/ viernes 17 de abril de 2020

Pensamiento Universitario | Tiempos de reflexión

En condiciones verdaderamente difíciles se ha conmemorado la Semana Santa, en esta ocasión con templos vacíos y sin la presencia masiva de los fieles en las tradicionales representaciones de la pasión y muerte de Jesús de Nazareth. Sin embargo, los tiempos son propicios para retomar el significado de la palabra y acciones de este hombre excepcional, pues en ellas se encuentra una serie de valores y principios de práctica indispensable, si en realidad se desea conferir una misión positiva a la existencia de mujeres y hombres.

En un país como México esta percepción tiene mayor exigencia, y por eso se impone la tarea de llevar a cabo una reflexión profunda acerca de los valores, dada su trascendencia en cuanto a depurar la calidad de las relaciones entre las personas, a partir de los aspectos básicos de paz, justicia y democracia. Los nuevos retos son enormes, y en ellos va implícito el requerimiento de reforzar el sistema de principios universales, de contribuir al bienestar de nuestros semejantes y mostrar solidaridad hacia los menos favorecidos, sin permitir que los preceptos de la ética y del auténtico humanismo se vean dominados por el egoísmo y la dimensión estrictamente materialista.

El simbolismo, por lo tanto, nos remite a buscar el sentido correcto de las enseñanzas de un ser supremo, y a reconocer su trascendencia en la formación personal, familiar y social. Hacer el bien es obligación de todos, y en esa línea debiera ir la educación, pues con eso se fortalece un ideal de virtud, que puede motivar la renuncia de un anhelo o incluso de la propia felicidad, con tal de lograr el beneficio de otros.

Y si entre la gente común las conductas demandan un cambio, qué decir de la generalidad de la llamada clase política, cuyo afán por destruir lo digno de la vida pública ha derivado en cuantiosos daños al presente y al futuro de millones de mexicanos. Numerosos ejemplos de la apología de la maldad se corroboran con las recientes y pasadas actuaciones de los distintos niveles de gobierno, en las de la burocracia de élite y en una gran cantidad de funcionarios de menor rango, para quienes el código de usos y costumbres lo constituyen la ineptitud, la corrupción y el desprecio a las leyes.

Ante el deficiente escenario político, mostrado ahora como un complejo arte de soberbia y perversión, es imperativo mejorar y dignificar la integración comunitaria, con la encomienda de rescatar las normas éticas y proporcionar respuestas idóneas, en lo referente a combatir el mal con decisión y efectividad. Una sociedad consciente y responsable no puede seguir siendo víctima del populismo y la mentira oficial, y mucho menos refugiarse en la cultura de la sumisión y del silencio.

Así entonces, es tarea urgente y prioritaria reafirmar la estima y el apego a los mandatos superiores, convertirlos en guía y motivación de nuestros actos, darles la fuerza transformadora necesaria y hacer realidad las buenas obras. Frente a la situación actual del país, dominado por ocurrencias y proyectos personales, uno de los principales propósitos es concederle un sentido de arraigo a los preceptos fundamentales, si queremos modificar el rumbo y no heredarles a las próximas generaciones una existencia de degradación y decadencia.

En condiciones verdaderamente difíciles se ha conmemorado la Semana Santa, en esta ocasión con templos vacíos y sin la presencia masiva de los fieles en las tradicionales representaciones de la pasión y muerte de Jesús de Nazareth. Sin embargo, los tiempos son propicios para retomar el significado de la palabra y acciones de este hombre excepcional, pues en ellas se encuentra una serie de valores y principios de práctica indispensable, si en realidad se desea conferir una misión positiva a la existencia de mujeres y hombres.

En un país como México esta percepción tiene mayor exigencia, y por eso se impone la tarea de llevar a cabo una reflexión profunda acerca de los valores, dada su trascendencia en cuanto a depurar la calidad de las relaciones entre las personas, a partir de los aspectos básicos de paz, justicia y democracia. Los nuevos retos son enormes, y en ellos va implícito el requerimiento de reforzar el sistema de principios universales, de contribuir al bienestar de nuestros semejantes y mostrar solidaridad hacia los menos favorecidos, sin permitir que los preceptos de la ética y del auténtico humanismo se vean dominados por el egoísmo y la dimensión estrictamente materialista.

El simbolismo, por lo tanto, nos remite a buscar el sentido correcto de las enseñanzas de un ser supremo, y a reconocer su trascendencia en la formación personal, familiar y social. Hacer el bien es obligación de todos, y en esa línea debiera ir la educación, pues con eso se fortalece un ideal de virtud, que puede motivar la renuncia de un anhelo o incluso de la propia felicidad, con tal de lograr el beneficio de otros.

Y si entre la gente común las conductas demandan un cambio, qué decir de la generalidad de la llamada clase política, cuyo afán por destruir lo digno de la vida pública ha derivado en cuantiosos daños al presente y al futuro de millones de mexicanos. Numerosos ejemplos de la apología de la maldad se corroboran con las recientes y pasadas actuaciones de los distintos niveles de gobierno, en las de la burocracia de élite y en una gran cantidad de funcionarios de menor rango, para quienes el código de usos y costumbres lo constituyen la ineptitud, la corrupción y el desprecio a las leyes.

Ante el deficiente escenario político, mostrado ahora como un complejo arte de soberbia y perversión, es imperativo mejorar y dignificar la integración comunitaria, con la encomienda de rescatar las normas éticas y proporcionar respuestas idóneas, en lo referente a combatir el mal con decisión y efectividad. Una sociedad consciente y responsable no puede seguir siendo víctima del populismo y la mentira oficial, y mucho menos refugiarse en la cultura de la sumisión y del silencio.

Así entonces, es tarea urgente y prioritaria reafirmar la estima y el apego a los mandatos superiores, convertirlos en guía y motivación de nuestros actos, darles la fuerza transformadora necesaria y hacer realidad las buenas obras. Frente a la situación actual del país, dominado por ocurrencias y proyectos personales, uno de los principales propósitos es concederle un sentido de arraigo a los preceptos fundamentales, si queremos modificar el rumbo y no heredarles a las próximas generaciones una existencia de degradación y decadencia.