/ viernes 2 de octubre de 2020

Pensamiento Universitario | Obediencia ciega


Sin cumplir aún dos años, la administración federal acumula un buen número de renuncias, varias de ellas en cargos importantes. Los motivos expuestos son reveladores y algunos bastante críticos, pues además de las fricciones y desacuerdos entre los integrantes del gabinete, destacan serias acusaciones en cuanto la deficiente aplicación de las políticas públicas, de no querer seguir las reglas ni tener interés por escuchar y mucho menos valorar la opinión de los expertos.

Una de las más recientes es la del académico Jaime Cárdenas, al dejar la dirección del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, a causa de la corrupción imperante en ese nuevo organismo y los desencuentros con el presidente y su equipo cercano, quienes le pedían, dijo el dimitente, obediencia ciega y tomar decisiones sin respetar los procedimientos legales. A pesar de las pruebas aportadas por el ex funcionario, de inmediato vino la descalificación por parte del ejecutivo, al referirse a la renuncia por cuestiones de fatiga, de falta de carácter, aguante y convicción, tachando el asunto de politiquero.

Eso sí, el señor reconoció que su gobierno pide a los colaboradores una lealtad absoluta al proyecto de transformación, porque, afirma, el pueblo lo eligió para eso, y para acabar con la corrupción y los abusos, además de imponer la austeridad y la justicia. Sin embargo, una gran cantidad de evidencias lo desmienten, y la referencia inmediata está en la dependencia arriba citada, a la cual, por lo visto, le acomodaría mejor el nombre de Instituto para Robarle al Pueblo lo Devuelto.

Se vive un cambio, cierto, pero no en el sentido correcto. La deshonestidad no se controla, la conducción de la economía es catastrófico, la violencia y la inseguridad están lejos de inscribirse en los modelos de una justicia realmente efectiva y, para colmo, se incurre en excesos de poder al destruir instituciones y mucho de lo funcional en ciencia y tecnología, en detrimento del progreso y de la modernidad del país. Todo esto aunado al mal manejo de la emergencia sanitaria y las absurdas prioridades del gasto, una de cuyas consecuencias deriva ya en la confrontación con los gobernadores de varios estados, ante la negativa de atender las urgentes necesidades por la vía de otorgar los recursos solicitados.

Por otra parte, el habitante de palacio repite lo mucho que en los medios de comunicación se dice en su contra, aunque por eso asegura sentirse dignificado y promete respetar la libertad de expresión. Es decir, en lugar de reflexionar acerca de los hechos y análisis publicados, o rebatirlos con argumentos comprobables, aparece la simulación de los otros datos, la soberbia agrediendo desde la más alta tribuna y, como si fuera el gran bienhechor, habla hasta de acatar un derecho exclusivo de quienes lo ejercen con honradez, valentía y pleno apego a las leyes.

Lo absurdo del caso es que, mientras el contexto se polariza y el futuro es sombrío y lleno de incertidumbre, nadie es capaz de detener el desastre. No hay contrapesos efectivos y predominan la obediencia y el temor. Por eso, los fervorosos siervos deberían entender muy bien la frase del propio presidente: “la lealtad a las personas se convierte, la mayoría de las veces, en abyección”.


Sin cumplir aún dos años, la administración federal acumula un buen número de renuncias, varias de ellas en cargos importantes. Los motivos expuestos son reveladores y algunos bastante críticos, pues además de las fricciones y desacuerdos entre los integrantes del gabinete, destacan serias acusaciones en cuanto la deficiente aplicación de las políticas públicas, de no querer seguir las reglas ni tener interés por escuchar y mucho menos valorar la opinión de los expertos.

Una de las más recientes es la del académico Jaime Cárdenas, al dejar la dirección del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, a causa de la corrupción imperante en ese nuevo organismo y los desencuentros con el presidente y su equipo cercano, quienes le pedían, dijo el dimitente, obediencia ciega y tomar decisiones sin respetar los procedimientos legales. A pesar de las pruebas aportadas por el ex funcionario, de inmediato vino la descalificación por parte del ejecutivo, al referirse a la renuncia por cuestiones de fatiga, de falta de carácter, aguante y convicción, tachando el asunto de politiquero.

Eso sí, el señor reconoció que su gobierno pide a los colaboradores una lealtad absoluta al proyecto de transformación, porque, afirma, el pueblo lo eligió para eso, y para acabar con la corrupción y los abusos, además de imponer la austeridad y la justicia. Sin embargo, una gran cantidad de evidencias lo desmienten, y la referencia inmediata está en la dependencia arriba citada, a la cual, por lo visto, le acomodaría mejor el nombre de Instituto para Robarle al Pueblo lo Devuelto.

Se vive un cambio, cierto, pero no en el sentido correcto. La deshonestidad no se controla, la conducción de la economía es catastrófico, la violencia y la inseguridad están lejos de inscribirse en los modelos de una justicia realmente efectiva y, para colmo, se incurre en excesos de poder al destruir instituciones y mucho de lo funcional en ciencia y tecnología, en detrimento del progreso y de la modernidad del país. Todo esto aunado al mal manejo de la emergencia sanitaria y las absurdas prioridades del gasto, una de cuyas consecuencias deriva ya en la confrontación con los gobernadores de varios estados, ante la negativa de atender las urgentes necesidades por la vía de otorgar los recursos solicitados.

Por otra parte, el habitante de palacio repite lo mucho que en los medios de comunicación se dice en su contra, aunque por eso asegura sentirse dignificado y promete respetar la libertad de expresión. Es decir, en lugar de reflexionar acerca de los hechos y análisis publicados, o rebatirlos con argumentos comprobables, aparece la simulación de los otros datos, la soberbia agrediendo desde la más alta tribuna y, como si fuera el gran bienhechor, habla hasta de acatar un derecho exclusivo de quienes lo ejercen con honradez, valentía y pleno apego a las leyes.

Lo absurdo del caso es que, mientras el contexto se polariza y el futuro es sombrío y lleno de incertidumbre, nadie es capaz de detener el desastre. No hay contrapesos efectivos y predominan la obediencia y el temor. Por eso, los fervorosos siervos deberían entender muy bien la frase del propio presidente: “la lealtad a las personas se convierte, la mayoría de las veces, en abyección”.