciente en al ámbito internacional.
La situación es muy preocupante, y por eso es bienvenida esta nueva fuerza opositora, unida por una causa común y con la valentía y decisión de luchar, resistir y contrarrestar la soberbia del oficialismo. La participación de los universitarios en los problemas que afectan a la población es altamente necesaria. En cualquier proyecto solidario, donde se tomen en cuenta las condiciones de vida de las y los mexicanos, sobre todo de los marginados, no es posible asumir el papel de comparsa gubernamental, mucho menos dejarse dominar por el fatalismo y permanecer indiferentes ante la ineptitud y corrupción impuestas por el populismo, hoy traducidas en un auténtico desastre nacional.
Con autonomía y plena responsabilidad, alumnado y docentes de los centros de educación superior deben opinar e involucrarse en los asuntos públicos, a fin de ayudar a la colectividad a informarse, reflexionar, comprender y actuar en consecuencia. En otras palabras, ubicarse en el lado correcto de la historia y utilizar su capacidad intelectual, y en bastantes casos la autoridad moral, para difundir y defender de manera activa e intransigente los valores mundialmente aceptados, como son los de libertad, justicia, paz y democracia.
Ingeniero civil, profesor de tiempo completo en la UAEM.