/ viernes 30 de abril de 2021

Pensamiento Universitario | Prensa Hostigada

Según la nota publicada en este diario la semana pasada, en su reunión semestral la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) resolvió ubicar al presidente de México entre los líderes que más hostigan a los medios de comunicación independientes, junto a sus homólogos de El Salvador, Brasil y Argentina. En estos países, además de Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua, desde el poder político continúa el avance por desacreditar y estigmatizar el ejercicio del periodismo, generándose de esta forma un clima hostil, susceptible de derivar en acciones violentas concretas. Incluso, con el pretexto de reducir la difusión de datos falsos, en algunos de ellos se está legislando con la finalidad de censurar y restringir la libertad de expresión de los ciudadanos en las redes sociales y en Internet.

Por supuesto, esta resolución corrobora una preocupante realidad, cuando un amplio sector de las y los comunicadores nacionales enfrentan una de las etapas más críticas de los últimos tiempos, al tratar de identificar y exponer las cosas públicas con el mayor rigor posible, a partir de datos ciertos, oportunos e imparciales. Sin embargo, en lugar de reconocerse lo evidente, o refutar con argumentos serios y comprobables, la respuesta ha sido insistir en el discurso falaz y ofensivo, situando a los críticos en la posición de adversarios, voceros de los conservadores, opuestos al cambio y promotores de la corrupción.

Para colmo, el consejero jurídico de la presidencia, hijo de aquél reconocido periodista y escritor ya fallecido, don Julio Sherer García, sale ahora a decir que en las “mañaneras” se les debería tapar la boca a los reporteros, impedirles hacer preguntas inadecuadas, y de esta manera no poner en riesgo al señor de palacio por el sentido de sus respuestas.

Muy lamentables las declaraciones de este abogado, obviamente indignas de la memoria de su padre, cuyas convicciones siempre estuvieron encauzadas a cuestionar a los poderosos, someterlos a preguntas duras e incómodas sin importar jerarquías; no callar y mucho menos enajenar la conciencia e irse del lado de ellos, volverse cómplice, ser sus voceros, justificar sus excesos, a cambio de recibir su generosa demagogia. La función de la prensa no es “portarse bien” con los políticos, esto es, llenarlos de adulación y omitir sus deficiencias, sino difundir hechos, investigar y revelar cuestiones encubiertas, analizar contextos, mostrar la relación entre personajes y circunstancias, además de comentar las consecuencias de esos actos.

En las condiciones presentes ni siquiera es aceptable la conveniencia de una aparente imparcialidad, pues eso implicaría darle algún tipo de validez al desempeño de una administración cada día más alejada de las legítimas aspiraciones del pueblo. Como muestra ahí están desde las faltas de respeto a leyes e instituciones, hasta los malos resultados en economía, seguridad, educación, empleo y un largo etcétera, sin olvidar el estigma de seguir enfrentando pésimamente la pandemia, por cuya causa se han perdido ya cientos de miles de vidas.

No caigamos en el engaño, el contrapeso del abuso y la propia transición pacífica hacia niveles superiores de justicia y democracia necesitan de una información objetiva, valerosa y legítima, capaz de combatir con razones los casos de corrupción, impunidad e ineptitud. Las enemistades y los silencios inducidos no pueden ser nunca motivo de limitación para el verdadero periodista, pues en el estricto cumplimiento del deber siempre habrá enemistades que lo honren.



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Según la nota publicada en este diario la semana pasada, en su reunión semestral la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) resolvió ubicar al presidente de México entre los líderes que más hostigan a los medios de comunicación independientes, junto a sus homólogos de El Salvador, Brasil y Argentina. En estos países, además de Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua, desde el poder político continúa el avance por desacreditar y estigmatizar el ejercicio del periodismo, generándose de esta forma un clima hostil, susceptible de derivar en acciones violentas concretas. Incluso, con el pretexto de reducir la difusión de datos falsos, en algunos de ellos se está legislando con la finalidad de censurar y restringir la libertad de expresión de los ciudadanos en las redes sociales y en Internet.

Por supuesto, esta resolución corrobora una preocupante realidad, cuando un amplio sector de las y los comunicadores nacionales enfrentan una de las etapas más críticas de los últimos tiempos, al tratar de identificar y exponer las cosas públicas con el mayor rigor posible, a partir de datos ciertos, oportunos e imparciales. Sin embargo, en lugar de reconocerse lo evidente, o refutar con argumentos serios y comprobables, la respuesta ha sido insistir en el discurso falaz y ofensivo, situando a los críticos en la posición de adversarios, voceros de los conservadores, opuestos al cambio y promotores de la corrupción.

Para colmo, el consejero jurídico de la presidencia, hijo de aquél reconocido periodista y escritor ya fallecido, don Julio Sherer García, sale ahora a decir que en las “mañaneras” se les debería tapar la boca a los reporteros, impedirles hacer preguntas inadecuadas, y de esta manera no poner en riesgo al señor de palacio por el sentido de sus respuestas.

Muy lamentables las declaraciones de este abogado, obviamente indignas de la memoria de su padre, cuyas convicciones siempre estuvieron encauzadas a cuestionar a los poderosos, someterlos a preguntas duras e incómodas sin importar jerarquías; no callar y mucho menos enajenar la conciencia e irse del lado de ellos, volverse cómplice, ser sus voceros, justificar sus excesos, a cambio de recibir su generosa demagogia. La función de la prensa no es “portarse bien” con los políticos, esto es, llenarlos de adulación y omitir sus deficiencias, sino difundir hechos, investigar y revelar cuestiones encubiertas, analizar contextos, mostrar la relación entre personajes y circunstancias, además de comentar las consecuencias de esos actos.

En las condiciones presentes ni siquiera es aceptable la conveniencia de una aparente imparcialidad, pues eso implicaría darle algún tipo de validez al desempeño de una administración cada día más alejada de las legítimas aspiraciones del pueblo. Como muestra ahí están desde las faltas de respeto a leyes e instituciones, hasta los malos resultados en economía, seguridad, educación, empleo y un largo etcétera, sin olvidar el estigma de seguir enfrentando pésimamente la pandemia, por cuya causa se han perdido ya cientos de miles de vidas.

No caigamos en el engaño, el contrapeso del abuso y la propia transición pacífica hacia niveles superiores de justicia y democracia necesitan de una información objetiva, valerosa y legítima, capaz de combatir con razones los casos de corrupción, impunidad e ineptitud. Las enemistades y los silencios inducidos no pueden ser nunca motivo de limitación para el verdadero periodista, pues en el estricto cumplimiento del deber siempre habrá enemistades que lo honren.



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