/ viernes 22 de enero de 2021

Pensamiento Universitario | Sociedades incultas

En estos meses de pandemia, cuando la generalidad de los gobiernos y buena parte de la población contribuyen con su ignorancia e irresponsabilidad al incremento de personas fallecidas y contagiadas, se corrobora que la solución a muchos de nuestros graves problemas solo tiene el camino de la educación y la cultura. Aunque en el desastre inciden varios factores, el comportamiento de una mayoría muestra algunas de las causas de las grandes pérdidas y, pese a ello, es incapaz de corregir su insensibilidad e ineptitud.

Aparte del tema educativo, cuya importancia en la civilidad de una nación es obvia, debe destacarse el papel de la cultura, entendida como la manera de vivir en una sociedad, donde se incluye una gran variedad de normas de conducta y la presencia de ciertos factores comunes. Evidentemente, mientras mayor sea la calidad y el nivel de conexión de estos elementos, sobre todo incorporados en un esquema de principios éticos y morales, el funcionamiento de la estructura será más eficiente y ello habrá de permitir mejores aportes y soluciones idóneas a las necesidades de conjunto.

Este atributo se puede fortalecer a través de la educación, motivo por el cual las instituciones de enseñanza estarían obligadas a formar integralmente al alumno, y así ser fuentes generadoras de una instrucción superior. Sin embargo, en nuestro país mucho queda por hacer en este aspecto, pues basta un análisis superficial para darnos cuenta de la poca o nula importancia que se le da a una función sustantiva, cuyo impulso, empezando por fomentar el hábito de la buena lectura, sin duda podría cambiar dogmas, prejuicios y actitudes irracionales, dando paso a un intelecto vivo en la amplia gama de sus facultades.

La cultura de calidad en el ser pensante no es un adorno ni un accesorio, mucho menos constituye algo inaccesible para el común de la gente. Antes bien, se debe reconocer la necesidad de contar con lo más sobresaliente de ella, dada su valiosa repercusión en la vida individual, familiar y social. Su eficacia, entre otras cosas, se manifiesta de modo significativo en el correcto uso de las libertades, en la creación de un juicio realmente crítico y propositivo, y en el ejercicio de una auténtica democracia, convirtiéndose en un efectivo contrapeso de los malos gobiernos.

Como se puede constatar en estos tiempos de sufrimiento y dolor, los saldos negativos derivados de la incultura son bastantes, y al no tener elaborado un pensamiento capaz de responder a exigencias medias o incluso elementales, en las personas aparece una serie de deficiencias, que van desde la temeridad y la imprudencia, hasta las acciones primitivas, ofensivas o violentas, hacia quienes pretenden modificar su peligroso comportamiento, cuando se les pide acatar las disposiciones sanitarias básicas. En diferente grado, alentado por la perversidad del ejemplo oficial, lo peor se ha venido arraigando entre el pueblo bueno y sabio, y así las mentes limitadas se convierten no sólo en un riesgo latente, posibles portadores de enfermedad y muerte, sino a su vez favorecen la integración de sociedades de presencia mínima desde el punto de vista los valores, pues sus formas de convivencia se caracterizan por la ausencia de humanismo y de nula solidaridad con su entorno.

En estos meses de pandemia, cuando la generalidad de los gobiernos y buena parte de la población contribuyen con su ignorancia e irresponsabilidad al incremento de personas fallecidas y contagiadas, se corrobora que la solución a muchos de nuestros graves problemas solo tiene el camino de la educación y la cultura. Aunque en el desastre inciden varios factores, el comportamiento de una mayoría muestra algunas de las causas de las grandes pérdidas y, pese a ello, es incapaz de corregir su insensibilidad e ineptitud.

Aparte del tema educativo, cuya importancia en la civilidad de una nación es obvia, debe destacarse el papel de la cultura, entendida como la manera de vivir en una sociedad, donde se incluye una gran variedad de normas de conducta y la presencia de ciertos factores comunes. Evidentemente, mientras mayor sea la calidad y el nivel de conexión de estos elementos, sobre todo incorporados en un esquema de principios éticos y morales, el funcionamiento de la estructura será más eficiente y ello habrá de permitir mejores aportes y soluciones idóneas a las necesidades de conjunto.

Este atributo se puede fortalecer a través de la educación, motivo por el cual las instituciones de enseñanza estarían obligadas a formar integralmente al alumno, y así ser fuentes generadoras de una instrucción superior. Sin embargo, en nuestro país mucho queda por hacer en este aspecto, pues basta un análisis superficial para darnos cuenta de la poca o nula importancia que se le da a una función sustantiva, cuyo impulso, empezando por fomentar el hábito de la buena lectura, sin duda podría cambiar dogmas, prejuicios y actitudes irracionales, dando paso a un intelecto vivo en la amplia gama de sus facultades.

La cultura de calidad en el ser pensante no es un adorno ni un accesorio, mucho menos constituye algo inaccesible para el común de la gente. Antes bien, se debe reconocer la necesidad de contar con lo más sobresaliente de ella, dada su valiosa repercusión en la vida individual, familiar y social. Su eficacia, entre otras cosas, se manifiesta de modo significativo en el correcto uso de las libertades, en la creación de un juicio realmente crítico y propositivo, y en el ejercicio de una auténtica democracia, convirtiéndose en un efectivo contrapeso de los malos gobiernos.

Como se puede constatar en estos tiempos de sufrimiento y dolor, los saldos negativos derivados de la incultura son bastantes, y al no tener elaborado un pensamiento capaz de responder a exigencias medias o incluso elementales, en las personas aparece una serie de deficiencias, que van desde la temeridad y la imprudencia, hasta las acciones primitivas, ofensivas o violentas, hacia quienes pretenden modificar su peligroso comportamiento, cuando se les pide acatar las disposiciones sanitarias básicas. En diferente grado, alentado por la perversidad del ejemplo oficial, lo peor se ha venido arraigando entre el pueblo bueno y sabio, y así las mentes limitadas se convierten no sólo en un riesgo latente, posibles portadores de enfermedad y muerte, sino a su vez favorecen la integración de sociedades de presencia mínima desde el punto de vista los valores, pues sus formas de convivencia se caracterizan por la ausencia de humanismo y de nula solidaridad con su entorno.