/ viernes 18 de junio de 2021

Pensamiento Universitario | Realidades en la UAEM

Las funciones esenciales de la Universidad Autónoma del Estado de México enfrentan una serie de desafíos, emanados de la necesidad de superar rezagos e inscribirlas en la dinámica del auténtico progreso. Elevar el desempeño de la histórica alma mater implica, entre otras cosas, romper la inercia de modelos de gestión obsoletos y generar proyectos útiles y de trascendencia, no sólo encaminados a fortalecer las actividades de docencia, investigación y cultura, sino también las de transparencia y rendición de cuentas, a partir de erradicar la incompetencia y el abuso en los puestos de mando.

Después de un largo periodo de oscurantismo, el cambio de administración generó la esperanza de un nuevo rumbo, y se esperaba la presentación inmediata de líneas de acción definidas, encauzadas a corregir errores y depurar la encomienda de la ciudadanía en cuanto a formar profesionales de nivel avanzado, comprometidos con la justicia social. Sin embargo, el inicio en lo absoluto es alentador, empezando por la designación de las personas encargadas de las distintas secretarías y direcciones, varios de los cuales, por sus antecedentes y comportamiento actual, no están a la altura de la responsabilidad asignada.

Una muestra de esto se tiene en la falta de respeto y nula solidaridad hacia un sector del personal académico y administrativo, al imponerle el regreso al trabajo presencial sin las condiciones de seguridad idóneas, además de cambiar a otro de los centros laborales que durante muchos años habían ocupado, ignorando las justas inconformidades. Asimismo, está el hecho de reincidir en lo de cada cuatro años, relativo a presionar a la comunidad para participar con sus propuestas en la elaboración de los planes de Desarrollo Institucional 2021 – 2025 y del General de Desarrollo 2021 – 2033.

Obviamente, un par de preguntas obligadas en este tema son: ¿dónde queda el supuesto conocimiento del hoy rector acerca de las necesidades de la UAEM, incluso expresado en un plan de trabajo aceptado por la Comisión Electoral y validado en su momento por el siempre exigente Consejo Universitario?; ¿qué fue de las numerosas aportaciones, comentarios y sugerencias recabadas de manera directa en las comparecencias realizadas en los distintos espacios durante la campaña de promoción? Es decir, en lugar actuar con prontitud, de informar sobre una planeación racional y factible en las más altas aspiraciones, los bien remunerados burócratas repiten la abusiva tradición de poner a las y los universitarios a hacerles la tarea, destinando semanas o meses a organizar foros y reunir información ya disponible, aparentando llevar a cabo un ejercicio democrático.

La facultad de tener autonomía jamás debe emplearse para tomar decisiones autoritarias y discrecionales, tendientes a soslayar la misión fundamental y la conciencia humanista de todo centro de enseñanza público. En los asuntos de trascendencia las instancias de control interno, llámense Consejo, Colegio de Directores y sindicatos, no pueden hacer a un lado la obligación de supervisar lo digno de la vida institucional, y mucho menos adoptar el papel de comparsa o de cómplices por omisión, al permitir el mal trato y las ideas anticuadas, y quedar reducidos al triste papel de subordinados al poder.

El verdadero sentido, la esencia de la identidad universitaria se debe identificar en una comunidad pensante y combativa, dispuesta a no permanecer indiferente ante los excesos de los grupos de arribistas prepotentes, cuya ineptitud y costoso protagonismo impiden revalorar y prestigiar a nuestra máxima casa de estudios.

Las funciones esenciales de la Universidad Autónoma del Estado de México enfrentan una serie de desafíos, emanados de la necesidad de superar rezagos e inscribirlas en la dinámica del auténtico progreso. Elevar el desempeño de la histórica alma mater implica, entre otras cosas, romper la inercia de modelos de gestión obsoletos y generar proyectos útiles y de trascendencia, no sólo encaminados a fortalecer las actividades de docencia, investigación y cultura, sino también las de transparencia y rendición de cuentas, a partir de erradicar la incompetencia y el abuso en los puestos de mando.

Después de un largo periodo de oscurantismo, el cambio de administración generó la esperanza de un nuevo rumbo, y se esperaba la presentación inmediata de líneas de acción definidas, encauzadas a corregir errores y depurar la encomienda de la ciudadanía en cuanto a formar profesionales de nivel avanzado, comprometidos con la justicia social. Sin embargo, el inicio en lo absoluto es alentador, empezando por la designación de las personas encargadas de las distintas secretarías y direcciones, varios de los cuales, por sus antecedentes y comportamiento actual, no están a la altura de la responsabilidad asignada.

Una muestra de esto se tiene en la falta de respeto y nula solidaridad hacia un sector del personal académico y administrativo, al imponerle el regreso al trabajo presencial sin las condiciones de seguridad idóneas, además de cambiar a otro de los centros laborales que durante muchos años habían ocupado, ignorando las justas inconformidades. Asimismo, está el hecho de reincidir en lo de cada cuatro años, relativo a presionar a la comunidad para participar con sus propuestas en la elaboración de los planes de Desarrollo Institucional 2021 – 2025 y del General de Desarrollo 2021 – 2033.

Obviamente, un par de preguntas obligadas en este tema son: ¿dónde queda el supuesto conocimiento del hoy rector acerca de las necesidades de la UAEM, incluso expresado en un plan de trabajo aceptado por la Comisión Electoral y validado en su momento por el siempre exigente Consejo Universitario?; ¿qué fue de las numerosas aportaciones, comentarios y sugerencias recabadas de manera directa en las comparecencias realizadas en los distintos espacios durante la campaña de promoción? Es decir, en lugar actuar con prontitud, de informar sobre una planeación racional y factible en las más altas aspiraciones, los bien remunerados burócratas repiten la abusiva tradición de poner a las y los universitarios a hacerles la tarea, destinando semanas o meses a organizar foros y reunir información ya disponible, aparentando llevar a cabo un ejercicio democrático.

La facultad de tener autonomía jamás debe emplearse para tomar decisiones autoritarias y discrecionales, tendientes a soslayar la misión fundamental y la conciencia humanista de todo centro de enseñanza público. En los asuntos de trascendencia las instancias de control interno, llámense Consejo, Colegio de Directores y sindicatos, no pueden hacer a un lado la obligación de supervisar lo digno de la vida institucional, y mucho menos adoptar el papel de comparsa o de cómplices por omisión, al permitir el mal trato y las ideas anticuadas, y quedar reducidos al triste papel de subordinados al poder.

El verdadero sentido, la esencia de la identidad universitaria se debe identificar en una comunidad pensante y combativa, dispuesta a no permanecer indiferente ante los excesos de los grupos de arribistas prepotentes, cuya ineptitud y costoso protagonismo impiden revalorar y prestigiar a nuestra máxima casa de estudios.