/ viernes 1 de noviembre de 2019

Pensamiento Universitario | Rezago en ciencia e innovación

Los modelos del conocimiento para generar valor y riqueza se consolidan en el mundo contemporáneo. Especialmente en las dos últimas décadas, las naciones de avanzada han experimentado modificaciones importantes, no sólo en las líneas de generación y uso del saber, sino también en las formas de enlace entre la academia y el sector productivo.

Desde luego, el cambio en esos lugares tuvo su origen en nuevas orientaciones de su política educativa, sobre todo en el nivel superior, y en el apoyo a la ciencia y la innovación, pues la necesidad de establecer relaciones de beneficio común entre los diferentes agentes económicos y sociales, plantearon nuevas exigencias en el trabajo de investigación y en los perfiles de capacitación en licenciaturas y posgrados.

Según se ha demostrado, los países más exitosos son aquellos que desarrollan las mejores mentes y exportan productos con mayor valor agregado, y no quienes continúan produciendo materias primas o manufacturas básicas. Los casos de pequeños territorios como Singapur, Taiwán o Israel son bastante ilustrativos en cuanto a lo relevante del trabajo mental, y gracias a ello sus economías son mucho más prósperas, en comparación con las de pueblos dependientes, aun en alto grado, de sus recursos naturales.

Al respecto, un nuevo estudio realizado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual de las Naciones Unidas (OMPI) muestra un panorama bastante ilustrativo, tratándose de identificar la autoría del número de solicitudes de patentes presentadas por los innovadores de todo el mundo. De acuerdo con las estadísticas, Asia se ha convertido en el principal centro de creatividad, al pasar del 51% del total mundial en 2008, al 67% el año pasado. Precisamente en 2018, de 3.3 millones de registros, China concentra casi la mitad, con 1.54 millones, Japón con 313 mil y Corea del Sur con 210 mil.

Mientras tanto, en América Latina y el Caribe el número de solicitudes se redujo durante el mismo periodo, al disminuir del 3.1% del total mundial al 1.7%. En el caso de nuestro país, los trabajos de investigación que culminaron con el registro de patentes el año anterior se estiman en apenas 16 mil 400.

Por desgracia, en México este tipo de señales de alarma no se toman en cuenta y, en general, las autoridades están lejos de entender la urgencia de imitar los buenos ejemplos, y tampoco comprenden la necesidad de estimular el talento y favorecer la innovación de vanguardia, si se trata de enfrentar con ventaja los desafíos globales, ser competitivos y alcanzar niveles superiores de bienestar social. Para muestra, ahí están las medidas de austeridad ordenadas por el actual presidente de República, cuyas repercusiones, al no reconocer prioridades, impactarán fuertemente en la educación y en la actividad científica.

Frente a este triste escenario la conclusión es obvia: reducir el financiamiento a las universidades, a la ciencia y a la formación del capital intelectual de excelencia es un error gravísimo, pues condena al atraso a una población mayoritariamente mal instruida, sin visión de mejora y subordinada, cada vez más, a las limosnas provenientes de los perversos programas clientelares.

juancuencadiaz@hotmail.com

Los modelos del conocimiento para generar valor y riqueza se consolidan en el mundo contemporáneo. Especialmente en las dos últimas décadas, las naciones de avanzada han experimentado modificaciones importantes, no sólo en las líneas de generación y uso del saber, sino también en las formas de enlace entre la academia y el sector productivo.

Desde luego, el cambio en esos lugares tuvo su origen en nuevas orientaciones de su política educativa, sobre todo en el nivel superior, y en el apoyo a la ciencia y la innovación, pues la necesidad de establecer relaciones de beneficio común entre los diferentes agentes económicos y sociales, plantearon nuevas exigencias en el trabajo de investigación y en los perfiles de capacitación en licenciaturas y posgrados.

Según se ha demostrado, los países más exitosos son aquellos que desarrollan las mejores mentes y exportan productos con mayor valor agregado, y no quienes continúan produciendo materias primas o manufacturas básicas. Los casos de pequeños territorios como Singapur, Taiwán o Israel son bastante ilustrativos en cuanto a lo relevante del trabajo mental, y gracias a ello sus economías son mucho más prósperas, en comparación con las de pueblos dependientes, aun en alto grado, de sus recursos naturales.

Al respecto, un nuevo estudio realizado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual de las Naciones Unidas (OMPI) muestra un panorama bastante ilustrativo, tratándose de identificar la autoría del número de solicitudes de patentes presentadas por los innovadores de todo el mundo. De acuerdo con las estadísticas, Asia se ha convertido en el principal centro de creatividad, al pasar del 51% del total mundial en 2008, al 67% el año pasado. Precisamente en 2018, de 3.3 millones de registros, China concentra casi la mitad, con 1.54 millones, Japón con 313 mil y Corea del Sur con 210 mil.

Mientras tanto, en América Latina y el Caribe el número de solicitudes se redujo durante el mismo periodo, al disminuir del 3.1% del total mundial al 1.7%. En el caso de nuestro país, los trabajos de investigación que culminaron con el registro de patentes el año anterior se estiman en apenas 16 mil 400.

Por desgracia, en México este tipo de señales de alarma no se toman en cuenta y, en general, las autoridades están lejos de entender la urgencia de imitar los buenos ejemplos, y tampoco comprenden la necesidad de estimular el talento y favorecer la innovación de vanguardia, si se trata de enfrentar con ventaja los desafíos globales, ser competitivos y alcanzar niveles superiores de bienestar social. Para muestra, ahí están las medidas de austeridad ordenadas por el actual presidente de República, cuyas repercusiones, al no reconocer prioridades, impactarán fuertemente en la educación y en la actividad científica.

Frente a este triste escenario la conclusión es obvia: reducir el financiamiento a las universidades, a la ciencia y a la formación del capital intelectual de excelencia es un error gravísimo, pues condena al atraso a una población mayoritariamente mal instruida, sin visión de mejora y subordinada, cada vez más, a las limosnas provenientes de los perversos programas clientelares.

juancuencadiaz@hotmail.com